La CGT y el bullying a los impresentables: "No todos somos el ‘Pata’ Medina"

El esfuerzo por tomar distancia fue elocuente apenas la detención de Juan Pablo Pata Medina se consumaba como espectáculo frente a las cámaras de televisión y estallaba como trending topic en las redes sociales.

Medina jamás fue uno de los propios para la CGT: entre los históricos de la central lo reconocían como un sapo de otro pozo, una especie de puntero ocupado en su negocio personal, su quintita platense, que jamás procuró construir alguna red de solidaridad hacia dentro de la estructura de poder gremial. Por eso nadie se preocupó en salir en su defensa. Y hasta hubo algunos que aprovecharon la volteada para sacar a relucir otros trapitos al sol del polémico sindicalista.

En la CGT admiten que a la caída en desgracia de Medina se sucederán otras. Descuentan un inminente avance oficial contra otros dirigentes flojos de papeles, entre los que mencionan a los referentes de la Uocra de Bahía Blanca, Humberto Monteros, y Lomas de Zamora, Walter Leguizamón, ambos enfrentados al jefe nacional de gremio, Gerardo Martínez; y también al titular del sindicato de Atilra (lecheros), Héctor Ponce, de crítica relación con el Ejecutivo en medio del duro conflicto en la láctea Sancor.

Se trata de la misma lista que interpretan en la central se abrió con la detención en 2016 del otrora poderoso líder del Somu, Omar Caballo Suárez. Un conglomerado que definen de "impresentable", que no justifica el esfuerzo de un auxilio corporativo. "Ni vienen por todos, ni todos somos el Pata Medina", razonan.

Claro que existen motivos políticos de fondo detrás de esa decisión. En primer lugar la determinación del triunvirato de conducción cegetista de preservar de cualquier fisura el renovado acercamiento sellado con la administración de Mauricio Macri en las últimas semanas. De alguna manera en la cúpula sindical ya viven un tiempo post electoral que impone su lógica a la dinámica del proceso de toma de decisiones.

Con ello se relaciona también la otra fuerte razón por la que en la central gremial aceleraron los pasos para despegarse públicamente de Medina: evitar que se generalice ante la opinión pública la idea de que todos son parte de la misma bolsa. No se trata de un desafío menor porque supone el resguardo de su legitimidad discursiva en momentos en que el Gobierno presiona por ubicar la negociación de la reforma laboral en el centro del debate una vez superado el trámite electoral. Un descrédito social amplificado (propósito que intuyen en algunos despachos de la CGT es apalancado por ciertos sectores del oficialismo) colocaría a la dirigencia sindical en una situación de extrema debilidad para intentar bloquear cualquier iniciativa que implique un deterioro de sus propios intereses o de los derechos de los trabajadores.

El cálculo gremial parece consistente a la luz del recorte de adhesión social que la CGT ya había soportado con sus últimos desafíos a la Casa Rosada, como la protesta del 22 de octubre. Pero el alineamiento con el Gobierno también tiene sus límites: nadie soportará que la ofensiva antisindical se lleve puesto a alguno de los peso pesados de la central. Allí si, como ironizó un dirigente, el discurso se unificará y "todos seremos Moyano".

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