Mario Draghi reconoce que se moderó crecimiento de la UE

Desde que retrocedió la crisis de la deuda soberana, la reactivación económica de la eurozona ha sido uno de los acontecimientos más sorpresivos y gratificantes de la economía mundial.

La región, que con frecuencia es considerada una zona de desastre económico, logró mantener una expansión robusta durante más de cinco años, y en 2017 registró su tasa de crecimiento más alta en una década.

Por lo tanto, fue una desagradable sorpresa que una serie de datos, incluyendo la producción industrial y los indicadores de confianza de las empresas, sugiera que la recuperación podría estar flaqueando.

Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), intentó transmitir tranquilidad al asegurar que el motivo sería una combinación de efectos temporarios. En cualquier caso, si la desaceleración empeora, se puede confiar en que muy probablemente Draghi y el BCE responderán de la manera correcta.

Lo mismo no puede decirse de los políticos encargados de renovar la tambaleante arquitectura de la moneda única. Corren el riesgo de desperdiciar la oportunidad de hacer una reforma fundamental en un momento de prosperidad ya que tendrán menos tiempo para hacerlo de lo que se preveía antes.

No está exactamente claro qué estaría provocando el menor ritmo de expansión, a menos que la recuperación de la eurozona esté desafiando el sentido común económico y experimentando una muerte por vejez. Si así fuera, sería un fallecimiento algo prematuro. Como resultado de la inadecuada respuesta inicial del BCE frente a la crisis financiera global, y de que la crisis de la deuda soberana posteriormente descarriló el crecimiento, la recuperación está encaminada desde hace mucho menos tiempo que, por ejemplo, en Estados Unidos.

Definitivamente, la desaceleración económica no fue el resultado de la política monetaria. A diferencia de la Reserva Federal norteamericana, el BCE no empezó a desarmar su programa de flexibilización cuantitativa, ni hablar de subir las tasas de interés. Si bien el euro se apreció en la segunda mitad de 2017, sólo se ubica 5% por encima de su base ponderada por el comercio, comparado con un año atrás.

En cualquier caso, el BCE debe estar preparado para dar marcha atrás con sus planes de retirar el estímulo, si fuera necesario.

Felizmente, hay señales de que lo hará. La reunión del consejo de gobierno del BCE ayer reiteró su promesa de mantener el programa de compra de activos al menos hasta septiembre, y pocos dudan de que el banco central vaya a cometer errores del lado de la política blanda, si es que ve prolongadas señales de debilidad.

La recuperación de la eurozona le debe mucho a la conducta ejemplar de Draghi en cuanto a la política monetaria como presidente del BCE: sería muy raro que ahora empezara a cometer errores.

No está tan claro que los políticos vayan a demostrar destreza. Su tarea es tomar las medidas necesarias para evitar que se repita la crisis de la eurozona.

Cualquier esperanza puesta en que la elección del enérgico reformista Emmanuel Macron de Francia haría una gran diferencia en el debate sobre el gobierno de la eurozona ahora es mucho menor.

Los planes expansivos del presidente para que la eurozona tenga su ministro de finanzas y presupuesto chocaron contra la misma pared en Berlín que antes. Tampoco las acciones se ajustaron a la retórica sobre la creación de una unión bancaria, por lo que la vinculación que existe entre la crisis bancaria y la crisis de deuda soberana sigue siendo una amenaza.

Desafortunadamente, el problema no es sólo falta de voluntad política sino también el desacuerdo fundamental sobre las causas de la crisis. Quizas los gobiernos de la eurozona necesitan pasar por otra gran crisis antes de descubrir la verdadera naturaleza y tamaño del problema y actuar en concordancia.

Temas relacionados
Más noticias de UE

Las más leídas de Financial Times

Destacadas de hoy

Noticias de tu interés