Abigail Disney, la heredera del imperio que decidió traicionar a su clase

Asegura que es inmoral que un ejecutivo cobre 13.000 veces más que uno de sus empleados.

 

"Uff, odio eso", se queja Abigail Disney cuando le pido que aclare de una vez por todas cuál es su fortuna personal. Es más fácil hablar de sexo que de dinero, advierte la sobrina de Walt Disney.

"Internet dice que tengo u$s 500 millones y quizás tendría una cifra cercana si hubiera invertido agresivamente".

"Lo voy a decir", dice con decisión. Después de donar u$s 70 millones en los últimos 30 años, "tengo alrededor de u$s 120 millones y ha sido así desde hace algún tiempo".

La descendiente de Disney está hablando mucho en público sobre el dinero, aunque no siempre se refiere al suyo. A la edad de 59 años, se ha convertido en una repentina guerrera de clases en las batallas estadounidenses sobre cómo deberían pagar impuestos sus familias más ricas y qué representa un salario digno para las personas que limpian los parques temáticos que llevan su nombre. El día en que nos reunimos, ella firmó una carta que también firmaron personas como George Soros y el cofundador de Facebook Chris Hughes, abogando por un impuesto "moderado" sobre los activos del 0,1% de la población que representan las personas más ricas de EE.UU.

En especial, ella cuestiona la forma en que se distribuyen las riquezas en el reino que su amado abuelo Roy fundó junto con su hermano artístico Walt. En particular, pone la mira en Bob Iger, director ejecutivo de Disney, el hegemónico magnate de los medios de comunicación de una era en la que tales títulos ya no existen en las familias, y el hombre responsable de gran parte de la riqueza de su clan.

Bajo Iger, las acciones de la empresa Disney aumentaron en cinco veces —superando todos los índices— desde 2005 conforme ensamblaba un irresistible contenido para la era digital, desde Star Wars hasta Toy Story o la serie de películas The Avengers. Y recibió una buena recompensa. Los u$s 65,7 millones que la compañía le pagó el año pasado, cuando algunos de sus empleados peor remunerados dependían de cupones de alimentos para sobrevivir, fue algo "descabellado", dijo Disney.

"Ni Jesucristo vale 500 veces el salario de su trabajador promedio", añadió. Esto provocó una tormenta en las redes sociales, y no totalmente a su favor, pues la representaron alternativamente como una portavoz de la verdad y una plutócrata que presumía su postura ética. Quizás ambas partes podrían coincidir en algo: con una participación mínima en la compañía, cualquier influencia que ella tiene se deriva de su apellido. "He decidido traicionar a mi clase", dice con cierta satisfacción.

La riqueza de la familia y su actitud hacia el dinero cambiaron cuando ella estaba en la universidad y su padre (también llamado Roy) trajo a Michael Eisner para que reemplazara al yerno de Walt como presidente y director ejecutivo en 1984. Éxitos como 'El Rey León' le dieron al padre de Disney la posibilidad de permitirse un 737, lo cual lo convirtió en alguien que ella veía como un "multimillonario descontrolado", totalmente distanciado de la forma en que lo habían criado.

"Trump parece ser la apoteosis de esto", dice ella. "Es como si el ego de los ricos se hubiera estado inflamando como una enorme ampolla y estuviera a punto de explotar en cualquier momento". A Disney le gusta la idea de ser ella quien lo reviente.

Me explica por qué ni ella ni sus hermanos Tim, Roy y Susan ocuparon ningún puesto en la compañía: después de que su padre expulsó a Michel Eisner, "ningún director ejecutivo en su sano juicio le permitiría a ninguno de nosotros volver a estar en el consejo de dirección".

Las guerras de Disney también causaron una ruptura con sus primos que ella amaba cuando era niña. Ahora tienen muy poco contacto. Algunos de sus familiares le pidieron que dejara en claro que no hablaba en nombre de la familia después de aplaudir la declaración que hizo Meryl Streep en 2014 de que la película "Al encuentro de Mr. Banks" de Disney, ignoraba el presunto racismo, sexismo y antisemitismo de Walt. "La gente se volvió loca" me dice suspirando. "Y yo seguía pensando: '¿cómo necesitan que les expliquen esto?' Él hizo una película — El libro de la Selva — a mediados de los 60 sobre cómo las personas deberían permanecer con otras personas de su mismo tipo; el material en el que se basó fue la obra de Rudyard Kipling, ¡por el amor de Dios!"

Cuando era niña, dice, le enseñaron a respetar a todos los empleados de la compañía, por lo que cuando los trabajadores de Disneyland en Anaheim le dijeron el año pasado que no podían pagar las facturas básicas con sus salarios mínimos de u$s 15 por hora, "le escribí a Bob Iger un correo electrónico muy largo". Él la mandó a ver al jefe de recursos humanos de la compañía, quien citó iniciativas como su fondo de u$s 150 millones para la educación de los empleados. Pero Disney no se tranquilizó y le escribió un segundo correo electrónico más largo a Iger. "No obtuve respuesta, así que ésa fue su respuesta".

Ella cree que el negocio que la hizo rica es "la última compañía a la que se le puede avergonzar", y, por lo tanto, está decidida a avergonzarla. Los empleados que ganan u$s 15 por hora ganan u$s 135 por cada turno de nueve horas, dice, mientras que el salario de Iger el año pasado fue de u$s 180.000 por día. "Si sabes que el salario de u$s 135 de tus empleados no cubre alimentos, vivienda, educación, crianza de hijos y todo lo demás, y te paras junto a ellos con tus u$s180,000, ¿cómo puedes conciliar el sueño en la noche?", se pregunta ella.

Disney sabe por las redes sociales que muchas personas la rechazan como una izquierdista privilegiada cuyo pedigrí no le da derecho a opinar sobre la gobernanza de una compañía de u$s 250.000 millones.

"¿Quién creo que soy?", pregunta. "Una persona que ve algo que viola mi sentido de justicia y que lleva mi nombre".

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