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Occidente corre el riesgo de volver a caer en el limbo de Covid

Las tasas de vacunación se ralentizan conforme los estadounidenses en particular asumen que la pandemia ha terminado

Un patrón claro de los primeros 18 meses del coronavirus es que los acontecimientos superan cada certidumbre aparente. 

El último ejemplo de esto es que el Occidente -principalmente Estados Unidos y Europa occidental- está pasando a la normalidad posterior a la pandemia. Eso no está garantizado en lo absoluto. Conforme disminuyen las tasas de vacunación, el objetivo de alcanzar la inmunidad de rebaño choca con quienes se resisten a ser vacunados por razones culturales. La principal preocupación en este momento es que las nuevas mutaciones superen la capacidad de Occidente para inocular a los rezagados.

Esto ya ha hecho que el presidente Joe Biden no cumpla su objetivo de vacunar al 70% de la población antes del 4 de julio. La Casa Blanca dice que este objetivo se cumplirá unas semanas después. Pero eso podría requerir medidas que Biden y los estados han evitado hasta ahora por miedo a exacerbar las guerras culturales, como obligar a los estudiantes a vacunarse antes de volver a la escuela. A la mayoría de los países europeos les aguardan dificultades similares. Los países rezagados están alcanzando a los primeros, en parte porque estos últimos están llegando a un punto de estancamiento.

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No se debe minimizar el riesgo de que Occidente se vea obligado a un nuevo confinamiento invernal. Los gobiernos enfrentan dos grandes desafíos. El primero es navegar la ancestral batalla entre la libertad y la seguridad. Casi todas las naciones occidentales, no sólo las de habla inglesa, han optado por la persuasión sobre la coerción. Los billetes de lotería y la cerveza gratis funcionan mejor que imponerles multas a los indecisos. Sin embargo, los éxitos iniciales de la vacunación están socavando el impulso para ganarse a los rezagados de la sociedad: los jóvenes, los religiosos y diversos grupos marginados.

Estados Unidos ya enfrenta un creciente problema de oportunismo. Conforme se evapora el distanciamiento social, también se evapora el incentivo para vacunarse. Más que en ningún otro lugar, los estadounidenses han acogido la idea de que la pandemia ha terminado. Los estadios deportivos están casi a su máxima capacidad. Los restaurantes en interiores están repletos. Los barbijos se consideran elitistas en gran parte del país.

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La caída de las tasas de mortalidad reduce aún más el sentido de urgencia de Estados Unidos. La variante Delta detectada por primera vez en India puede ser mucho más contagiosa que sus predecesoras. Pero, hasta ahora, las principales vacunas de Occidente han demostrado su eficacia al mantener bajas las tasas de hospitalización. Sin embargo, el historial del virus sugiere que ésta podría ser una etapa de un viaje más largo de mutaciones. Llegar al 70% de inoculación parece factible en la mayoría de los países occidentales; alcanzar el 85% es ambicioso, y probablemente esté fuera del alcance de Estados Unidos.

Sin embargo, en comparación con subir esa colina, vacunar al resto del mundo se parece más a escalar los Himalayas. Biden y sus homólogos de las naciones del G7 recibieron aplausos a principios de este mes por su compromiso de donar 870 millones de vacunas a nivel mundial. Pero son demasiado pocas y su distribución tomará demasiado tiempo. Este año sólo se distribuirá la mitad de los 500 millones prometidos por Estados Unidos. Occidente se ha comprometido a cubrir mucho menos de una quinta parte de las 11 mil millones de dosis necesarias para vacunar al 70% del mundo. China y Rusia probablemente añadirán al menos la misma cantidad con sus vacunas, aunque con índices de eficacia más bajos. Esto representa tanto una oportunidad geopolítica perdida para Occidente como un riesgo viral para sus ciudadanos.

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El análisis de costo-beneficio es convincente. Los expertos del Fondo Monetario Internacional (FMI) estiman que costaría u$s 50 mil millones inocular a la mayor parte del mundo para mediados de 2022. Occidente tiene una oportunidad única para dejar su marca en el bienestar mundial. En febrero, Biden firmó un plan de estímulo de u$s 1,9 billones que suscitó críticas de muchos economistas quienes lo consideraron innecesariamente grande. Por apenas el 3% de esa cifra, Occidente podría ganarse la gratitud de miles de millones alrededor del mundo.

La política explica la mayor parte de los titubeos de Occidente. Los dirigentes temen los ataques populistas en contra de los grandes subsidios a los extranjeros. Sin embargo, esta precaución también conlleva riesgos. La variante Delta ya representa un tercio de las nuevas infecciones en Estados Unidos, y está creciendo en Europa. En caso de que se produzcan nuevas variantes, se avecinaría otro confinamiento invernal. Los líderes podrían despedirse de su oportunidad para reelegirse en esas circunstancias. Entonces las democracias occidentales ya no parecerían tan prudentes.

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