La crisis política de Brasil pone en peligro el legado social de Lula
La incertidumbre sobre las próximas elecciones genera dudas respecto del futuro de la economía
U na humilde choza de barro en las afueras de Caetés, en Pernambuco, al nordeste de Brasil, rodeada de pequeñas explotaciones agrícolas. Este fue el lugar donde se crió el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva hasta los siete años, edad. Décadas más tarde, mediante su participación en el movimiento sindical brasileño, llegó a convertirse en el primer presidente laborista del país más grande de América latina, durante un período de rápido crecimiento económico (2003-2010), impulsado por un auge de materias primas liderado por China.
"La situación antes de que Lula se convirtiera en presidente era difícil, nadie tenía automóvil, nadie tenía tierras, nadie tenía nada", señala Gilberto Ferreira, un agricultor que es primo del ex presidente y vive en las cercanías. Señala como ejemplo a su nieta, Jacqueline Ferreira, que participó en un programa de intercambio estudiantil financiado por el gobierno en Canadá y ahora enseña inglés, algo que hubiera sido impensable antes de Lula.
Ocho años después, Lula da Silva está en prisión por cargos de corrupción, su partido de izquierda está hecho trizas en medio de escándalos de soborno, y la economía, a pesar de un reciente repunte, todavía sigue batallando. Este es el telón de fondo de las elecciones de octubre, con analistas que predicen que el resultado final estará dado por los Ferreira y millones como ellos dentro de la inmensa y flamante clase media baja de Brasil.
En los ocho años que Lula da Silva estuvo en el poder y durante el mandato de su sucesora, la ex presidente Dilma Rousseff, que fue destituida en 2016, la clase media baja de Brasil creció de manera espectacular. Salarios mínimos más elevados, subsidios mensuales y viviendas baratas del Estado contribuyeron -en el pico que se alcanzó en 2014- a atraer a 67 millones de personas a las clases medias y altas, casi el equivalente a la población de Francia, según cifras de Marcelo Neri, economista de la Fundación Getulio Vargas y ex ministro de Asuntos Estratégicos durante el gobierno de Rousseff.
Pero hoy este legado corre peligro de desmoronarse. Azotados por la peor recesión de la historia reciente del país -que para muchos fue en gran medida autoinfligida por el gobierno del PT-, numerosos miembros de la clase media baja -conocida como la "Clase C"- están luchando para conservar lo que conquistaron.
"Estos votantes se volvieron más críticos con la política, incluido el PT y el gobierno de Dilma, especialmente porque empezaron a perder sus conquistas recientes después del fin del gobierno de Lula", sostiene Mauro Paulino, director general de la encuestadora Datafolha.
Este cambio radical del destino es lo que subyace al turbulento entorno político. Si bien algunos comprenden la situación del ex presidente, el apoyo al PT se está fragmentando.
Al mismo tiempo, todos los partidos principales, incluido el PT, el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), representado por el actual presidente Michel Temer, y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), liderado por el candidato presidencial Geraldo Alckmin, fueron devastados por el Lava Jato, una amplia investigación originalmente centrada en los sobornos de la petrolera estatal Petrobras. En el marco de dicha causa, el mes pasado, Lula da Silva -que se esperaba que se mantuviese en pie- fue condenado a 12 años de prisión, lo que despejó el camino a figuras menos tradicionales.
El político populista de extrema derecha Jair Bolsonaro encabeza las encuestas, seguido por la ambientalista de centro izquierda Marina Silva y el izquierdista Ciro Gomes. En una encuesta publicada el 14 de mayo, Bolsonaro contaba con el 18,3% de las intenciones de voto, seguido por Silva con el 11,2%, Gomes con el 9% y Alckmin con el 5,3%.
Según Paulino, este año prometía ser el año de las elecciones brasileñas del miedo y el odio. Miedo por la ola de delincuencia que arrasó al país, y odio por la repugnancia que los votantes sentían por una clase política que creían que robaba en detrimento de los servicios públicos, en particular la salud y la educación.
Lo que está en juego es el futuro de la economía más grande de América Latina. Brasil logró salir de la caída libre de 2015-2016, pero sigue frágil. Muchos economistas sostienen que si el próximo presidente no quiere o no puede tomar medidas para frenar el gasto público, el país podría volver a entrar en un período de bajo crecimiento y conflicto político.
"Estas elecciones serán especialmente interesantes, ya que se producen en un entorno en el que convergen varias crisis: la crisis económica y la crisis que afecta a la seguridad pública y los servicios, que es muy dramática", señala Paulino.
En un nuevo proyecto de viviendas para poblaciones de bajos ingresos de Pindamonhangaba, en el interior del estado más rico de Brasil, São Paulo, Júlio César Pedrozo, un guardia de seguridad jubilado imprime más currículums. Esta ciudad industrial ubicada sobre la ruta entre Río de Janeiro y São Paulo es el lugar donde nacieron dos de los candidatos a las elecciones de 2018: Alckmin (PSDB) y Gomes (PDT). Pedrozo estuvo buscando trabajo durante cinco meses, víctima de la grave recesión en la que el PBI cayó más del 7% en 2015-2016. Si bien hoy se observa una débil recuperación, Pedrozo afirma que los empleos siguen siendo escasos.
"Ocho años atrás, era más fácil dejar un empleo porque conseguías otro de inmediato; hoy hay que pensarlo mucho", dice.
Con un salario mensual de R$ 1800 (u$s 486) como guardia de seguridad y mientras su esposa ganaba otros R$ 800 como panadera, la familia de Pedrozo solía ubicarse en lo que muchos economistas brasileños definen como la clase media baja. Neri (FGV) afirma que en su mejor momento, en 2014, la clase C llegó a ganar entre R$ 2005 y R$ 8640 por familia y creció de 66,5 millones de personas en 2003 a 116,7 millones de personas en 2015, la cifra más reciente de que se dispone, en un país de más de 200 millones de habitantes.
Desde entonces, el ingreso medio cayó un 14,3% neto. A pesar de eso, hay indicios de que la población de la clase media baja se mantuvo relativamente estable, en parte debido a que las personas de mayor nivel de ingresos perdieron sus empleos y descendieron en la escala social.
"Solo en el primer año de la crisis de 2015, 6 millones cayeron en la pobreza, hubo un fuerte ajuste a la baja", señala Neri. Sin embargo, agregó que la recesión no anuló por completo las conquistas de la década anterior de prosperidad, y que muchos de los que perdieron el empleo iniciaron sus propios negocios.
"La crisis fue grande, pero las conquistas previas fueron aún mayores", afirma Neri.
Según los analistas, la pregunta ahora es si el próximo gobierno podrá llevar adelante las reformas necesarias para generar un crecimiento duradero, incluida una revisión del costoso sistema de jubilaciones de Brasil, y reducir déficits presupuestarios insostenibles. "Brasil tiene una situación fiscal muy delicada", sostiene Alejandro Werner, director del departamento occidental del FMI.
Pese a que las encuestas iniciales no le son favorables, según los mercados, Alckmin es el candidato más viable para impulsar la reforma. Con su larga trayectoria como ex gobernador del estado de São Paulo, la potencia económica de Brasil, se considera que Alckim tiene las habilidades de negociación para lidiar con el Congreso amante de la carne de cerdo, que está integrado por casi 30 partidos.
Espedita de Lima, una madre soltera de cincuenta años que vive en el proyecto de vivienda de Pindamonhangaba, dice que votaría por Alckmin. Tras mudarse allí hace poco tiempo, Espedita sobrevive con dos sillas de plástico y una televisión que emite programas diurnos de famosos. Según ella, Pindamonhangaba es víctima de la violencia y las drogas.
Pero al igual que muchos brasileños, De Lima está decepcionada con la clase política de Brasil y abandonaría a Alckmin si fuera condenado por corrupción. Alckmin está siendo investigado por presunta financiación ilegal de campañas. "Esta idea de que alguien dice que roba pero hace. Un momento, ganan demasiado bien por no robar, ¿no?", comenta Espedita.
A miles de kilómetros de distancia, en Campo Verde, una ciudad agrícola del estado central de Mato Grosso, los votantes se inclinan por Bolsonaro, el candidato de extrema derecha. Tristemente célebre por decir una vez a una congresista del PT que era demasiado fea para "merecer" que la violen, Bolsonaro habla con cariño de la antigua dictadura militar y quiere armar a la ciudadanía para combatir la delincuencia. También corteja al poderoso lobby de productores agrícolas en el Congreso y al gigantesco movimiento evangélico, luego de rebautizarse hace poco en el río Jordán.
Su mensaje sobre la delincuencia atrae a las poblaciones rurales, que empezaron a sufrir ataques armados que antes eran exclusivos de las grandes ciudades.
Bolsonaro saca provecho del factor miedo", señala Paulino de Datafolha. Según los analistas, de sus seguidores, el 60% eran votantes de clase media, relativamente acomodados y menores de 34 años, el grupo al que más perjudicó la recesión.
Hay indicios de que Bolsonaro también está atrayendo a algunos de los votantes masculinos de la clase media baja. "Es un extremista, está a favor de la pena de muerte, pero por el momento es la mejor opción", dice Lucas de Lima Pereira Santos, de 22 años, hijo de De Lima. Lucas también está desempleado tras haber sido despedido como obrero.
Los analistas advierten que el mapa electoral de Brasil todavía puede modificarse. Las campañas oficiales recién empezarán a fines de agosto. En Brasil, los partidos normalmente forman grandes coaliciones para hacer campaña juntos a fin de obtener el derecho a más tiempo de aire en televisión según lo previsto por la normativa electoral. Esto beneficiaría a candidatos de partidos dominantes, como Alckmin o Gomes, que tratarán de absorber la base de apoyo izquierdista de Lula da Silva.
Al pequeño Partido Social Liberal (PSL) de Bolsonaro podría resultarle difícil formar coaliciones. Si bien las redes sociales -una de sus herramientas clave de campaña- están cobrando importancia, muchos brasileños aún no cuentan con smartphones o acceso fácil a Internet. Y más del 60% del electorado sigue indeciso, según Datafolha.
"Es un momento de transición, en el cual los viejos parámetros electorales deben desmantelarse por completo y lo nuevo todavía tiene que terminar de surgir. Por eso es tan difícil hacer una lectura", señala Ricardo Sennes, director de la consultora Prospectiva.
Según los analistas, será sobre todo una batalla por los corazones y las mentes de las clases medias bajas.
Incluso la izquierda no puede ser anulada por completo. Aunque algunos todavía creen que Lula da Silva, que está apelando contra su condena, podría hacer una reaparición, la perspectiva parece cada vez más improbable. El candidato al que Lula apoye podría obtener alrededor del 20% de los votos. Después de todo, algunos coterráneos lo siguen considerando un héroe, especialmente en el paupérrimo nordeste brasileño.
"Realmente deseo que lo liberen. Si volviera al ruedo en la carrera presidencial, votaría por él, todos votaríamos por Lula aquí", afirma Rosangela da Silva dos Santos, una pequeña agricultora madre de cuatro hijos de Belo Jardim, Pernambuco. "Si no regresa, votaremos por la persona a la que él apoye, esa es la verdad".
Bolsonaro se aprovecha del miedo a la inseguridadEn el Complexo da Maré, una extensa favela de Río de Janeiro, una ciudad donde las luchas internas entre bandas de narcotraficantes y los asesinatos de policías son moneda corriente, la violencia está enrareciendo el ambiente político. En algunos estados brasileños, como Río, se observa un deterioro de la seguridad pública y, dada la cifra de aproximadamente 60000 personas asesinadas en Brasil el año pasado, hay una sensación creciente de que la violencia está fuera de control.
Las encuestas de opinión revelan que la seguridad es una prioridad importante antes de las elecciones de octubre. Esta situación viene beneficiando al candidato presidencial de extrema derecha Jair Bolsonaro, que es el único que pone la seguridad en el centro de su campaña.
Ex capitán del ejército devenido congresista de Río, Bolsonaro viene ganando terreno en las encuestas con su promesa de inaugurar la temporada de caza de delincuentes. "Con Brasil en manos de un militar, el índice de homicidios ciertamente bajará, muchas cosas mejorarán", señala Adriano Ribeiro, un repartidor de periódicos de 23 años, que votó por el PT en 2014.
El Foro de Seguridad Pública de Brasil y el Instituto Igarapé, dos centros de expertos, se unieron para medir el miedo al homicidio: el 52% de los brasileños dijo que conocía a alguien que había sido víctima de un homicidio o robos con desenlaces fatales.
"Como era de esperar, más del 80% de ellos temen ser víctimas de homicidio en los próximos 12 meses", señala Robert Muggah, director del Instituto Igarapé. Y agrega que estas personas son más fácilmente seducidas por populistas que prometen respuestas "duras contra la delincuencia", como Bolsonaro.