Financial Times: hay un camino que va desde el Covid-19 hacia un nuevo contrato social

La pandemia les ofrece a los líderes mundiales la oportunidad de recuperar la fe en la democracia liberal y de ofrecer capacidad y justicia 

Para emplear una metáfora del viejo mundo, "se talaron bosques enteros" para predecir cómo el Covid-19 cambiará al planeta. Esto sucede incluso antes de que nadie sepa si, dentro de cinco años, todavía vamos a estar escondiéndonos del virus o si habrá surgido una vacuna efectiva.

Los altos costos de la ronda inicial, tanto humanos como económicos, hablan por sí mismos. Deben medirse en relación a las opciones que les presentan a quienes definen las políticas. Sin intervención de ningún tipo, la pandemia podría empujar a muchas democracias ricas hacia el precipicio populista en el que se tambalean desde la crisis financiera de 2008. Paradójicamente, también ofrece un camino para que los líderes políticos recuperen la fe en la democracia liberal.

No hay misterio alguno sobre el populismo que vio cómo los estadounidenses votaron a Donald Trump como presidente, cómo el Reino Unido respaldó el Brexit y cómo los votantes de toda Europa se unieron en masa a los partidos de extrema derecha y de extrema izquierda. La estabilidad del "antiguo régimen" de la posguerra se basaba en un contrato social que aseguraba constantes mejoras en los niveles de vida. Eso variaba entre las naciones, estaba lejos de ser perfecto y nunca fue universal, pero su legitimidad se fundamentaba en una amplia percepción de "justicia". Las generaciones sucesivas podían esperar ser más prósperas que la anterior.

La confianza se derrumbó con la crisis económica de 2008 y con la recesión inducida por la austeridad que le siguió. Sin embargo, la ruptura del contrato había comenzado mucho antes con el estancamiento de los ingresos medios; con el crecimiento de la inseguridad laboral; y con el aumento de las desigualdades de ingresos. Los trabajadores no calificados de bajos salarios quedaron rezagados por la tecnología, por los rápidos cambios en la ventaja comparativa, y por la servil devoción por los mercados que tienen las autoridades políticas cautivadas por algo llamado "consenso de Washington".

Una vez que las cosas salieron extremadamente mal, los populistas sólo tuvieron que ofrecer una variada selección de enemigos: las antiguas élites políticas, los banqueros y los inmigrantes de salario mínimo. Cuando los votantes dejaron de creer que sus hijos tenían asegurado un mejor futuro, también creyeron que no tenían nada que perder. No importaba que personas como Trump y Boris Johnson fueran, ellas mismas,criaturas de las élites.

El coronavirus ha trastocado aún mas la situación. Si quienes diseñan las políticas hacen poco, el efecto será ampliar aún más la brecha de desigualdad. Los mayores perdedores hasta ahora han sido los trabajadores mal pagos y los empleos de la economía colaborativa y sus variadas formas de trabajos temporales. Ellos también serán los más afectados si los gobiernos responden a los enormes aumentos en los déficits fiscales reduciendo el gasto público.

La pandemia, sin embargo, también ha cambiado el argumento político. La capacidad y la justicia volvieron a encabezar la jerarquía de cosas que los ciudadanos buscan en sus líderes.

No es casualidad que a EE.UU., Brasil y al Reino Unido les haya ido tan mal en su respuesta ante la pandemia. Trump y Johnson, y el presidente de Brasil Jair Bolsonaro aprendieron que los engaños y las fanfarronadas no protegen contra un virus mortal. Todos vieron cómo sus índices de aprobación caían abruptamente a medida que las tasas de mortalidad subían.

Nada de esto significa que los líderes convencionales tienen una fácil tarea por delante. El panorama económico a corto plazo es más que desalentador: una profunda recesión, fuertes aumentos del desempleo y masivos déficits fiscales. Sin embargo, la gran diferencia es que el cambio en el estado de ánimo de la gente les brinda espacio político para tomar una dirección diferente. Ya no es tan obvio que la respuesta a cada dilema de política económica sea dejar que los mercados decidan, reducir los impuestos a los ricos y manipular los mercados laborales en contra de los empleados mal pagos.

No hay necesidad de reinventar la rueda. Los políticos a veces fingen que las cosas que llevaron a los votantes a abrazar el populismo fueron consecuencias inevitables de la globalización y del cambio tecnológico. La verdad es que también reflejan las decisiones que tomaron los gobiernos con sus políticas de impuestos, de gastos y de competencia, y laborales. La globalización produjo muchos perdedores porque las políticas nacionales iban en la misma dirección.

Un nuevo contrato social comenzaría con políticas que recompensen la iniciativa empresaria, pero que castiguen la búsqueda de la renta. Debería trasladar la carga impositiva sobre los ingresos hacia el capital acumulado y establecer protecciones laborales y de ingresos para impulsar la productividad. La reducción del déficit fiscal no puede ser a expensas de las estrategias de educación y de capacitación. Todos pagamos un precio por tener un sistema que promueve salarios bajos.

Los populistas han prosperado exponiendo reclamos reales. El problema de los rezagados no es un invento. La pandemia ha cambiado la ecuación porque demostró que los supuestos "remedios" que Trump y sus secuaces vendían no eran más que curas mágicas. No existe una manera fácil de recuperarse de los efectos del coronavirus, pero la pandemia presionó el botón de reinicio. Los líderes que pueden ofrecer capacidad y justicia -un nuevo contrato social- tienen otra vez una audiencia. Es una oportunidad que no deben desperdiciar.

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