Durante el verano boreal, los mercados financieros no dejaron de hablar de un cuento de hadas: Ricitos de Oro.
Los datos económicos clave no eran ni demasiado calientes ni demasiado fríos, sino lo justo, como la avena que probaba en el cuento la valiente heroína homónima. Las cifras de empleo e inflación fueron lo suficientemente brillantes como para sugerir que la economía estadounidense, en particular, estaba resistiendo con éxito la intensa campaña de subas de tasas de interés de la Reserva Federal, y lo suficientemente aburridas como para sugerir que el banco central podría no necesitar hacer mucho más antes de que la inflación vuelva a su cauce.
Ahora, el verano ha terminado y los inversores han recordado que, al final de la historia de Ricitos de Oro, una niña pequeña se lleva un susto de muerte cuando unos animales hostiles la persiguen por el bosque. Por supuesto, la niña roba un poco de avena, rompe una silla y ejerce brevemente sus derechos de ocupante ilegal en una cabaña del bosque, pero en última instancia, los ganadores de este cuento son los osos.
Lo mismo ocurre en los mercados. El índice de referencia S&P 500 registró en agosto su primera caída mensual desde febrero, y los primeros días de septiembre han sido débiles a ambos lados del Atlántico. Hemos alcanzado, según el estratega Bhanu Baweja y sus colegas de UBS, el "Pico de Ricitos de Oro".
El precio del petróleo contribuye a subir los nervios. El crudo Brent superó los u$s 90 el barril por primera vez desde noviembre, después de que Arabia Saudita y Rusia dijeran que ampliarían los recortes de suministro. El barril de referencia ha subido una cuarta parte desde junio, reavivando la preocupación de que el cuco de la inflación haya caído, pero no desaparecido.
De repente, la historia que los inversores se cuentan a sí mismos para entender lo que traman los volubles mercados ha cambiado. ¿Debería importar? Podría decirse que no. Pero cuando todo el mundo está tratando de detectar cómo y cuándo el crecimiento y la inflación darán paso a una elusiva recesión económica en Estados Unidos, sí importa. "Es un mercado impulsado por la narrativa", afirma Salman Ahmed, responsable mundial de macroeconomía y asignación estratégica de activos de Fidelity International.

Durante los dos últimos meses, la narrativa principal se ha centrado en un aterrizaje suave [soft landing], en el que los bancos centrales consiguen domar la inflación sin quemar puestos de trabajo ni desencadenar un grave retroceso económico.
Sin duda, los pesimistas se equivocaron este año. EE.UU. ha esquivado cómodamente la recesión y los mercados bursátiles se han disparado, desafiando las expectativas de caída. Ahmed se complace en admitir que cometió el mismo error, al renunciar en junio a su pronóstico de recesión para 2023. Pero sigue convencido de que el daño de la agresiva serie de subas de tasas de interés de la Reserva Federal llegará.
Hasta ahora, la renta variable orientada al crecimiento y los segmentos de riesgo de los mercados de bonos corporativos -aún respaldados por el exceso de liquidez en el sistema financiero y el entusiasmo en torno a la inteligencia artificial- han funcionado como si las subas de tasas que hemos visto hasta ahora no importaran realmente. Es difícil imaginar que eso pueda durar para siempre, sobre todo cuando todas esas empresas más tambaleantes que se dieron una panzada con el dinero barato tras la pandemia de Covid, vengan a refinanciar esa deuda a tasas más altas en el próximo año o dos.
Por si fuera poco, las dificultades ya son evidentes en Europa, donde las Bolsas se han estancado y el euro lleva semanas cayendo a cuentagotas frente al todopoderoso dólar. "Europa se encuentra en un momento interesante y en una situación complicada", afirma Gustavo Madeiros, director de investigación de Ashmore. "El impacto de las alzas se siente mucho antes en Europa, donde la gran mayoría de los préstamos son bancarios a corto plazo". La drástica reducción de las tasas de interés en Polonia podría servir de advertencia sobre lo que está por venir en los mercados más desarrollados.
De repente, a los actores del mercado les resulta más fácil enumerar razones para la cautela. El precio del petróleo es una de ellas. El repunte de los precios del gas en Europa también provoca una sensación de déjà vu. Es evidente que la economía china está sometida a tensiones, lo que aumenta la presión sobre el crucial sector industrial alemán. Incluso Apple -considerada una especie de acción de refugio en los últimos años- cayó un 7% después de que las autoridades chinas presionaran a los empleados del Estado para que dejaran de utilizar iPhones. Esto supone un golpe de u$s 200.000 millones y un gran desafío para los mercados estadounidenses, que dependen en gran medida de un pequeño grupo de acciones tecnológicas.
Incluso las buenas noticias son malas ahora. Los datos del miércoles, que mostraban que el sector de servicios estadounidense goza de una salud sorprendentemente mala, golpearon a las Bolsas porque a los inversores les preocupa que la Reserva Federal aún no haya hecho lo suficiente para mantener la inflación a un nivel más bajo de forma duradera. En cambio, es probable que tenga que mantener la presión durante más tiempo.
Todo esto recuerda bastante a 2022, un año terrible para los inversores que tuvieron que lidiar con el hundimiento de las acciones y la caída de los precios de los bonos. Esta vez es diferente, en el sentido de que la suba del 13% de las acciones mundiales en lo que va de año ofrece un colchón, al igual que los elevados rendimientos incluso de la deuda pública más segura.
Si se está dispuesto a mantener esos bonos hasta su vencimiento, no hay de qué preocuparse. Pero el Bank of America señaló esta que vamos camino del tercer año consecutivo a la baja para el bono del Tesoro estadounidense a 10 años, una racha perdedora sin precedentes en los 250 años de historia de la república estadounidense.
A menos que la renta variable consiga un final de cuento de hadas para este año, 2023 podría volver a ser monótono.



