El magnate no debe permitir a Putin reescribir las reglas
Para Donald Trump, los atractivos de sellar un pacto con su futuro par Vladimir Putin son muchos y evidentes. El desafío de Rusia al dominio mundial de Estados Unidos es el problema más grave de política exterior de la agenda norteamericana.
Aliviar las tensiones con un rival que posee armas nucleares es un objetivo loable. El logro de un acuerdo contribuiría en gran medida a que Trump, de ser un magnate, una estrella de reality shows y un presidente electo sin experiencia política, se convierta en un estadista.
El mundo debe tener esperanzas de que Trump también será conciente de los enormes riesgos inherentes a cualquier gran pacto que selle con Rusia.
Putin quiere deshacer el actual orden político respaldado por Estados Unidos en Europa y en todo el mundo. Considera que eso es injusto y contrario a los intereses de Rusia. Un relajamiento de las restricciones internacionales que limitan sus ambiciones podría resultar en un deshielo temporal en las relaciones ruso-estadounidenses. Sin embargo, también podría minar a largo plazo los intereses occidentales y estadounidenses y socavar la seguridad y la estabilidad en otras partes del mundo.
Según Putin, la cooperación multilateral sería sustituida por un mundo dividido en esferas de influencia de las grandes potencias. En un mundo así, Moscú podría tener vía libre en gran parte del territorio de la antigua Unión Soviética. Trump, por su parte, debe rechazar cualquier intento de reproducir en la actualidad la conferencia de Yalta de 1945. Hacerlo sería premiar a Rusia por la anexión de Crimea y la invasión de la parte oriental de Ucrania. Lo que podría sentar un precedente peligroso, envalentonando a las naciones poderosas de otras partes del mundo. También debilitaría el principio establecido desde la caída del Muro de Berlín, y consagrado en la Carta de París de 1990, de que los países europeos son libres de elegir sus políticas y alianzas.
Ucrania, en particular, no debe ser abandonada. Si eso ocurriera, podría provocar el colapso de su gobierno pro-occidental. De la misma forma, otras naciones en la esfera rusa podrían negarse a rendirse. Por lo tanto, al tratar con Putin, el próximo presidente estadounidense debe seguir varios principios.
En primer lugar, su administración debería comprometerse ante la OTAN _un pilar de la seguridad europea y mundial desde su fundación en 1949_ en forma absoluta e inequívoca. La alianza debería acelerar sus esfuerzos actuales para garantizar que todos los estados miembro cumplan con un objetivo mínimo de gasto en defensa. Pero el compromiso de Estados Unidos de defender incluso a los miembros más recientes y pequeños de la OTAN debe seguir siendo incondicional.
En segundo lugar, Trump no debería, como insinuó durante su campaña, eliminar las sanciones sobre Rusia
-socavando así la solidaridad con Europa y Japón- sin que existan avances sobre las cuestiones por las cuales se impusieron. No debe reconocer el reclamo de Rusia con respecto a Crimea, cuya ocupación fue una violación flagrante del derecho internacional.
Al igual que cuando el mundo occidental se negó a reconocer la ocupación soviética de los Países Bálticos, el respeto por esos conceptos claros no descarta que se pueda buscar una nueva forma de distensión en otras áreas. Trump no debe poner inmediatamente todas los temas sobre la mesa, sino intentar hacer avances graduales en asuntos específicos, ayudado por medidas que fomenten la confianza. Siria es un área donde es requisito indispensable que se renueve la cooperación entre Estados Unidos y Rusia para poner fin al conflicto, a pesar de que la reanudación de los ataques sobre Alepo demuestra lo intrincada que es la situación con Moscú.
En su relación con Rusia, Trump debería darle tanta importancia a los derechos e intereses de los vecinos de ese país, como a los de Moscú mismo.
Con las tensiones en los más altos niveles desde la década de 1980, la recompensa por mejorar las relaciones con Rusia es muy importante. Sin embargo, no puede lograrse aceptando los términos de Moscú.
Independientemente de los riesgos que existan en este momento, un mal acuerdo con Putin sería peor que no llegar a ninguno.