EN LAS ÚLTIMAS ELECCIONES LOCALES NO LOGRÓ RETENER LA CAPITAL TURCA ANKARA Y EST A UN PASO DE PERDER ESTAMBUL

La crisis económica jaquea el poder del presidente turco Erdogan

En los actos de campaña que hizo durante dos meses por todo el país, Recep Tayyip Erdogan gritaba que las elecciones municipales del domingo eran "una cuestión de supervivencia" para Turquía. La amenaza era que una red de conspiraciones locales y extranjeras buscaban derrocar al presidente y desmantelar al país como potencia musulmana. Después de perder la capital, Ankara, y muy posiblemente Estambul, la metrópolis donde Erdogan inició su carrera política como alcalde en 1994, no puede sentir que ganó esta batalla.

Perder la capital para él no es igual que perder Estambul, el corazón de Turquía. Tras haber sido su alcalde hace muchos años, él cree que el país no se puede gobernar sin tener el control de la ex capital ottomana. "Si tambaleamos en Estambul perdemos nuestra posición en Turquía", dijo su partido neo islámico AKP después del referéndum de 2017 que convirtió la democracia parlamentaria de Turquía en un sistema presidencial.

Erdogan ganó el referéndum y las elecciones presidenciales y parlamentarias el año pasado, que formalmente consagraron sus nuevos poderes pero su mayoría fue reducida. Estambul, al igual que en 13 de 20 ciudades que juntas representan dos terceras partes de la producción económica de Turquía, votaron en contra.

Es por eso que este presidente aparentemente todo poderoso, que se reúne regularmente con el presidente Vladimir Putin de Rusia y se lo conoce por pelearse con el presidente de EE.UU. Donald Trump, considera que son cruciales los comicios municipales. El corte de la reciente cascada de carreras electorales hasta 2023 debería darle a Erdogan un respiro. Sin embargo, su carácter sugiere que este candidato consumado seguirá en un permanente pie de guerra.

Él y su partido, pese a sus antecedentes electorales sin igual, siempre exhibieron una peculiar bipolaridad política. El AKP es simultáneamente el partido gobernante y un movimiento opositor, una nueva élite de outsiders con raíces islámicas que aún siente que no es aceptada por el viejo establishment laico de Turquía.

Esa polarización explica en parte por qué más del 84% de los votantes se dio vuelta en estas elecciones locales, una demostración de resiliencia democrática y de divisiones en la identidad turca que Erdogan hace tiempo se atrevió a monopolizar. Una oposición inusualmente unificada, encabezada por el partido de centroizquierda CHP de Mustafa Kemal Ataturk, fundador de la república turca, no sólo se quedó con Ankara y muy posiblemente con Estambul, sino una serie de bastiones urbanos y costeros. Un partido de izquierda pro kurdos arrasó en el sudeste mayormente kurdo.

Erdogan reaccionó ayer a este revés con palabras tranquilizadoras de un hombre que evalúa la situación, especialmente respecto a la economía. Su modelo de crecimiento alimentado por el crédito basado en la construcción y el consumo se resquebrajó por la crisis cambiaria del año pasado. El crónico déficit comercial momentáneamente se redujo como resultado de la recesión, que elevó del desempleo, hizo caer la lira y subió la inflación. El intento del presidente de describir eso como un complot internacional tranquilizó a los inversores pero no a sus votantes.

El foco puesto en la ideología islámica del AKP minimiza en qué medida su éxito depende del crecimiento económico y de la distribución de sus beneficios.

Erdogan no sobrevivió todos estos años por casualidad, o quedándose callado. Por todo el poder que tiene, quizás ahora se vea obligado a repensar la situación. Su poder está mermando.

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