Es difícil exagerar el significado de las elecciones legislativas venezolanas. Por primera vez desde que Hugo Chávez tomó el poder en 1999, la oposición ganó una lucha política; y no sólo ganó sino que triunfó: obtuvo 107 de las 167 bancas de la Asamblea Nacional contra los 55 del gobierno chavista y quedan dos por definir.

Lo más importante de todo es que parece que se tolerará esta victoria, algo que no se da por hecho en Venezuela.

El resultado deja a la oposición una coalición de cuatro partidos bajo la sigla MUD apenas por debajo de la mayoría de dos tercios necesarios para lanzar un referéndum revocatorio que podría acortar el mandato del Presidente Nicolas Maduro y abrir un camino hacia la total transición política que piden a gritos los inversores y gran parte de la población.

Sin embargo, habiéndose asegurado una mayoría de tres quintos, MUD tiene el poder de remover ministros y, por lo tanto, ejercer mucha presión sobre el gobierno. También puede aprobar y potencialmente cambiar el presupuesto, aprobar o no mayor gasto para la administración y fijar límites de deuda para eso.

En teoría, además puede reformar las leyes que rigen el banco central y el tipo de cambio, tomar el control de varias comisiones y presionar por una mayor transparencia en las estadísticas y finanzas del gobierno.

Por supuesto que el gobierno no va a aceptar esto sin protestar. Seguramente usará los tribunales para revocar decisiones de la nueva Asamblea Nacional y bien puede usar las próximas semanas para hacer que el viejo parlamento apruebe una ley que permita al presidente gobernar por decreto el año próximo.

Eso sería indignante para la oposición. También se corre el riesgo de provocar una mayor parálisis de políticas y tensiones sociales en un momento en que la economía ya está en caída libre con generalizados faltantes de productos y un galopante nivel de inflación de 240%.

Pero aún es mejor que el escenario alternativo (que para muchos expertos no era totalmente disparatado): que una victoria de la oposición provocara una dura reacción autoritaria por parte de Maduro o hasta un golpe de estado. Sin embargo, en este momento parece que el chavismo está demasiado fracturado internamente y el presidente, demasiado débil y desacreditado para recibir ese tipo de respaldo. De hecho, señala Medley Global Advisors, un servicio de investigación de Financial Times, hay chavistas que no quieren saber nada con el chofer devenido su líder y están dispuestos a trabajar con la oposición.

La pregunta es por qué los activos venezolanos no reaccionaron más alegremente. Los bonos tuvieron un alza el lunes pero sólo regresaron a sus niveles de hace un mes. El mercado de acciones sí saltó un 10% pero su sorprendente alza de este año, casi 240%, refleja el hecho de que en una economía mayormente cerrada, las acciones son sólo una clase de activo que brinda cobertura contra la inflación (el mismo efecto puede verse en Argentina).

La respuesta es que si bien la victoria de la oposición es muy positiva para los activos venezuelanos en el mediano y largo plazo, en el corto crea considerable incertidumbre. Henrique Capriles, uno de los líderes de la oposición, ya declaró la intención de reabrir las discusiones sobre el presupuesto 2016. Queda claro que la nueva Asamblea tratará de reducir la financiación a los militares, a varios fondos del gobierno con fines ilegales y al presidente en persona. Pero en la estampida por los escasos dólares tan necesarios para pagar las importaciones del sector privado y reducir los faltantes un blanco evidente es el servicio de la deuda internacional.

Si bien Chávez y Maduro a duras penas cumplían con las obligaciones externas de Venezuela, la oposición bien puede decidir priorizar a los votantes locales por sobre los tenedores de bonos internacionales, y eso limita cualquier recuperación de los bonos. Irónicamente, un default quizás sea uno de las medidas en el camino hacia la estabilidad económica y política y la rehabilitación internacional.