El apego casi unánime a la democracia convive por estos días con una creciente desconfianza hacia quienes ejercen el poder. El nuevo informe de Creencias Sociales 2025, realizado por el observatorio Pulsar.UBA, revela una tensión central en la cultura política argentina y abre una pregunta incómoda pero inevitable: ¿se puede gobernar sin políticos?
Más de la mitad de los encuestados (53%) afirma que el gobierno funcionaría mejor si las decisiones las tomaran expertos independientes en lugar de políticos. Esta inclinación tecnocrática refleja un hartazgo con la dirigencia y una búsqueda de soluciones "eficaces" frente a la percepción de ineficiencia del sistema político tradicional. El fenómeno, sin embargo, abre un dilema: ¿pueden las democracias sostenerse sin mediaciones políticas, reemplazadas por saberes técnicos?

El informe también clasifica a la sociedad en cuatro grandes grupos: cesaristas elitistas, cesaristas demócratas, republicanos elitistas y republicanos demócratas. Cada categoría expresa un modo de resolver la tensión entre eficacia, representación y control del poder.
Cesaristas elitistas (22%): toleran excepciones democráticas, restringir derechos e incluso un giro autoritario si la situación lo "justifica". Priorizan eficacia y orden antes que inclusión y contrapesos.
Cesaristas demócratas (27%): defienden la democracia como valor, pero aceptan atajos presidenciales o tecnocráticos en momentos de crisis.
Republicanos elitistas (16%): se comprometen con las instituciones y límites al poder, pero creen que el voto debe restringirse a quienes están mejor informados.
Republicanos demócratas (35%): son la versión más "clásica" de la democracia liberal: defienden sufragio universal, división de poderes y rechazan cualquier suspensión de derechos.

Lo interesante es que ninguna de estas visiones es absoluta: incluso dentro de los grupos más democráticos aparece cierta simpatía hacia decisiones excepcionales, mientras que entre los más cesaristas hay un reconocimiento formal del valor de la democracia.
El estudio también muestra que 8 de cada 10 argentinos prefieren vivir en democracia, un consenso que creció en los últimos tres años. Sin embargo, la paciencia social con los gobiernos se erosiona: más de un tercio de la población cree que si un presidente no da respuestas debería ser reemplazado antes del final de su mandato.
Otro dato clave: tres de cada diez aceptarían limitar el voto a los "mal informados", lo que refleja que persiste cierta visión jerárquica de la ciudadanía. Y aunque una mayoría rechaza la suspensión de derechos, casi un cuarto de la población avala que un gobierno pueda hacerlo en circunstancias excepcionales.

El resultado es un mapa ambivalente: se valora la democracia, pero no siempre sus reglas. Se cree en el voto, pero no necesariamente en el voto universal. Se pide respeto por las instituciones, pero también se tolera que el presidente las desoiga si entorpecen su plan. Y se fantasea con gobiernos de expertos, como si la política pudiera resolverse por fuera de los políticos.
La conclusión del informe es clara: en la Argentina de 2025 la democracia goza de legitimidad, pero se encuentra bajo presión. La ciudadanía demanda eficacia y resultados, incluso al costo de relativizar derechos y contrapesos institucionales. La pregunta "¿se puede gobernar sin políticos?" revela más que un rechazo a los dirigentes: expresa el desafío central de nuestro tiempo, el de sostener un sistema democrático que sea al mismo tiempo eficaz, representativo y legítimo.




