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La odisea de una turista para cambiar dólares en Argentina

Con una inflación del 95%, los dólares son muy demandados, aunque cambiarlos por pesos no es nada fácil.

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Todos los dólares son iguales, pero algunos lo son más que otros. Al menos ése es sin duda el caso en Argentina, donde un solo billete de u$s 100 compra más pesos que dos billetes de u$s 50 o, peor aún, que 20 billetes arrugados de u$s 5.

Mis amigos argentinos habían sido inequívocos cuando me dirigía hacia ellos: viví al día y viví al dólar. Dejá tu tarjeta de crédito en la billetera, no te acerques a un cajero automático y vení armada con dólares en efectivo que puedas cambiar a pesos. No cualquier dólar, billetes de u$s 100. No exageraban.

Mantener la moneda local en una economía que experimenta una rápida inflación es más bien como intentar bajar por una escalera mecánica que va en subida o, como dice Agustín Arias, propietario de una de las estancias más antiguas del país, El Bordo de las Lanzas, cerca de Salta, en el norte: "los precios suben por el ascensor y los sueldos por la escalera".

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Para los argentinos, la inflación de dos dígitos que aflige a Gran Bretaña parecería un error de redondeo. La inflación, que alcanzó 3000% en 1989, llegó el año pasado a 95%, un máximo de tres décadas. Escuché hablar de un hombre que empapeló sus paredes con billetes de $10 porque era más barato que comprar papel pintado. Para echar sal en las heridas, el Presidente Alberto Fernández afirmó en enero que gran parte" de la suba de precios "es autoconstruida, está en la cabeza de la gente". Tal vez sea un poco exagerado cuando los precios aumentan entre 4% y 6% mensual en promedio.

Dólar blue vs. dólar MEP 

La inflación está tan arraigada en la vida cotidiana que los argentinos hablan de ella del mismo modo que los ingleses hablan del tiempo. Para protegerse de la pérdida de poder adquisitivo, los argentinos compran dólares. En 2020, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) estimó que los argentinos tenían u$s 170.000 millones en efectivo en el país, es decir, el 10% de todos los dólares en circulación del mundo y una quinta parte de los que hay fuera de Estados Unidos.

Acumular dólares -el proverbial guardar dinero abajo del colchón- es un pasatiempo nacional que se graba en la mente desde una edad muy temprana. Una tarde, cabalgo con Arias por los campos de tabaco cercanos a El Bordo, con el gaucho de la estancia, José María Gallardo, cuando Arias me cuenta que su hijo de siete años recibió hace poco un billete de $1000 (menos de u$s 3) del Ratón Pérez. El niño anunció inmediatamente que necesitaba convertir los pesos en dólares.

Por supuesto, desde la perspectiva del viajero, la rápida inflación de la moneda local juega a favor porque significa que sus dólares cotizarán cada vez más a medida que avanza el viaje. Pero para aprovecharse de ello, hay que cambiar billetes de u$s 100 a medida que se necesitan. Y esto no es del todo sencillo.

A diferencia de la mayoría de los otros países, Argentina tiene un tipo de cambio vinculado artificialmente, lo que significa que se fija por mandato del Gobierno y no por la demanda del mercado. Los controles de capital se han levantado y reintroducido varias veces en las últimas décadas. En 2019 restringieron a los argentinos a comprar u$s 200 al mes al tipo oficial, incluidas las compras con tarjeta en moneda extranjera, y hacen muy difícil mover dinero fuera del país. (No es de extrañar que muchos de ellos vean las criptomonedas como una apuesta más segura que su propia moneda).

El mercado negro de divisas -que se negocia en casas de cambio o cuevas ilegales y se denomina confusamente 'dólar blue'- forma parte de una gran economía subterránea. En estos momentos, el tipo de cambio del blue es tan fuerte que, si se evita utilizar el tipo oficial, se puede duplicar el dinero. Para intentar sacar tajada de los miles de millones de dólares de ingresos turísticos que se pierden cada año en la economía informal, el banco central puso en marcha a fines del año pasado una tasa preferencial para turistas extranjeros. Esto significa que los pagos realizados con tarjetas de crédito extranjeras utilizan el tipo de cambio del dólar MEP (Mercado Electrónico de Pagos), que es ligeramente peor que el tipo de cambio blue.

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Aunque nominalmente ilegal, el dólar blue es tan omnipresente que dónde se puede obtener la mejor tasa se discute tan casualmente como comparar proveedores de cuentas corrientes o las tasas ofrecidas por diferentes fintechs basadas en apps como Monzo y Revolut.

Paseando por la calle Florida, una estrecha calle peatonal que es el centro del mercado negro en Buenos Aires, los cambistas gritan "cambio, cambio", compitiendo por el negocio. En el apogeo de la ciudad, a principios del siglo XX, la calle albergaba la única sucursal en el extranjero de Harrods. Cerró definitivamente hace unos 25 años, pero los carteles del local aún se conservan. Tras negociar la tarifa, un hombre es llevado a una pequeña oficina para cambiar sus dólares. A pocos metros, un par de policías están fumando y hablando, aparentemente ajenos a la situación.

Cuevas y largas colas en Western Union

En Buenos Aires, las casas de cambio y las sucursales de Western Union son extremadamente comunes. Pero pronto me di cuenta de que es un error suponer que, por el mero hecho de haber encontrado una oficina de Western Union -o haber llegado al principio de la cola-, se han acabado los problemas. En varias ocasiones, el local se quedó sin pesos. (Cuando el billete de u$s 1000, el más grande del país, vale menos de u$s 3, y la gente está acostumbrada a llevar maletines repletos de efectivo para las grandes compras, se puede entender por qué ocurre esto).

En otra ocasión me rechazaron en Western Union porque me dijeron que sólo se podía retirar efectivo, no cambiar divisas. Al escuchar mi situación, un jubilado que estaba en la cola vino a rescatarme, sacó un fajo de pesos y se ofreció a cambiarme el billete de u$s 100 al blue.

Lo peor estaba por llegar. En El Calafate, una ciudad del sur de la Patagonia, una mañana hice cola durante más de dos horas en Western Union. La fila era incluso más larga que la de Don Julio, una de las mejores parrillas de Buenos Aires. Sólo que, a diferencia de Don Julio, la espera no se suavizó con mozos que repartían empanadas calientes y copas de espumoso.

Cuando por fin llego al principio de la cola, me dicen, para mi exasperación, que no cambian dólares. Llamo por WhatsApp a mi amigo Harry Hastings, que dirige una empresa de viajes. Me indica un restaurante a dos minutos caminando. Le pregunto a un mozo por el cambio y me indica que suba. Allí encuentro a una mujer sentada detrás de una mesa en una habitación sin ventanas no mucho más grande que un armario para escobas. Tiene un cajero automático, una calculadora y fajos de billetes de u$s 1000 apilados en filas como piezas de Jenga. Experimenté variaciones de este tema por todo el país y, sobre todo en el sur de la Patagonia, donde había menos opciones para cambiar dólares, a veces daba la sensación de que el tipo de cambio dependía totalmente de a quién preguntaras y de qué día fuera.

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Como si la dualidad monetaria no fuera suficiente, Argentina cuenta con una quincena de tipos de cambio diferentes, entre ellos un dólar soja para las exportaciones de soja, un dólar Qatar para los turistas argentinos que viajaron al Mundial del año pasado, e incluso el dólar Coldplay, un tipo de cambio especial para pagar a artistas extranjeros que se hizo famoso cuando la banda protagonizó una serie de conciertos el año pasado.

Estoy subiendo una colina con vistas al azul eléctrico del lago San Martín, en Patagonia, en compañía de María Dávila, que ayuda a administrar una estancia llamada La Maipú. Los cóndores vuelan sobre nosotras mientras me habla de un artículo satírico publicado en octubre en un blog en el que un joven economista comparaba cada signo del zodiaco con las distintas variantes del dólar y que se hizo viral. Géminis fue emparejado con el dólar blue: "su carácter es doble y bastante contradictorio debido a su complejidad. Por un lado, es capaz de adaptarse fácil y rápidamente a todo, pero por otro, puede ser hipócrita".

Al final de mi viaje de un mes, la novedad del comercio de divisas en el mercado negro y de intentar ir un paso adelante de la inflación galopante empezaba a desaparecer. Simon Kuznets, Premio Nobel de Economía en 1971 por su trabajo sobre el crecimiento, dijo que en el mundo hay cuatro tipos de países: desarrollados, subdesarrollados, Japón y Argentina. Al emprender el largo vuelo de regreso a casa, me quedé pensando en el enigma de la capacidad del país para desaprovechar sin cesar oportunidades extraordinarias.

De vuelta en Londres, llamo a un hombre que sabe un par de cosas sobre vivir con inflación. Martín Lousteau es un economista argentino y exministro de Economía que estudió economía durante la hiperinflación de 1989. Pertenece a la oposición y ahora es senador por Buenos Aires. "Estamos acostumbrados, pero consume mucho tiempo, dinero y energía mental", explica. Decímelo a mí.

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