Financial Times: el coronavirus expuso todas las disfunciones de la sociedad

En el nuevo contrato social se observa un excesivo apalancamiento de las empresas, la decepción de los millennials occidentales, la evasión de impuestos corporativos y salarios bajos en actividades esenciales

Estamos viviendo en una era de múltiples crisis: el Covid-19, una crisis de desilusión económica, una crisis de legitimidad democrática, una crisis de los espacios comunes mundiales, una crisis de relaciones internacionales y una crisis de gobierno global. No sabemos cómo lidiar con todas ellas. Esto se debe, en parte, a que es difícil desarrollar las ideas necesarias para lograr reformas. Sin embargo, es aún más difícil porque la política no puede brindar los cambios necesarios.

En el nuevo contrato social se observan varias disfunciones: el excesivo apalancamiento de las empresas, las decepciones de los millennials occidentales, la evasión de impuestos por parte de las empresas y el bajo salario de muchas de las personas de quienes hemos dependido durante la crisis del Covid-19. Hay también disfunciones a largo plazo, como la erosión de la clase media y la disminución de la confianza en la democracia, especialmente en Estados Unidos y en el Reino Unido.

En 1944, se publicaron dos influyentes libros escritos por emigrados de Viena. Uno, Camino de servidumbre, de Friedrich Hayek, presentaba argumentos en contra de la marea entrante del socialismo. El otro, La gran transformación, de Karl Polanyi, insistía en que esta marea era el ineludible resultado del libre mercado del siglo XIX. Ambos libros contienen verdades. Pero, si queremos entender lo que está sucediendo hoy, Polanyi parece ofrecer la mejor guía. Y, si deseamos evitar una crisis política, no debemos tratar de suprimir los mercados, pero definitivamente debemos moderar sus tempestades.

En el Reino Unido, ese reto fue reconocido en aquel entonces por dos grandes pensadores: John Maynard Keynes, quien se enfocó en la estabilización macroeconómica, y William Beveridge, quien desarrolló el plan para un Estado de bienestar. Gran parte de nuestro debate actual es, nuevamente, acerca de cómo apoyar la seguridad económica. Las respuestas de nuevo tendrán que integrar la macroeconomía y la microeconomía. Éstos son los dos elementos económicos centrales en la renovación de la idea de ciudadanía.

Hay nuevas ideas que merecen ser consideradas seriamente. Yo destacaría la necesidad de hacer que las economías sean menos dependientes de la deuda, en parte redistribuyendo los ingresos. Otras ideas se concentran en combinar alto empleo con mayor seguridad personal. Otras se enfocan en la reforma fiscal, incluyendo la creación de impuestos sobre el patrimonio. Otras se centran en la necesidad de reformar el gobierno corporativo. Otras nuevamente enfatizan la necesidad de promover la competencia. A nivel mundial, el inicio de la pandemia del Covid-19 nos ha recordado la necesidad de la cooperación, al igual que el desafío que representa el cambio climático. Estas ideas exigen una alianza entre la política y la experiencia, tanto a nivel nacional como global.

Durante los años entre las dos guerras -que fue un período de angustia y división comparable al actual- la política produjo tipos de líderes y de relaciones entre países que imposibilitaron hacer cualquier cosa que fuera ambiciosa. La Liga de las Naciones fracasó. El mundo se recuperó sólo después de pasar por el 'horno' de la guerra. Incluso entonces, hizo falta que comenzara la Guerra Fría para que EE.UU. lanzara el Plan Marshall, lo cual inició la recuperación europea.

Las ideas nunca son suficientes. Tiene que haber consenso, particularmente en las democracias, en cuanto a lo que se necesita. Fue Jimmy Carter, no Ronald Reagan, quien nombró a Paul Volcker, el 'asesino' de la inflación; y fue James Callaghan, del Partido Laborista, y no Margaret Thatcher, quien declaró en 1976 que "el acogedor mundo que nos dijeron continuaría por siempre -donde el pleno empleo estaría garantizado con la lapicera del canciller- ese acogedor mundo ya no existe". Los enemigos externos muchas veces aseguraron la unidad nacional y consolidaron las alianzas. Pero, incluso si esto pudiera funcionar actualmente, empeoraría aún más nuestras amenazas globales.

En la actualidad, desgraciadamente, la fuerza más potente en la política mundial es un autoritarismo nacionalista, como lo fue en el período de entre las guerras. A excepción del régimen chino, la característica común de estos autócratas es el desempeño del poder personal. Los líderes tienen poco interés en la complejidad de las políticas que tienen un propósito. En cambio, le ofrecen retórica incendiaria a sus seguidores. El debate sobre el Brexit fue un buen ejemplo. Mientras tanto, el sentido dominante de la política de izquierda no está en las políticas sino en la identidad, aplicada en contra de las ideologías conservadoras de la derecha. Con una política como ésta, las posibilidades de que se logre un consenso en que debe haber un mundo mejor en múltiples dimensiones parecen mínimas.

Sin embargo, la situación no es desesperanzadora. La política de algunas democracias todavía parece sana y efectiva. La Unión Europea parece estar uniéndose, por fin. La total incompetencia de los populistas extremos al menos se ha vuelto evidente. Tal vez, numerosos miembros de la tradicional clase trabajadora comenzarán a ver al presidente estadounidense Donald Trump como el fraude que es.

Quizás es posible que una coalición de reformadores radicales, pero sensatos, resurja para rediseñar las políticas nacionales y la política global. Quizás, la crisis del Covid-19 en sí servirá de catalizador. Pero se necesitará tanto voluntad como talento para crear nuevas coaliciones de ideas y de intereses. Al final, el cambio siempre se trata de política. Las políticas proponen y la política dispone.

Temas relacionados
Más noticias de millennials

Las más leídas de Financial Times

Destacadas de hoy

Noticias de tu interés