El afán enloquecedor de los Kirchner por el dinero

¡Ah!, la plata, la guita, la tela, la mosca, la biyuya... Como quieran llamarlo, en mayor o menor medida, el dinero estuvo siempre relacionado con la política y el poder. Podría decirse que una cosa no existe sin las otras. Cuando se malgasta se compran voluntades, se reordena a la tropa, se esconden desaguisados o se roba para la corona. Pero más allá de los ilícitos ominosos o del delito de lavado de dinero que investiga la justicia, la insaciable ambición de Néstor Kirchner; la desmesurada riqueza de su viuda, Cristina Fernández; las cantidades monstruosas de billetes que amontonó el detenido Lázaro Báez o la obscenidad con la que su hijo Martín cuenta plata en La Rosadita, parecen haber cruzado todas las fronteras de la imaginación.

Esa atracción voraz del ex Presidente por el dinero se ve claramente en un vídeo de la década del 90, difundido en 2013 por Jorge Lanata y que aún circula en las redes sociales. En un impulso irresistible, Kirchner se abalanza sobre la caja fuerte de un despacho municipal de Santa Cruz para intentar abrirla con la desesperación de un animal hambriento. "Cuando veo estas cajas... ¡Éxtasis!", exclama irracionalmente feliz, como si hubiera visto al mismísimo mesías descender de los cielos. Recién se recompone cuando se da cuenta de que un empleado le estaba apuntando con una cámara. "¿No me habrás filmado, no?", pregunta sin mayor preocupación. Un psicoanalista se haría un festín.

 

Con el mismo estado de gracia con el que abrazaba ese cofre blindado, el ex presidente patagónico solía hacer gala de los fajos de dinero atados en bandas elásticas que llevaba en sus bolsillos. Presumía incluso delante de los periodistas, al comienzo de su gestión, cuando aún no éramos considerados como leprosos.

Este comportamiento es la antítesis del actual mandatario Mauricio Macri, que evita siempre tocar los billetes. No tanto por su carácter antihigiénico como por la certeza rotunda de que no es necesario llevar plata encima para tener poder. Ni siquiera carga con las tarjetas de crédito, como el mismo confesó. Actitud que no lo exime de cometer delito, claro. El fiscal Federico Delgado lo acaba de imputar por el escándalo de la investigación global Papeles de Panamá e investigará la cuenta offshore de su familia, a instancias de la denuncia de diputado kirchnerista Norman Darío Martínez.

Pero en el caso de los Kirchner o de los Báez sorprende el afán enloquecedor por acumular riqueza a cualquier costo. La denuncia que hace la diputada Elisa Carrió llega a los 14.000 millones de dólares mal habidos.

 

Está claro que Kirchner no veía el dinero sino como la única forma de hacer política. Los militantes le perdonarán cualquier tipo de ilícito en nombre del modelo nacional y popular sin sonrojarse y sus detractores lo tildarán lisa y llanamente de chorro, con todos los aditivos impublicables que conlleva esa etiqueta. Pero ¿por qué esa obsesión por el tener? ¿Qué pasa por la cabeza de una persona para querer juntar tanta plata, a sabiendas de que ni sus tataranietos lo van a poder gastar?

Los estudiosos del cerebro afirman que en algunos individuos, el dinero actúa como si fuera una droga. Y que la adicción a los billetes es tan peligrosa como la dependencia de la cocaína o la del juego. Eso los lleva a perder los estribos, sin tener hambre o necesidad.

Para el psicoanálisis, en las cuestiones de dinero siempre hay algo más que dinero, algo que supera la lógica de los economistas. Sigmund Freud pensaba la relación con la plata en términos de amor. O para ser más exactos, decía que era un asunto inconsciente, libidinal, y de origen infantil. Esto es, que en el fondo de nuestro comportamiento económico hay vínculos ocultos y eróticos con la historia afectiva de nuestro pasado. El amor obsesivo por el dinero estaría manifestando una situación de gran narcisismo, que impidió desarrollar a pleno la capacidad afectiva y el manejo de las emociones.

Sea como fuere, y para todos los casos, será la justicia la encargada de decir la última palabra. Entender un proceso no significa disculparlo. Nadie debe escapar de la condena que le corresponde. En La Divina Comedia de Dante, tanto los avaros como los corruptos y los ladrones sufren su castigo en los nueve círculos del Infierno.

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