Los accionistas del FdT aguardan el balance del CEO
Jorge Luis Borges decía que si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos. Es cierto que no siempre el todo es perceptible, pero también lo es que las más de las veces atendemos a lo que está frente a nuestros ojos, pero no observamos el todo que lo rodea. Algo de esto sucede en el escenario político. Nuestra atención está centrada en el proceso electoral que tenemos frente a nuestros ojos, quizá sin percatarnos que de fondo tenemos en la escena una riesgosa crisis de legitimidad del liderazgo presidencial.
Las imágenes del Presidente festejando el cumpleaños de la primera dama sin respetar las medidas de cuidado sanitario dictadas por él mismo en plena cuarentena estricta, han contribuido a que aquella crisis se acelere, pero no la originó. Se trata de una crisis por múltiples factores precedentes a este hecho.
Alberto Fernández es un Presidente que nació con su legitimidad de origen viciada. No solo por la profunda asimetría de poder que existía entre quien lo nominó como candidato, y el propio mandatario, sino también por algo que habitualmente se soslaya: su candidatura presidencial no surgió del consenso de los miembros de la coalición, sino que simplemente fue aceptada por el resto de los miembros del Frente de Todos como prenda de una unidad que garantizaba el triunfo electoral. Su liderazgo surge más de la necesidad de Todos que del convencimiento de Todos, hecho que debilita aun más al origen de la candidatura de Fernández como fuente de legitimidad de su liderazgo.
Adicionalmente a ello, Fernández tampoco ha podido legitimar su liderazgo en el ejercicio del poder. Los resultados de gestión no solo no han sido satisfactorios, sino que fueron acompañados de ciertos escándalos (Vacunatorio VIP o el Olivosgate) que han deteriorado seriamente la autoridad y la credibilidad presidencial.
Esta crisis de legitimidad del liderazgo se ve reflejada en los indicadores de imagen del Presidente. En nuestro estudio nacional de agosto no solo registramos una imagen negativa de Alberto Fernández superior al 70%, sino que también verificamos síntomas de que esta crisis caló en el propio electorado del Frente de Todos. Más del 60% de los votantes que volverán a votar al FdT (lo votantes más fieles), consideran que quien lidera el espacio es Cristina Kirchner y no el Jefe de Estado. Y solo el 20% percibe a Alberto Fernández como líder del Frente. Y si uno pregunta por el deseo, "quién quisiera usted que lidere el espacio", solo el 14% señala al Presidente.
Al mandatario le queda una única fuente de legitimidad a la cual aferrarse: la de ser el garante de la unidad que permitió que el peronismo retorne al poder. La imposibilidad política de Cristina Kirchner de ser la líder formal de esa unidad es quizá la única fortaleza que le queda a Alberto Fernández. Pero esa unidad que hoy se observa inquebrantable por las necesidades electorales (nadie tensiona la unidad de la alianza porque sería inconveniente desde el punto de vista electoral), podría volverse quebrantable si los resultados electorales no aparecen, y ese es el riesgo que enfrenta el liderazgo del Jefe de Estado frente a un escenario electoral adverso. Si la coalición del Frente de Todos se juntó para ganar la elección de 2019, una derrota obligaría a modificar todo el sistema de incentivos de la alianza.
Si la unión no garantiza triunfos, entonces todos los miembros de la coalición evaluarán la conveniencia de seguir formando parte de la coalición: qué rol ocupo en ella, que beneficios obtengo, que perjuicios y que alternativas tengo. Todo ello será sometido al escrutinio de cada uno de los miembros, si el escenario no es favorable para el Gobierno.
¿Cómo podría impactar un eventual escenario electoral adverso en la relación entre el CEO (Alberto Fernández) y el grupo de accionistas de la coalición (Cristina Kirchner, los gobernadores, los renovadores de Sergio Massa, etcétera)? Pudiera haber tres consecuencias que podrían sobrevenir a una derrota electoral:
1. Los accionistas intervienen las gerencias de la compañía: no habiendo posibilidad de reemplazar al CEO de la compañía, protegido por el mandato constitucional, los accionistas sí pudieran intervenir las gerencias de la compañía (el gabinete) tratando de lograr un mejor funcionamiento del equipo de gobierno que redunde en mejores resultados. La accionista principal (CFK) podría reclamar mayor incidencia en esos cambios, pero también es cierto que deberá cuidar la participación (y atender la opinión) del resto de los accionistas si quiere evitar una ruptura del capital accionario.
2. Deberán apuntalar la gestión del CEO: sin poder reemplazarlo en los próximos dos años, el liderazgo golpeado del CEO deberá ser apuntalado. Ello podría suceder si se ubica a un Gerente General empoderado. Por ello, el rol de la Jefatura de Gabinete puede ser clave para apuntalar el liderazgo del Presidente.
3. Deberán definir un mecanismo para discutir el eventual reemplazo del CEO: para tranquilizar a todos los accionistas, deberán darse señales de que habrá una discusión conveniente para designar el eventual reemplazo del CEO en 2023. De ello podría depender la permanencia de todos dentro de la compañía.
Es cierto que un escenario electoral adverso tendrá consecuencias políticas para una coalición que se imaginaba a esta altura del partido estar disputando la posibilidad de tomar el control de diputados y no haciendo cuentas para ver si pierde el control del Senado. Pero esas consecuencias pudieran ser aún más graves por la evidente crisis de legitimidad del liderazgo presidencial que atraviesa la coalición. Un Presidente que hoy termina siendo los pies de barro de este gigante político que es el Frente de Todos: un gobierno de mayorías, pero con un liderazgo riesgosamente débil.
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