ENFOQUE

Un camino que no tiene retorno

A lo largo de las últimas décadas de historia argentina hemos atravesado gran variedad de crisis estructurales, siempre acompañadas de violentas devaluaciones de la moneda y destrucción de varios puntos del PBI, en un claro contraste con los resultados que han obtenido buena parte de los países del mundo, quienes han logrado ingresar al siglo XXI con parte de los problemas más elementales resueltos (por ejemplo, la inflación).

Lo que ha quedado evidenciado en cada una de estas crisis fue que indefectiblemente el no hacer las cosas correctamente conlleva consigo un costo extremadamente elevado. Para 2002 (a pocos meses del quiebre de finales de 2001), la pobreza se había más que duplicado, se destruyeron 10 puntos del PBI y la desocupación trepó sin dar tregua. Luego de superada la peor parte de ella, nunca se logró recuperar todo lo perdido en aquella barbarie.

Todas las crisis tuvieron signadas por una gran coincidencia: de una forma u otra, todas estaban atravesadas por un único causante: el déficit fiscal. Déficits aquellos que desembocaban sistemáticamente en cesación de pagos de la deuda o en hiperinflaciones devenidas de emisiones monetarias estrafalarias. En ambos casos generando pobreza y pasado.

Junto a ésta realidad insoslayable sabemos (aunque algunos prefieran evitar la conclusión) que más tarde o más temprano el ajuste no será únicamente un deseo de algunos analistas sino más bien un hecho cierto el que se materializará por las buenas o por las malas. Y para que ese ajuste se haga por las buenas, el tiempo corre y es cada vez más escaso, engrosando el esfuerzo que debamos hacer como sociedad sea cada vez más grande.

La ausencia de financiamiento para la Argentina (en virtud de la falta de confianza reinante en su plan económico, la duda sobre la viabilidad política del proyecto oficialista y las medidas de corrección del déficit fiscal que no llegan), la inflación contenida dentro de miles de millones de títulos entre los que se destacan las Lebacs, y por sobre todo la falta de inversión en un país donde su Estado absorbe la gran parte de la producción privada y su gente trabaja dos tercios del año para mantener un gasto público ineficiente, injusto y retrógrado. Si en cambio el ajuste se hace por las malas, los resultados han sido impresos a lo largo de la historia y no será diferente a otras oportunidades que hemos visualizado a través de los tiempos.

Como sociedad debemos tomar una decisión hacia el futuro. Si la misma es seguir intentando lo que hace 70 años, multiplicando pobreza y marginalidad, o si por el contrario creemos que podemos intentar vivir cada día en un país mejor, con oportunidades, crecimiento y educación, donde defendamos el esfuerzo individual y la generación de riqueza del sector privado, pero por sobre todo la libertad de elegir un país donde cada uno sea responsable de sí mismo, dejando atrás un Estado asistencialista, único culpable de ser lo que verdaderamente somos: un país lleno de improductivos, envidiosos e incultos rodeados de una pobreza y falta de oportunidades, mostrándonos a nosotros una realidad impresentable.

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