La tragedia en Olavarría fue el resultado de una fiesta sin garantías mínimas

Estaba todo dado para que la situación se fuera de cauce. Relato en primera persona de un recital que debió haber sido una celebración y terminó con dos víctimas fatales

Puede sonar fuerte, pero me siento un sobreviviente. Fui uno de los 300.000 aficionados (o más) que asistieron anteanoche al show de Carlos Indio Solari en Olavarría, la misa ricotera en la que murieron 2 personas y quedaron varios heridos graves. Éramos miles queriendo vivir una fiesta, que terminó en tragedia.
Todo estuvo (des)organizado para este final. Olavarría, en el centro de Buenos Aires, tiene 111.320 habitantes según el Censo de 2010. Estaba anunciado que en un sólo día esa localidad iba a colapsar con 300.000 personas más. La precaria infraestructura, así, no iba a soportar. Tardé 11 horas para llegar en micro desde Buenos Aires, 4 de las cuales pasaron solamente en el breve trayecto de Azul a Olavarría. Desde ahí, no hubo señal en los celulares durante casi 10 horas.


Solari agregó tensión en la semana previa al recital, cuando alertó a sus fanáticos de que "poderosa gente" se regodearía si alguien saliera lastimado. Y su profecía se cumplió. Sobreviene la pregunta: ¿por qué?
Porque nos dejaron a la deriva a los que sostenemos este negocio. El Indio pidió que nos cuidáramos nosotros mismos y a los demás, pero ellos (los productores y las autoridades que debían velar por nuestra seguridad) hicieron poco o nada por ayudarnos, al margen de los irresponsables que en vez de ir a disfrutar fueron a "romperse" (como se dice, en la jerga, a emborracharse o drogarse y olvidarse de todo después) y poner en riesgo su propia integridad.

Como alguna cantó el Indio en "Queso ruso", Olavarría nos recibió sin "calles inteligentes, alemanas para armar y muchos (menos) marines" que cuidaran las puertas del predio La Colmena. Que hubiera en el lugar más gente de la permitida fue, lamentablemente, sólo un punto más en la cadena de irresponsabilidades, ya que se podía suponer que pasara. No hubo en el predio baños químicos ni efectivos de seguridad ni puestos médicos suficientes para atender semejante demanda. No es, como dijo el intendente Ezequiel Galli, que esperaban recibir a 150.000 personas en 180.000 metros cuadrados. No: se sabía de antemano que la asistencia iba a ser récord.

Y tengo que agradecer que nos salvamos de algo peor. Una de las salidas estaba tapiada y al terminar el último tema (curiosamente no fue el clásico "Ji Ji Ji" sino "Mi perro dinamita") se provocó un embudo, una marea de gente en 10 pequeñas calles empujando para enfilar hacia avenida Avellaneda, la única vía que desagotaba el show.

Se podía intuir que ocurrieron cosas graves durante y después del recital, algo que confirmamos recién cuando retornó la señal a nuestros móviles y nos enteramos de lo que pasó.

Me queda la duda sobre la ecuación económica de la ciudad: ¿le habrá servido dejar esta pésima imagen a los argentinos? ¿Valdrá la pena, para los vecinos, vender pizzas caseras a $ 100, alquilar baños a $ 15 e inflar varios precios al costo de los destrozos que sufrieron en sus casas?

De lo que estoy seguro es de que nadie en Olavarría nos dio garantías para pasarla bien. Todo estaba perfectamente librado al azar. El resultado, no.

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