

La vieja política de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que dividió al cartel y debilitó su influencia en el mercado en la década de los 90, parece haber vuelto inesperadamente después de una década de ausencia.
Las asperezas que hicieron descarrilar la reunión de ayer tienen consecuencias que van más allá de no haber podido acordar el aumento en la producción que pedía Arabia Saudita, pero al que se oponían países como Irán y Venezuela. Esto indica que la visión, más moderada, de Riad sobre cuál debería ser el precio actual del crudo tiene menos peso en un grupo que ahora está más influenciado por Teherán y Caracas.
“Esta es la peor división que se ve en la OPEP en más de diez años, pero las diferencias no son tan grandes como las de los años 90”, comentó David Kirsch, un director de investigaciones de mercado de la consultora PFC Energy que es un veterano observador del cartel.
El colapso en las negociaciones se produjo en un momento de tensiones políticas en Medio Oriente y el norte de frica, que gravitaron sobre el encuentro. La relación entre Arabia Saudita e Irán se agrió últimamente porque los militares sauditas apoyan al gobierno de Bahrein. Además, Libia está fraccionada tras el levantamiento contra Muammar Gadafi, y Qatar y los Emiratos Unidos Arabes apoyan a los rebeldes libios.
El resultado de todo esto es que los países consumidores ya no pueden esperar que la OPEP siga el liderazgo de Arabia Saudita, con lo que los precios del petróleo podrían subir más abruptamente a la menor señal de perturbación geopolítica.
En realidad, el fracaso de la reunión hace suponer que la mayoría dentro del cartel considera que los precios por encima de u$s 100 el barril son un nuevo piso, y no un techo. Aunque es evidente que a Venezuela e Irán no les gusta EE.UU., su preferencia por los precios más altos tiene más que ver con sus economías internas y la necesidad de respaldar el gasto social.
Sin embargo, describir lo ocurrido como una derrota para Arabia Saudita puede llevar a engaño. Es cierto que Ali Naimi, el ministro de Petróleo saudita que es el tradicional líder de facto del cartel sufrió un revés personal. Bajo su liderazgo, la OPEP sorteó con éxito reuniones en Madrid, La Haya y Riad, en 1998 y 1999, en las que se logró separar la política interna de cada país del negocio de la gestión del mercado petrolero.
A Naimi le gustaba decir que la OPEP era un grupo “tecnocrático” en el que las naciones se concentraban en la oferta y demanda de crudo, en lugar de jugar a hacer política con los precios del petróleo. Por eso creció la influencia del cartel, que controla 40% del suministro global. Pero aunque esto ya no sea cierto —al dejar la sede de la OPEP, en Viena, Naimi declaró que esta fue “una de las peores reuniones” que han tenido nunca— es probable que sea Arabia Saudita la que diga la última palabra, tanto en los precios como en el suministro.
Pese a su efecto psicológico sobre el mercado, el colapso de la reunión también tuvo como consecuencia el entierro del sistema de cuotas que gobernaba el nivel oficial de producción del cartel desde 1986, lo que le da a los sauditas luz verde para producir lo que quieran. Si Riad inunda el mercado, puede hacer caer los precios. En cierto sentido, fue Naimi el que hizo caer las negociaciones después de no obtener el incremento en la producción que Riad pedía. En lugar de renegociar las cuotas, Arabia Saudita forzó un no acuerdo que le da a mano libre para controlar el mercado.


