LEJOS DE LOGRAR LA PAZ, AUMENTA LA PERSPECTIVA DE UNA GUERRA

Trump juega solo y anima el fuego en Medio Oriente

El traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén, junto con la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, le costará caro al país

A primera vista, la apertura de la embajada estadounidense en Jerusalén parecía una calculada provocación. Donald Trump envió a la ceremonia a sus familiares más cercanos: a su hija, Ivanka Trump, y a su yerno, Jared Kushner. Ellos no mencionaron a los palestinos que protestaban contra el septuagésimo aniversario de la pérdida de su patria.

El mismo día, el ejército israelí mató a docenas de manifestantes e hirió a miles de ellos. Mientras tanto, Mike Pence, el vicepresidente estadounidense, comparaba a Trump con el bíblico Rey David, quien derrotó a un poderoso enemigo enfrentándose a imposibles adversidades. En términos generales, fue un día con resultados atroces.

Sin embargo, este especial Trumpianofue producto de la negligencia, no de un diseño. Si Trump hubiera querido enardecer los sentimientos arabistas, no podría haberlo hecho mejor. Ésa habría sido una explicación más tranquilizadora. En la práctica, enemistarse con los palestinos era un daño colateral. Trump no pudo resistirse a la adulación incluso hasta el enorme tamaño de las letras con su nombre en la placa de la embajada generada por el evento. Tal es el amor de Trump por "la marca", que él está preparado para ser imprudente con su propia agenda.

En el primer lugar de esa lista está su aún no publicado plan para una solución de dos Estados al problema entre Israel y Palestina. Trump cree que puede tener éxito en Medio Oriente, donde sus predecesores han fracasado. Mucho del mismo espíritu anima su próxima reunión con Kim Jong Un de Corea del Norte. Sin embargo, el traslado de la embajada a Jerusalén directamente debilita sus esperanzas de intermediar en una solución. Al quitar de la mesa el estatus final de la Ciudad Santa, Trump casi garantiza que los palestinos no llegarán a la mesa de negociaciones. Él también les está haciendo la vida más difícil a sus amigos árabes.

Los líderes árabes se han acercado cada vez más al reconocimiento de que Israel tiene derecho a existir. El mes pasado, Mohammed bin Salmán, el príncipe heredero de Arabia Saudita, le dijo a Jeffrey Goldberg de la revista The Atlantic que él aceptaba el derecho a un Estado nación judío en al menos parte de su suelo ancestral. Viniendo del custodio de La Meca, ésta fue una apertura radical. El príncipe heredero también dijo, en una reunión judía en Nueva York, que la cuestión palestina no figuraba entre los 100 principales temas para los saudíes comunes, según las personas que asistieron. Eso fue entonces. Después de la ceremonia del lunes en Jerusalén, la cuestión palestina seguramente está de nuevo entre las 10 más importantes. Tal es la fortaleza del sentimiento árabe que las embajadas de EE.UU. en Medio Oriente tuvieron que ser reforzadas con marines estadounidenses.

Si es así como Trump conduce la diplomacia, ¿qué necesidad hay de tener una guerra? Por desgracia, las perspectivas de una verdadera guerra están rápidamente aumentando. Trump las está alimentando con sus acciones. En este sentido, él difiere de los anteriores presidentes estadounidenses. Incluso George W. Bush, quien desencadenó la "guerra elegida" de EE.UU. en Irak, transmitía cierta sensibilidad hacia los árabes comunes. Trump se preocupa por los árabes ricos, particularmente aquellos en el Golfo. Ellos están contentos de tener a Trump de su parte en el gran enfrentamiento entre sunitas y chiítas. Una cosa es que un presidente estadounidense intente resolver un conflicto sectario regional; otra es que escoja un bando en uno de ellos.

Los estudiantes de historia deberían estudiar la guerra de los 30 Años librada en Europa entre católicos y protestantes. Hoy en día, Medio Oriente se enfrenta a un fantasma comparable. Estados Unidos ha perdido la voluntad de dirigir eventos en la región. El interés nacional indicaría que debe evitar que otra potencia lo haga.

Un presidente estadounidense diferente buscaría lo que algunos llaman "equilibrio extraterritorial". Eso significaría respaldar el poder de la minoría en este caso Irán en pos del equilibrio regional. Trump está haciendo lo opuesto. Al retirarse del acuerdo nuclear con Irán, está alentando al equipo que usa las camisetas sunitas. Le está dejando el papel de árbitro al presidente ruso Vladimir Putin.

La diplomacia de un tercer país siempre es difícil. En el Medio Oriente requiere la paciencia de Job. El punto de partida es entender que los israelíes y que los palestinos tienen una postura profundamente arraigada.

La historia cargó a los judíos con un temor singular y existencial por su propia supervivencia. Nadie debería cuestionarlo. Los palestinos han sido expulsados de su suelo natal. Su reclamo no se puede subastar. Un intermediario honesto comenzaría reconociendo estas posiciones mutuamente excluyentes.

Quienes observan de cerca a Trump llevan un control del cumplimiento de sus promesas de campaña. Una de ésas era trasladar la embajada estadounidense a Jerusalén. Otra era abandonar el acuerdo nuclear con Irán. En ambos casos, él ha sido fiel a su palabra. Pero la certeza en la que él realmente creía es la que no puede cumplir: "Yo solo puedo arreglarlo", dijo Trump. Eso se está convirtiendo en una de las promesas más caras jamás hechas.

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