Por qué no debemos preocuparnos por la trombosis que puede provocar la inyección contra el Covid-19

Atrasar un día la vacunación conlleva más riesgos que la propia vacuna

A pesar de las arrugas y las canas, debo ser más joven de lo que suponía. El 60% de la población adulta del Reino Unido se ha vacunado con al menos una dosis, pero este columnista no tiene edad suficiente para ser uno de ellos. ¿Quién lo diría?

Esto significa que aún me quedan por delante las alegrías de un pinchazo, y que no cuento con el dulce superpoder de la inmunidad. Todas las vacunas disponibles en el Reino Unido son enormemente eficaces para prevenir enfermedades graves, y cada vez parece que también reducen en gran medida la transmisión.

Y sin embargo, cuando la aguja se deslice finalmente dentro de mi brazo, tendré que reprimir una bocanada nerviosa. La vacuna de AstraZeneca que probablemente recibiré, desarrollada en mi ciudad natal, Oxford, rara vez dejó de estar en los titulares de los diarios, últimamente debido a la sospecha de que puede provocar una forma rara de coágulo sanguíneo. La misma sospecha  llevó a las autoridades estadounidenses a recomendar la suspensión de las dosis de Johnson & Johnson.

Nuestras corazonadas son poderosas. El mirador AlpspiX, en los Alpes de Bavaria, es una estructura en voladizo con piso de malla metálica desde la cual uno queda parado frente a un inquietantemente abismo. Racionalmente sé que esa plataforma es perfectamente segura. Mis piernas y mi estómago me dicen otra cosa; me resulta difícil llegar caminando hasta el final de la estructura. Una cosa es la creencia y otra el instinto.

Cómo es el cuadro de trombosis que tienen en común la vacuna de AstraZeneca y la de Johnson y Johnson

¿Y la vacuna? Dejando de lado los instintos, creo que es extremadamente segura. El efecto secundario vinculado a los coágulos es raro, tan raro que todavía no estamos seguros de que exista. Definitivamente es demasiado raro para descubrirlo en un ensayo clínico controlado, donde se administra una dosis de la vacuna a decenas de miles de participantes, y no a millones.

Una hipótesis fundamentada, basada en datos del Reino Unido, es que la persona inoculada con la vacuna de AstraZeneca corre  un riesgo puntual de muerte de uno en un millón, no mucho más alto que el riesgo de morir en un accidente mientras se traslada a un centro de vacunación. Si esta suposición es correcta, si toda la población británica se vacunara con una dosis de esta vacuna en particular, 67 personas sufrirían una trombosis mortal.

La FDA recomendó pausar la vacunación de Johnson & Johnson por casos de trombosis en EEUU

Eso suena mal, al igual que cualquier frase que contenga la expresión "trombosis mortal". Sin embargo, en el Reino Unido el número de muertes diarias por coronavirus nunca fue inferior a 67 entre mediados de octubre y fines de marzo -y a veces eran 67 fallecimientos por hora. En otras palabras, durante toda la ola invernal, un solo día de retraso en la vacunación implicaba más riesgo que la propia vacuna.

Los riesgos individuales varían: los jóvenes corren un riesgo mucho menor de sufrir una dosis mortal de Covid-19 y quizás un riesgo algo mayor de sufrir efectos secundarios de la vacuna. Los investigadores del Centro Winton para la Comunicación de Riesgos y Pruebas han elaborado una excelente visualización de los riesgos estimados que muestra que para la mayor parte de las personas, en la mayoría de las circunstancias la vacuna previene mucho más daño del que podría causar.

Las cifras deberían ser muy tranquilizadoras. Pero nuestras emociones no siempre responden a los números. David Ropeik, autor de How Risky Is It, Really?, señala una serie de factores que hacen que algunos riesgos ocupen un lugar preponderante en la imaginación.

El más obvio es la notoriedad: en las últimas semanas, sobre todo en el Reino Unido y la UE, se ha producido una saturación de artículos sobre los coágulos de sangre, a pesar de que, desde cualquier punto de vista, ha habido muchas más muertes por Covid-19. Esto es comprensible -las noticias son noticias, después de todo-, pero lleva a nuestros instintos por mal camino. La pregunta racional es: "Estadísticamente hablando, ¿los beneficios de la vacuna superan los daños?", pero la pregunta más sencilla es: "¿Puedo fácilmente traer a la mente esos peligros?".

Un segundo factor es el control. Conducir es más peligroso que volar, pero la mayoría de las personas teme más a volar: creen que pueden protegerse mientras conducen, pero no mientras vuelan. Hasta cierto punto, eso es cierto, y también lo es para el Covid-19. Hay medidas que todos podemos tomar para reducir el riesgo de infección, y no hay nada que podamos hacer para reducir el riesgo de una reacción fatal a una vacuna. Sin embargo, el hecho es que los aviones y las vacunas contra el Covid-19 son muy seguros, y los autos y los contagios por Covid-19 no lo son.

Un tercer factor es la confianza. Conozco el historial que tiene Boris Johnson con la verdad, y no me tranquiliza en absoluto escucharlo declarar cuánto él confía en la vacuna de AstraZeneca.

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Los científicos afortunadamente siguen siendo personas de más confianza. El profesor Sir David Spiegelhalter, del Centro Winton, me dijo que el anuncio de la semana pasada fue una "hazaña de la comunicación de riesgos", en gran parte porque los políticos no aparecieron por ningún lado. En cambio, los científicos y los funcionarios médicos presentaron seriamente los riesgos y los beneficios, esforzándose por ganarse la confianza de la audiencia. Eso es muy importante. En última instancia, nuestra opinión sobre las vacunas no depende de los datos, sino de algo más primario: ¿confío en que estas personas se preocupan por mí?

Los datos me dicen que la vacuna no sólo es segura, sino que es un salvavidas para mí y para los que me rodean. Igual sentiré nervios cuando finalmente llegue al centro de vacunación, pero no me imagino que sea ni de lejos tan terrible como el mirador AlpspiX. ¿Y si tuviera que caminar sobre ese mirador para salvar una vida? No me gustaría, pero lo haría sin dudarlo.

Traducción: Mariana I. Oriolo

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