

La desigualdad entre ricos y pobres tiene raíces mucho más profundas de lo que se creía. Un conjunto de estudios publicados en la revista científica PNAS revela que las diferencias en la riqueza comenzaron a marcar el destino de las sociedades humanas hace más de 10.000 años, mucho antes del auge de las civilizaciones clásicas como Egipto, Mesopotamia, Grecia o Roma.
Los investigadores llegaron a esta conclusión tras analizar unas 50.000 viviendas en más de mil asentamientos de todo el mundo. El tamaño de estas casas, que varía considerablemente según el lugar y la época, fue utilizado como indicador arqueológico para estimar el nivel de desigualdad económica en diferentes momentos de la historia.

"Se trata de un conjunto de datos sin precedentes en arqueología", aseguró Gary Feinman, conservador del Museo Field de Chicago, una de las instituciones que participó del estudio. "Nos permite observar empírica y sistemáticamente los patrones de desigualdad a lo largo del tiempo".
Para medir esta desigualdad, los expertos recurrieron al coeficiente de Gini, un indicador ampliamente usado por economistas y sociólogos, donde 0 representa una igualdad total y 1 una desigualdad máxima. Al comparar los coeficientes de cada asentamiento y relacionarlos con factores como la población, el tipo de organización política o el uso de la tierra, encontraron que no existe un patrón único ni inevitable.
"La desigualdad no siempre crece a medida que las sociedades se vuelven más grandes o complejas. Hay factores que pueden favorecer su aparición, pero también decisiones humanas e instituciones que ayudan a contenerla", explicó Feinman.
Uno de los hallazgos más sorprendentes es que las desigualdades comenzaron a surgir aproximadamente 1500 años después de la adopción de la agricultura, cuando la competencia por la tierra y el crecimiento demográfico hicieron que ciertos grupos comenzaran a acumular más recursos que otros.
"Mucha gente imagina a las primeras sociedades como profundamente igualitarias, pero nuestra investigación muestra que la desigualdad de riqueza se arraigó sorprendentemente pronto", señaló Tim Kohler, investigador de la Universidad Estatal de Washington, quien lideró uno de los estudios. "El cambio no fue repentino. La brecha se fue ampliando poco a poco a medida que aumentaban las poblaciones y los recursos se volvían más limitados".
La concentración de la riqueza fue particularmente visible en los asentamientos más densamente poblados, donde se registraron mayores diferencias en el tamaño de las viviendas. En cambio, en comunidades más pequeñas y menos jerarquizadas, la desigualdad tendía a ser menor.
Este nuevo enfoque arqueológico desafía la visión tradicional de que la desigualdad es una consecuencia directa e inevitable del progreso social. Por el contrario, según los autores, las elecciones humanas, los mecanismos de gobernanza y los modelos de cooperación desempeñaron un papel fundamental en la regulación o el aumento de las brechas económicas a lo largo del tiempo.
"Durante siglos se ha asumido que el crecimiento de la desigualdad era una consecuencia natural de las sociedades complejas. Lo que vemos ahora es que hay muchas excepciones y que las decisiones institucionales importan", concluyó Feinman.
Para los científicos, estos resultados no solo reescriben parte de la historia de la humanidad, sino que también pueden ofrecer claves importantes para diseñar políticas que mitiguen la desigualdad en el futuro.



