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Tres sesgos que pueden hacerte perder buenas oportunidades de inversión

Las finanzas conductuales identifican diferentes patrones de comportamiento que pueden afectar la manera en que los inversores minoristas se acercan a los mercados.

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La mayoría de los inversores privados son habitués de La Taberna de las Oportunidades Perdidas. Esta hostería tiene un perfil más bajo que El Salón de las Últimas Oportunidades. No tiene local permanente. Su cerveza amarga se sirve ad hoc.

El personal del bar es voluntario y tiene muchas caras. Hay un excolega con el que te cruzas y que resulta que vale millones en papel gracias a la compra de viviendas. Lástima que ya no haya ventajas para los novatos, dice.

Luego está la turista con la que charlas en vacaciones. Le parece divertidísimo que alguien invierta en Bolsa cuando a ella le ha ido mucho mejor comprando pólizas de seguros de segunda mano. Lástima que ahora sea un mercado saturado.

Ésta es una columna sobre las peculiaridades de los comportamientos que sesgan la inversión. Así que debemos reconocer los sesgos potenciales que se esconden tras el testimonio de conocidos casuales. Su deseo de admiración significa que revelan más decisiones buenas que malas. Mientras tanto, la muestra de inversores privados de éxito que encontramos está creada por el 'sesgo de supervivencia': los perdedores están, por definición, excluidos.

Resulta más instructivo contemplar oportunidades que no necesitamos que nos avisen para saber que las hemos ignorado. Ahí va.

Se me ocurren tres ejemplos que demuestran los sesgos identificados por los gurús de las finanzas conductuales. En los dos primeros casos, mi fracaso fue indirecto. Como autor del FT, no podía comprar acciones sobre las que escribía. Y, de todos modos, no había acciones disponibles, porque se trataba de empresas privadas. Sin embargo, podría haber anunciado a bombo y platillo el futuro éxito de estas empresas y haberme ganado algunos elogios como pronosticador.

OpenAI

El primer ejemplo es la empresa californiana de inteligencia artificial (IA). En 2021, conseguí un pase de prensa para usar su chatbot GPT-3. Me impresionó. Me di cuenta de que se trataba de un sistema con potencial para superar la Prueba de Turing: pasar por ser humano cuando interactúa con personas a distancia. Esa capacidad sería tan peligrosa como valiosa.

Podría haberme hecho pasar por inteligente. Podría haber escrito un artículo de peso proclamando OpenAI como el futuro, animando a los lectores a invertir en empresas cercanas al negocio privado.

Sin embargo, por aquel entonces había poco ruido en torno a OpenAI. Pocos expertos en inversión escribían sobre ella. Los expertos en tecnología con los que hablé decían que la empresa estaba muy lejos de hacer comercial su tecnología.

Así que copié lo que habían hecho otros periodistas. Utilicé ChatGPT para producir algo de ficción y escribí un artículo mío de color describiendo el proceso.

El resto ya lo conocen. A principios de 2023, Microsoft acordó invertir u$s10.000 millones en OpenAI.

La empresa lanzó su prueba de concepto mejorada, ChatGPT4.0, ese mismo año. Hace poco, OpenAI estaba valorada en u$s150.000 millones. Nvidia, otra beneficiaria de la exuberancia de la IA, está valorada en más de u$s3400 millones.

Me equivoqué por culpa del pensamiento de grupo [groupthink]. Pero la culpa es mía, no del grupo. Una verdadera oportunidad de inversión es, por definición, algo que usted ha detectado cuando muchos otros no lo han hecho. Por el contrario, cualquier cosa explícitamente etiquetada como "oportunidad de inversión" es principalmente una oportunidad para que una empresa de inversión te cobre algunas comisiones.

Russell Napier trató de animarme con la probable hipótesis de que el auge de la IA se dirige a la quiebra. Es estratega de inversiones y guardián de la Biblioteca de los Errores. Se trata de una auténtica institución, a diferencia de la Taberna de las Oportunidades Perdidas. Tiene su sede en Edimburgo y se dedica al estudio de los desastres financieros.

"La historia sugiere que asistiremos a un dramático freno de la inversión porque casi nadie está obteniendo un rendimiento decente de la utilización de la IA", afirma el profesor Napier. "Debería ser posible llegar más tarde y encontrar ganadores escarbando entre los escombros".

BrewDog

El segundo volumen en mi estantería de meteduras de pata es... Hace casi 20 años formé parte del jurado de unos premios empresariales del Reino Unido. La start-up cervecera artesanal era una de las candidatas.

No recuerdo quién ganó el premio nacional. Sólo recuerdo que no fue BrewDog. El cofundador James Watt subió al escenario para recibir un premio consuelo. Llevaba en alto una botella de su cerveza, como la Estatua de la Libertad con su antorcha. Su mensaje, expresado de forma mordaz, fue: "¿Subcampeón? Van a ver".

Al año siguiente, Tesco empezó a vender Punk IPA, el producto estrella de BrewDog. Se convirtió en la cerveza artesanal más popular del Reino Unido.

Un marketing provocador aumentó el reconocimiento de la marca. Una cultura empresarial cuestionable suscitó la polémica. Las últimas cuentas publicadas de BrewDog -las actuales llegan con retraso- arrojaron pérdidas. Pero las ventas anuales superaron los 321 millones de libras (u$s417 millones). No está mal para una empresa que empezó como una microcervecería de Aberdeenshire.

Pensé que BrewDog nunca pasaría de ser una pequeña empresa. Esto reflejaba el sesgo de recencia: la suposición de que las circunstancias actuales representan la normalidad y persistirán.

Por aquel entonces, la producción de cerveza en el Reino Unido estaba dominada por un puñado de multinacionales con economías de escala que producían cerveza insípida en enormes fábricas. Yo lo veía como una barrera de entrada. En realidad, constituía una oportunidad para las cervecerías artesanales. Los consumidores querían algo diferente.

¿Qué hay de la aversión a la pérdida? Al fin y al cabo, es el sesgo clave en la arquitectura de las finanzas conductuales. La teoría impulsada por Daniel Kahneman y Amos Tversky es que el dolor que nos provoca una pérdida financiera es mayor que el placer de una ganancia equivalente. Esto desincentiva la toma de riesgos.

Grupo BT

La mayoría de los inversores privados pueden pensar en ejemplos en los que les han fallado los nervios. Esto me lleva al tercer ejemplo, el grupo BT.

En febrero, escribí un análisis de la empresa británica de telecomunicaciones para un cliente privado. Opiné que la nueva jefa, Allison Kirkby, estaba bien situada para revalorizar las acciones con reformas claras y audaces. En mayo, Kirkby las esbozó. Desde entonces, las acciones han subido un 36%.

Yo no trabajaba para el FT en aquel momento y podría haber comprado acciones de BT. No lo hice. Durante años, la empresa había decepcionado a los inversores. Esto me había hecho reacio al riesgo. Estaba dispuesto a gastar tinta, pero no dinero, en un argumento alcista a favor de la empresa.

Algunos expertos, aunque reconocen la aversión a la pérdida como concepto, dudan de que se produzca con tanta fiabilidad como suelen creer los economistas conductistas. Julie Nelson, catedrática emérita de Economía de la Universidad de Massachusetts Boston, ha cuestionado inteligentemente los mitos de la elevada aversión al riesgo de las mujeres.

Afirma: "Es una simplificación excesiva pensar que existe un único parámetro que explique las actitudes ante el riesgo en todas las circunstancias".

Sin embargo, la aversión a la pérdida sigue siendo una explicación útil para muchos pecados de omisión en la inversión. Nos proporciona un marco para diagnosticar y, con suerte, reducir nuestros prejuicios cuando reflexionamos sobre ellos en La taberna de las Oportunidades Perdidas.

Que la mía sea una pinta de BrewDog, si invita.

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