Kicillof, el funcionario de moda que elogian Broda y Cavallo

La expropiación del 51% de las acciones de YPF por parte del Estado permite elaborar una primera conclusión en cuanto al futuro económico de la Argentina. El hombre clave de esta etapa del Gobierno, al menos hasta las elecciones legislativas del año próximo, es el viceministro de Economía, Axel Kicillof. El será quien conduzca el designio de este tiempo que obsesiona a la Presidenta: la profundización de la huella estatal en la actividad económica. La experiencia y los años de calle hicieron que el primero en advertirlo fuera Guillermo Moreno. Poco antes del recambio de gabinete de Cristina, el secretario de Comercio Interior y Exterior lanzó su frase premonitoria: Ahora hay que dejarlos a los pibes, dijo, y muchos creyeron que se retiraba a funciones con menor estrés. Moreno finalmente se quedó, sumó tareas y es el otro pilar del cristinismo de segunda generación pero El Pibe del que hablaba era Axel. O Alec, como lo llama a Kicillof en la intimidad.
La pasión universitaria de Kicillof por las teorías marxistas de la economía le granjeó las primeras críticas de un sector de la prensa y un enorme respaldo que le dedicó públicamente la Presidenta. Si algo le faltaba era ese nicho político de víctima en el que el kirchnerismo se siente tan pero tan cómodo. La sorpresa mayor, sin embargo, fueron los elogios provenientes del campo enemigo ideológico. Primero fue Domingo Cavallo el que rescató la convicción del viceministro para explicar los fundamentos de sus decisiones sobre YPF. Y después fue el gurú Miguel Angel Broda, quien lo diferenció del glamour sin sustancia de Amado Boudou y de la soledad cada vez más conmovedora del ministro Hernán Lorenzino. Al lado de ellos dos, Kicillof es Paul Krugman, suele decir el verborrágico economista al que consultan cientos de empresarios.
Ni es Krugman ni es el chico caprichoso que parece ser cuando golpea el pupitre del Senado en medio de su exposición. Kicillof es un emergente de estos tiempos que debe demostrar si la oratoria economicista que lo hizo popular en los claustros universitarios es suficiente para convertirlo en un buen manager para mega empresas con participación estatal. La ecuación está lejos de funcionar en Aerolíneas Argentinas, para la que diseñó el plan de negocios que sólo el año pasado dejó 3.200 millones de pesos de déficit. Pero el desafío tiene un nuevo capítulo en YPF, la petrolera de bandera cuyo control acaban de arrebatarle al debilitado capital español y que será el termómetro previo al examen electoral de 2013.
Las versiones de estos días sobre Kicillof no tienen techo. Además de su cargo de viceministro, gerente de Aerolíneas y director por el Anses en el Grupo Techint, algunos le aseguran una inminente jefatura de todos los representantes del Estado en los directorios de las grandes empresas. Y cada vez son más los kirchneristas que esperan una futura e inevitable designación como ministro de Economía. Su poder reside ahora en la credibilidad que cosechan sus ideas cada vez que las expone en el despacho de la Presidenta. Allí es primus inter pares. Está protegido por esa fascinante burbuja del poder que alimenta el mito de la invulnerabilidad y que se desvanece demasiado rápido cuando hay ausencia de resultados.

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