Para el Fondo, las metas fiscales no están tan cerca como cree el Gobierno
Cada vez que el Gobierno recibe reclamos sobre la necesidad de avanzar más rápido en el frente fiscal para achicar la asistencia que le debe dar el BCRA al Tesoro, y desactivar de ese modo un motor de la inflación, el planteo entra en el mismo círculo vicioso en el que se debate la Casa Rosada desde que instauró el gradualismo. No hay ganancia en el shock: todo gasto del Estado que deba ser absorbido por los privados resta demanda en algunos consumos y presiona los precios de los servicios públicos. La única forma de romper esa dualidad es con la emisión de deuda, aunque ese paso también tiene su costo.
Muchos analistas (Carlos Melconian estuvo entre los primeros) advirtieron que los 4 puntos del PBI que el Estado tenía pensado ahorrar con la baja de subsidios, se trasladaban casi en la misma proporción al déficit financiero. Y ahí es donde el FMI anotó, al revisar en 2017 la estrategia fiscal del Gobierno, su mayor duda. La alta cantidad de deuda en dólares le demanda al Tesoro más pesos cada vez que se devalúa la moneda doméstica. En ese sendero, la promesa del superávit fiscal (anotada para 2021) queda cada vez más lejos.
La pregunta que queda en pie es si la meta oficial no está quedando demasiada ambiciosa a los ojos de los que deben financiarla. Eso mira el FMI y también los analistas de Wall Street: ambos perciben que el riesgo argentino va a perdurar. El gradualismo contagia todo lo que toca.