Despido de altos ejecutivos por falta de ética

La combinación de tecnología y pérdida de confianza permite que las protestas ahora escalen con gran rapidez

Hace una década, el ámbito corporativo estaba lleno de CEOs superestrellas, hombres en su gran mayoría, que ocupaban cargos tan excepcionales que sus subordinados no podían desafiarlos fácilmente.

Ya no es así. La semana pasada, Strategy&, la división de consultoría de PwC, publicó su última encuesta sobre CEOs. Reveló que la tasa de rotación en los puestos más importantes de las 2.500 compañías más grandes del mundo alcanzó el 17,5% el año pasado, la más alta desde que comenzó a realizarse el estudio en el año 2000.

La buena noticia para estos máximos ejecutivos fue que tres cuartas partes de estas salidas se planificaron internamente y sólo alrededor de una quinta parte fueron "involuntarias", es decir, despidos. Esta relación ha cambiado poco en comparación con años anteriores. Pero la mala noticia para algunos fue que el detonante de las expulsiones ha cambiado.

Hace una década, la mitad de todas los despidos eran provocados por el deficiente desempeño financiero y menos de una décima por "faltas éticas", dice PwC. Sin embargo, en 2018, el 39% de las salidas se debieron a problemas éticos, como "fraude, soborno, tráfico de información privilegiada, desastres ambientales, CVs inflados e indiscreciones sexuales", mientras que el mal desempeño financiero sólo representó el 35%. Así es, ahora es la ética, y no los parámetros financieros, la que tiene más probabilidades de provocar la destitución de un alto ejecutivo.

¿Por qué? Los analistas de PwC ven pocas pruebas tangibles de que los directores ejecutivos actuales se están comportando de una forma menos ética que sus antecesores. En lugar de ello, se lo achacan a un factor que nunca solía discutirse mucho en las escuelas de negocios: la cultura, o un cambio en los estándares y expectativas.

Es difícil no coincidir con esto. Y la tecnología es fundamental para este cambio en la cultura. Consideremos el movimiento #MeToo, la campaña contra el acoso sexual que estalló en el otoño de 2017 y creó un entorno que contribuyó al despido de los máximos responsables de algunas de las mayores compañías del mundo.

Los rumores sobre el acoso sexual han circulado durante mucho tiempo en las compañías. Sin embargo, antes, rara vez le costaban el puesto a un director ejecutivo, pues las víctimas no podían compartir fácilmente sus experiencias. Sin embargo, ahora las redes sociales permiten que estas voces, que antes estaban fragmentadas, se unan rápidamente.

Algo igualmente importante es que la comunicación entre pares en el ciberespacio está contribuyendo a un cambio en el patrón de confianza. Antes, la voz del CEO tenía más autoridad que la de los humildes empleados. Sin embargo, Rachel Botsman, profesora de estudios de gestión, dice que ahora vivimos en un mundo de "confianza distribuida", donde se deposita más fe en el juicio de las multitudes en las redes que en las personas que dirigen las instituciones.

Una encuesta realizada por el grupo de relaciones públicas Edelman destaca esto: en 2018, sólo el 47% y el 44% de las personas dijeron que confiaban en un director ejecutivo o en un consejo de administración, respectivamente, para recibir asesoría. Sin embargo, el 61% y el 53% confiaban en "una persona como yo" y un "empleado regular".

Esto ha producido un mundo en el que las protestas pueden escalar tan rápida e impredeciblemente que a los máximos ejecutivos les resulta difícil defenderse. También aumenta la presión sobre los consejos de administración, los reguladores y los accionistas para que investiguen a esos CEOs y se deshagan rápidamente de los aparentes infractores.

El saldo final del movimiento #MeToo demuestra esto. Pero "no se trata solamente de #MeToo", señala Martha Turner de PwC. Las protestas de las multitudes en las redes también se están produciendo por problemas ambientales y sociales, lo cual genera una explosión en el activismo de los accionistas basado en valores personales.

Entonces, para bien o para mal, los directores ejecutivos y los inversores deben reconocer que el mundo ha cambiado. La "responsabilidad social corporativa" ya no es una etiqueta que se le puede pegar a un informe reconfortante o delegar al departamento de recursos humanos. En un mundo cibernético, la responsabilidad social corporativa tiene un impacto significativo. Sólo hay que preguntarles a todos los CEOs a quienes se les consideró poco éticos el año pasado.

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