El hombre fuerte de Turquía acelera el derrumbe de la lira

La lira turca está en caída libre. Ya había retrocedido más de 35% en el año cuando el viernes tocó mínimos récord, superando al peso argentino como la moneda que peor desempeño tuvo en 2018. Cuanto más se derrumba la lira, mayor es la posibilidad de que se produzca una crisis de balanza de pagos, de que las compañías no puedan pagar sus deudas en moneda extranjera y que el sector bancario sufra una debacle.

 

Estaba dentro de las facultades del presidente Recep Tayyip Erdogan pisar el freno. Hasta ahora, su desafiante reacción poco ortodoxa de culpar de la crisis a la guerra económica, pedir a los ciudadanos que intercambien oro y dólares por liras, y hasta mencionó a Dios, ha espantado aún más a los mercados.

Éste no es sólo problema de Turquía. El derrumbe de la economía turca conllevaría grandes riesgos de contagio en Asia y Europa, donde los precios de las acciones de los bancos expuestos a la deuda turca también cayeron el viernes. La debacle de la lira ya está golpeando a las moneda de los mercados emergentes en general.

Los riesgos geoestratégicos de esta crisis, descriptos por Erdogan como obra de conspiradores occidentales, no son menos importantes. Turquía está apuntalando su estabilidad política en Europa al albergar a millones de refugiados sirios. Como miembro de la OTAN hace poco cumplió un vital rol de apoyo a los intereses estratégicos de Estados Unidos en Medio Oriente. Las relaciones de Europa con Ankara están muy tensas. Con Estados Unidos, ahora se están quebrando.

La economía sobrecalentada y sobreapalancada hace tiempo que es vulnerable. Lo que sacude los mercados es la reciente confluencia de acontecimientos. El jueves, los funcionarios turcos volvieron de Washington sin haber convencido a Estados Unidos de no sancionar a los ministros de Justicia y del Interior por la detención de norteamericanos, incluyendo un pastor de Carolina del Norte residente en Turquía acusado de haber participado del fallido intento de golpe en 2016. Lo que ha intensificado los temores de los inversores es la arbitraria toma de decisiones en Ankara y la personalización del poder por parte de Erdogan. Un ejemplo de esto último fue la designación del yerno del presidente Berat Albayrak como reemplazo de un respetado ministro de Finanzas.

Para tener alguna esperanza de detener la caída de la lira, el viernes en un discurso programado, Albayrak tendría que haber mostrado un giro tangible de política. Debería haber mostrado, si no voluntad de recurrir al FMI al menos adoptar el tipo de programa de ajuste fiscal que el FMI recomendaría. Además, el banco central tenía que demostrar su independencia frente a la resistencia del presidente, elevando las tasas de interés de manera sustancial. En cambio, el presidente y su ministro de finanzas no ceden.

En una ruptura sin sentido con la anterior política estadounidense de tratar de resolver las crisis financieras en vez de profundizarlas, el presidente Donald Trump le echó sal a las heridas. Estados Unidos subirá los aranceles al acero turco a 50% y elevará a 20% los del aluminio, tuiteó mientras hablaba el ministro de finanzas de Ankara. Esa intervención no sólo aceleró el derrumbe de la lira, el más abrupto en 20 años, también reforzó el reclamo de Erdogan en torno a que es una víctima de complots externos.

Las opciones que existen ahora son duras. O el hombre fuerte de Turquía recula y busca un compromiso. O se viene una peor ruptura con Occidente, y una profunda crisis económica.

La temprana popularidad de Erdogan derivó en parte del éxito que tuvo su gobierno en aliviar la pobreza. Al haberse librado, por medio de un referéndum constitucional, de un primer ministro y al haber acumulado poderes ilimitados, cargará solo con la culpa de cualquier marcha atrás. A diferencia del presidente Vladimir Putin en Rusia, no tiene petrodólares a los cuales recurrir. Nadie ganará con sus intentos de resistir.

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