La evidencia obscena de un delito que cambió el mapa político del país

Ojos bien abiertos, mirada extraviada, los flashes, el casco, el chaleco antibalas, los efectivos del Grupo Halcón, la combi policial... La escena observada ayer en General Rodríguez, similar a la vivida en tiempos recientes con Lázaro Báez, ofreció un cierre cinematográfico para un día en el que la novela de la corrupción argentina arrojó uno de sus capítulos más oscuros de los últimos años. Y es que la detención del ex secretario de Obra Pública José López, cuando intentaba ocultar más de 8 millones de dólares y portaba armas de alto calibre, no solo expuso ante la sociedad la evidencia obscena del presunto enriquecimiento ilícito por el que se investiga al mundo K en los últimos tiempos, un delito que empujó el cambio presidencial y modificó el mapa político del país.


Ya no se trata solo del ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, apresado por la compra de trenes en mal estado y la Tragedia de Once, producto de su negligencia. Tampoco del mencionado empresario santacruceño, beneficiado durante la pasada gestión con la múltiple adjudicación de obras que pasaban por la mesa del propio López e investigado por lavado de dinero. La pertenencia del ex secretario al núcleo duro que sostuvo durante 12 años el poder kirchnerista deja marcado al ministro que avaló su proceder, el ahora diputado Julio de Vido, quien se amparó en sus fueros para evitar un allanamiento domiciliario. Y expande la sombra de la sospecha sobre el otrora matrimonio presidencial.


La obra pública fue el pilar sobre el que se asentó el proyecto kirchnerista desde su llegada a la Casa Rosada. Hoy esa base exhibe una sucia grieta que hace tambalear a toda la estructura.

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