Antes una introducción… Estas fiestas me tocan en un momento particular desde lo personal que quizá sea un buen punto de partida para la columna. Porque mientras escribo esto, brindo en la blanca navidad de Boston (menos festiva pero igual de familiar) despidiendo a mí hermana que se muda por cuestiones laborales.
Una anécdota personal que me ayuda a ejemplificar cómo el estilo de vida Millennial cambió la celebración de las fiestas. Es que esta nueva generación propuso una nueva escala de valores con un nuevo seteo de las prácticas sociales, como en este caso: las fiestas.
Navidad
Ya lejos del tradicional homenaje a aquel hombre que vino a salvarnos de nuestros pecados y abrió las puertas del cielo, para los que creen en él y son bautizados en su religión por supuesto. Tampoco la fecha comercial del Papa Noel blanco y rojo en la que esperamos los regalos en el árbol, aunque nunca se deja de mandar la carta por las dudas que algo llegue.
Porque si bien ambas tradiciones siguen en pie, los pesebres y los regalos como prueba de ello, el foco fue saliendo de esos lugares para centrarse en la reunión familiar. Esa relación que podrá sufrir conflictos o distanciamientos pero seguirá siempre latente. Porque nadie consideraría a nadie como un ex-hermano o “el que alguna vez fue mi hermano”. Son relaciones que desafían la fobia Millennial a la eternidad y son celebradas todos los 24/25 de Diciembre.
Y como prueba de que somos felices subimos mucha foto en instagram con la familia, con el menú, con el intercambio de regalo y con la presentación en sociedad de primos, sobrinos o parientes de otros países.
Navidad pasó a ser el momento de celebrarnos a nosotros mismos. Porque esa distancia con el aniversario del nacimiento del Niño Jesús o la llegada de Papá Noel no es producto de un olvido casual. Es parte de un cambio de concepción que viene asociada con los Millennials y que es, para mí, una de las cosas que realmente marcan la diferencia: el centrarse en nosotros, no como un hecho egocéntrico sino como un cambio de paradigma. Las nuevas generaciones ya no necesitan de una existencia todopoderosa que explique lo que la ciencia no llega a entender, ni tampoco de una realización espiritual comandada por una institución.
Fueron muchos siglos de echarle la culpa a un otro de cosas que hemos causado nosotros mismos, llámese guerras, corrupción, calentamiento global, contaminación. Y siglos en los que las instituciones que pretendían combatirlo terminaban fomentándolo.
El Millennial, lejos del complejo ególatra con el que somos atacados, se hace cargo de una situación e intenta, lamentándose muchas veces no conseguirlo, cambiarla. Algunos millennials le buscan bibliografía a esta filosofía y la encuentran en el Budismo, que simplificando lo complejo, es la búsqueda de la realización personal para llegar a un estado de plenitud espiritual (nirvana). Otros lo encontrarán en teorías más polémicas como la que sostiene la Flat Earth Society que vuelve a las ideas pre-colombinas de la tierra plana. Sea cual fuere, el concepto es el mismo: poner al hombre como centro del universo y no a un Todopoderoso Todo-Culpable. Por fuera del 24/25, y ya dejando de lado a la familia, empiezan las celebraciones con amigos. Algún Secret Santa en el trabajo: como el amigo invisible pero temático. Reuniones de fin de año con "otros grupos de amigos” que enloquecen previo al 31 de Diciembre como si después de esa fecha algo fuera a cambiar.
Y ya más tranquilo llega el tan esperado…
Fin de Año
Momento donde el espíritu de las nuevas generaciones vuelve a la frivolidad. Ya pasado el momento de celebrar lo perpetuo. El Millennial le quita todo concepto familiar a la celebración de cierre de año para centrarlo otro de sus fundamentos: la amistad.
Ya es común que las fiestas entre amigos inicien incluso antes de las 12, con una cena a la que no están invitados los parientes y que después se convertirá en baile para ir directo al boliche al que compraron entradas anticipadas.
El espíritu globalizado y menos culposo del Millennial pone como ejemplo de una buena celebración, de esas que sí o sí hay que vivir al menos una vez en la vida, la White Party más grande del mundo en Río de Janeiro, o el Ball Drop del Time Square en Nueva York.
Pasamos, en una semana, de repensar el mundo a celebrar como si nada importara. Porque cambiaron los valores y con ellos las prácticas. Son estas consecuencias visibles de un cambio necesario para la subsistencia. No somos más que una adaptación de la raza humana para poder seguir viviendo en la civilización que elegimos. O un paso más en la mutación constante, aunque en ese terreno no quiero meterme así mi hermana bióloga no me reta a la distancia, te voy a extrañar Angie.
Y para el resto… Feliz Año Nuevo!
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