

Este mes el presidente Donald Trump declaró en Miami que cancelaba la relajación de las relaciones con Cuba, un cambio histórico de la política iniciada por Barack Obama. No importa que en los primeros días de su campaña haya dicho que el acercamiento era "bueno": Trump quería atraer al decreciente número de cubanoamericanos defensores del embargo que también lo apoyan. En un teatro que lleva el nombre de un veterano de la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, el mandatario aseguró que el enfoque de Obama era "terrible y equivocado" y dijo que le pondría fin "de inmediato". La audiencia aplaudió.
Fue una exageración de lo que Trump realmente hizo _y característico de la estrategia que hasta ahora sigue hacia América latina. Incluso su compromiso de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta) puede finalmente terminar siendo mucho ruido y pocas nueces.
De hecho, lo más sorprendente sobre el enfoque de Trump hacia Latinoamérica es la gran similitud con la de Obama. En cuanto a Cuba, su nueva política aprieta las clavijas al ejército que administra las empresas más rentables del país. Les prohibe a las compañías estadounidenses negociar con GAESA, un holding militar que representa la mitad de la producción económica de Cuba. También impide a los norteamericanos alojarse en hoteles propiedad de GAESA.
Esto ayuda a todo aquel que rechace la posibilidad de que los coroneles comunistas se enriquezcan como gerentes capitalistas durante la lenta transición en Cuba hacia un sistema ajeno al de los hermanos Castro. Su eficacia es otro asunto. Mientras esté vigente el embargo, las compañías estadounidenses de todos modos no pueden formar empresas mixtas con compañías cubanas. Los estadounidenses también representan sólo una fracción de los 4 millones de turistas que visitaron Cuba en 2016.
Mientras tanto, las embajadas permanecerán abiertas, y los cruceros y aerolíneas estadounidenses seguirán operando.
Al parecer lo mismo sucede en el resto de América Latina, a pesar de las duras palabras que pronuncia Trump y su obsesión por la inmigración ilegal. Esencialmente sigue adelante la política estadounidense hacia América Central, tan golpeada por la violencia, y hacia el proceso de paz en Colombia _y hacia la deprimente Venezuela, donde EE.UU. colabora con otros importantes países de la región como Brasil para impulsar un cambio.
El régimen de Caracas presenta un problema complicado: si EE.UU. adopta políticas "imperialistas" para presionar demasiado a Venezuela, puede ser contraproducente para la región. Pero Washington advirtió la semana pasada que su "paciencia estratégica" se está agotando. Eso probablemente signifique enfocarse en figuras clave del partido gobernante y aplicarles sanciones, tal y como hizo Obama.
Mientras tanto, en México la renegociación del Nafta comienza este verano boreal. Pero hasta ahora, hay pocas señales de que Trump cumplirá sus mayores amenazas.
El día a día de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina continúa básicamente sin interrupciones. Eso es una buena noticia. La "revolución" de Trump aún puede endurecerse, tal como suele suceder con las revoluciones.
Pero por ahora, el perfil de Trump es cada vez más claro. Sube la voz pero tiene mano blanda.


