Mi hija la futbolista, el sexismo y el hermoso juego

Después de casi un siglo de olvido, el fútbol femenino está emergiendo. Pero persiste la misoginia en la cancha

Es una fría mañana de domingo. Estoy parada sobre pasto embarrado y mis dedos están entumecidos. A mi alrededor, un grupo de padres tratan de protegerse de la brisa; de vez en cuando golpean el suelo con sus pies para no enfriarse mientras sus hijos e hijas luchan por la gloria futbolística.


Estamos observando un experimento. La Asociación de Fútbol de Inglaterra esta temporada está organizando partidos entre niñas de hasta 12 años contra equipos de varones. Éstos son equipos de nenas de 'élite' de una recién creada estructura de talento regional, semejante a las academias de fútbol para chicos buenos en deporte. El argumento es que cuando ellas juegan contra los varones mejoran su juego -y quizás ello genere cambios de actitud.

En este partido los jugadores tienen entre 11 y 12 años. Sus alturas varían mucho; algunas de las nenas son más altas que yo, otras parecen de ocho años. Cuando suena el silbato, las niñas empiezan tímidamente, y pierden la pelota desde muy temprano. Los varones creen que será una victoria fácil. Meten un gol rápidamente y los padres de las chicas se lamentan para sus adentros.

Pero mientras los chicos celebran, ellas se despiertan. Comienzan a pasarse la pelota con mayor fluidez, corriendo literalmente en círculos alrededor de sus contrincantes y a veces empujándolos hacia un lado mientras avanzan por la cancha. Finalmente, una de las mediocampistas deja atrás a un chico mucho más alto y le hace un pase a una delantera, quien se deshace de algunos defensores y lanza un disparo poderoso que el arquero no logra detener. Es un gol hermoso. Los chicos están atónitos.

No estoy especialmente interesada en el fútbol. Disfruto verlo en algunas ocasiones, pero preferiría gastar 60 libras en el teatro en vez de hacerlo en un partido de la Premier League. Sin embargo, tengo una hija a la que le encanta jugar, así que a regañadientes me uní a millones de personas de todo el mundo y me he convertido en una "mamá futbolera".

Ser una chica futbolista es algo especial, al menos en el Reino Unido. Los partidos infantiles acá están dominados por los chicos, y es muy raro ver una niña entre ellos. En el parque cercano a mi casa, los organizadores están intentando reclutar niñas, pero son pocas las que vienen. Las que vienen tienen que ser lo suficientemente resueltas como para obviar el hecho de que podrían ser las únicas niñas en sus equipos.

Desde los siete años, mi hija, ahora de 12 años, ignoraba el sexismo de los entrenadores de otros equipos ("que no les gane un mujer"), me hizo cortarle el cabello corto para que pareciera un varón y continuó jugando con sus amigos, que solían ser chicos.

La mayoría de sus actuales compañeras de equipo también jugaban con los chicos, a menudo, hermanos o amigos. "Los equipos de chicas no eran muy buenos, así que era aburrido", me dijo una de ellas. Al igual que mi hija, ella no parece advertir los comentarios hechos al paso como "patear como una nena" o las burlas por no entender la regla del offside.

El juego femenino en Gran Bretaña ha adquirido mayor importancia durante la última década. Al equipo nacional de Inglaterra, apodado las Lionesses, le fue espectacularmente bien en la Copa del Mundo de 2015, superó a Alemania y se quedó con el tercer lugar (el mejor resultado de un equipo inglés desde la victoria de los hombres en 1966). Más de 30.000 personas vieron el partido en el que el Arsenal derrotó al Chelsea en la final de la Copa Femenina de Asociación de Fútbol en Wembley en mayo pasado.

Pero aún existe un desagradable trasfondo de misoginia. Una entrenadora, a quien desalentaron tanto de jugar al fútbol cuando era joven que sólo lo retomó a la edad de 30 años, me dice que a menudo la abuchean en el transporte público si va vestida de futbolista.

Eva Carneiro, la doctora del equipo del Chelsea que fue criticada por José Mourinho por intentar atender a un jugador caído en 2015, afirmó en un reclamo laboral que fue resuelto el año pasado que el club no hizo nada para detener los cantos sexistas dirigidos a ella durante los partidos como equipo visitante contra el Manchester United y el West Ham.

Aún así, la Asociación de Fútbol se dio cuenta tarde que "el futuro es femenino" (para usar las palabras del desacreditado ex presidente de la FIFA, Joseph Blatter, que también instó a las jugadoras a usar shorts "'más apretados" para aumentar la popularidad del juego). La Asociación de Fútbol aumentó la inversión anual en el fútbol femenino en 16% a 17,7 millones de libras el año pasado y quiere duplicar el número de mujeres y niñas que juegan en todos los niveles

Mi hija de 12 años se deleita mostrando sus habilidades técnicas a los varones, diciéndoles que "deben respetar a las chicas como jugadoras'. Pero ella y sus compañeras de equipo en la mayoría de los casos sólo quieren adversarios dignos. "Prefiero perder ante un buen equipo de muchachos que ganar 10 a 1 cada semana contra las chicas", dice ella.

En la segunda mitad del partido, los chicos parecen haberse dado cuenta de que están compitiendo contra adversarios serios y ya no parecen tan complacientes. Hay muchos empujones y varias faltas por ambas partes.

El entrenador de los varones comienza a gritarle a su equipo. Pero las chicas son técnicamente superiores. Al final, a pesar de fallar varios tiros al arco, ellas ganan 3 a 2. Los chicos están totalmente desanimados. Uno de ellos está tratando de no llorar.

Para las chicas, es una importante primera victoria. Han perdido regularmente sus partidos, su capacidad técnica ha sido superada por la velocidad y la agresión de sus adversarios. Todas embarradas y sonrientes, pasan a nuestro lado y chocan nuestras manos, como hacen después de cada partido. Estoy extraordinariamente orgullosa de ellas y optimista sobre el futuro del deporte.

Luego, uno de los padres de las nenas gira y pregunta si mezclar los géneros es una buena idea. Los chicos podrían desmoralizarse si pierden regularmente frente a ellas, me dice, y me doy cuenta de que todavía hay mucho camino por recorrer.

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