Cacho, un cuervo que agoniza

Esteban Caselli, alias Cacho o El Obispo, inició su camino llevando la valija de Eduardo Bauzá, que ocupó la Secretaría General de la Presidencia cuando Carlos Menem llegó a la Casa Rosada. Después ascendió a subsecretario de Acción de Gobierno, conjugando con maestría sus contactos religiosos y su adoración por la Ley de la Omerta. En esa época, con muchos acusados de narcotraficantes y coimeros visitando Balcarce 50, Caselli invitaba con orgullo a sus amigos y familiares al despacho que Bauzá le había entregado por leal y silencioso. Miren, saben quien trabajó aquí, además de Caselli, decía Cacho frente a sus festejantes. Evita, remataba, mientras abría las puertas dobles de madera que daban al balcón que inmortalizó a Juan Domingo Perón.


Caselli usaba las oficinas que pertenecieron a Evita, pero no hacia militancia por los pobres. Al contrario, en pocos años junto a Menem, logró acceder a una mansión en pleno Barrio Norte que dotó de uno de los baños con mármol italiano que más elogios cosechó en los pasillos de la Casa Rosada.


En 1997, apalancado en el lobby eclesiástico, Caselli logró que Menem firme su designación como embajador argentino en el Vaticano, donde terminó de cerrar su amistad personal con ngelo Sodano, por entonces secretario de Estado de Juan Pablo II. Desde ese momento, El Obispo, Cacho, Caselli, se transformó en el nexo más oscuro y conservador de la Iglesia Católica con los sectores de poder de la Argentina.


Cuando se desploma el Banco de Crédito Provincial en la Plata, propiedad de la Familia Trusso, Caselli hace lobby desde Roma para evitar que sus dueños cayeran presos y que la justicia revele que millones de dólares negros del Vaticano habían quedado apresados en las arcas de esa entidad crediticia. El Obispo había recomendado al banco de la Familia Trusso por sus vinculaciones históricas con el Opus Dei y Antonio Quarracino, un cardenal ultra conservador que respaldó el golpe de estado de 1976.


El apoyo de Sodano y su permanente acción política entre Roma y Buenos Aires logró que Caselli sea nombrado Gentiluomo di Sua Santita, un cargo honorífico que ratificó la influencia de Cacho en Roma. El nombramiento fue formalizado por Juan Pablo II, pero detrás del título se escondieron Sodano y el cardenal Leonardo Sandri, dos amigos afectuosos que pagan sus deudas en la tierra. Es que gracias a las gestiones de Caselli, un sobrino de Sandri fue reclutado en la SIDE, y un hermano de Sodano logró que su empresa constructora evitara la quiebra. Los tres sonrieron satisfechos cuando se colgó en la embajada argentina en el Vaticano, un cuadro de Caselli haciendo honor a su puesto de lobby diplomático. Y los tres citaron al diablo, cuando conocieron que un diplomático de carrera, honesto y profesional, decidió descolgar la pintura oficial de Cacho que se pagó con los fondos públicos. Menem ya había entregado el poder a Fernando de la Rua, y Caselli regresaba a Buenos Aires para ejercer su poder oscuro apalancado sobre la influencia de Sodano y Sandri.


Cayó el gobierno de la Alianza, y el Obispo regresó a los despachos oficiales. Eduardo Duhalde, como Presidente, lo designó secretario de Culto. Caselli mezclaba el lobby eclesiástico con los negocios, y cobrara las facturas de todos los políticos que había logrado poner en una foto junto al Papa. Hasta tuvo tiempo de vengarse del diplomático que había osado descolgar su cuadro oficial. Cacho tenía la llave para abrir el Vaticano desde Buenos Aires, y su tiempo de consulta valía oro.


Duhalde entregó la banda presidencial a Néstor Kirchner y Caselli decidió iniciar su carrera como legislador, bancado por Silvio Berlusconi, el primer ministro italiano con más denuncias de corrupción en la historia política de Europa. A Cacho no le importó: quería ser senador, y lo logró. Su primer día como parlamentario también quedará en la historia de Roma: sorprendió en el recinto de sesiones con un cocoliche muy alejado de Dante y Verdi. Apenas balbuceaba el italiano.


En el Parlamento de Italia dejó su firma, que ahora investiga la Fiscalía de Roma. Caselli está acusado de cometer fraude electoral en los comicios de abril de 2008, cuando hizo campaña con el sello del Partido del Pueblo de la Libertada (PDL), que regentea Berlusconi. Y tiene otro expediente abierto para determinar si actuó como mediador en el pago de una coima realizado por la empresa Finmeccanica a funcionarios de los gobiernos de Rusia, Indonesia, Brasil y Panamá, para lograr contratos multimillonarios de venta de armamentos.


La trayectoria de Caselli fue usada por el embajador argentino en el Vaticano, Juan Pablo Cafiero, para lograr que el dossier sucio contra Jorge Bergoglio llegara sin escalas a las reuniones de los cardenales que se hicieron antes del Cónclave citado para designar al sucesor de Benedicto XVI. Caselli podía compartir sus secretos con Sodano y Sandri, que ya estaban en una campaña personal para evitar que Bergoglio fuera elegido Papa. Ambos cardenales ya sabían que la posible asunción de su adversario mortal terminaba su hora de influencia en el Vaticano, y ese destino también incluía a Cacho, que años antes intentó seducir a Bergoglio con un pasaje a Roma en primera, que el actual Papa devolvió roto en pedazos al lobista más oscuro de la Curia. En ese momento, Caselli juró venganza eterna.


Cacho, el Obispo, desmintió la información publicada por este diario, y planteó un dilema que debería ponerlo al borde de una causa por discriminación: aseguró al diario Perfil, adonde se publicaron el sábado sus polémicas declaraciones, que este periodista no podía escribir del Vaticano porque no era católico. Una vuelta de tuerca al anatema antisemita que veinte años atrás, me lanzó otro dirigente cuando investigaba las relaciones de Menem con el narcotráfico. Es un judío piojoso, dijo Alberto Pierri, por entonces presidente de la Cámara de Diputados. El Inadi está en manos del Gobierno, y Menem y Caselli ahora trabajan para la Casa Rosada. No creo que haya denuncia oficial. El gobierno no comerá a sus escasos aliados.


En sus declaraciones, Caselli intentó desacreditar a El Cronista y a sus periodistas. No deberían sorprender sus juicios sin valor ético y moral. Sodano y Sandri, sus enchufes púrpuras en el Vaticano, temen que Francisco investigue lo que ellos ocultaron siendo secretarios de Estado de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y Caselli, sin esos contactos, es un cuervo que agoniza.

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