Estados Unidos-China: un (mini) acuerdo tan necesario como frágil

El acuerdo alcanzado en Washington nace frágil producto de tres niveles: los agentes, las agendas y la estructura.

En el día viernes culminó en Washington la decimotercera ronda de negociaciones del más alto nivel entre la República Popular China y los Estados Unidos. El esperado viaje de la comitiva china, liderado por el Vicepremier Liu He, estuvo precedido por una semana con un elevado grado de tensión bilateral que ponía en duda cualquier éxito de las conversaciones.

La decisión de China de suspender lazos comerciales con la NBA producto del apoyo a las manifestaciones en Hong Kong por parte del CEO de Houston Rockets, el rumor de que EE.UU. quería “deslistar empresas chinas de Wall Street y la decisión de la Casa Blanca de incluir a nuevas compañías tecnológicas chinas en una lista negra que prohíbe cualquier relación comercial con entidades estadounidenses presagiaban una nueva frustración en las negociaciones. Sin embargo, un indicador generaba expectativas de algún tipo de acuerdo: Donald Trump había dejado de twittear en los últimos días sobre China.

En la tarde del viernes, el propio Presidente de los EE.UU. anunció desde el Salón Oval que se había alcanzado la “Fase 1 de un acuerdo y que sería firmado oficialmente en noviembre. El acuerdo alcanzado pospone la elevación al 30% de aranceles de bienes por un valor de 250.000 millones de dólares a cambio de que China se comprometa a comprar 50.000 millones de productos agropecuarios de los productores norteamericanos, algún compromiso en el manejo de su política monetaria y una mayor protección de la propiedad intelectual del capital americano en suelo asiático

Ahora bien, este -pre- parcial acuerdo era necesario para la mesa doméstica de ambas naciones. Los efectos negativos de un año y medio de tensiones comerciales entre las dos principales economías del mundo ya se empiezan a sentir en ambos lados del océano pacifico. Las alarmas de recesión de la economía estadounidense y la fuerte ralentización del crecimiento chino llevaron a una situación de pérdidas absolutas (lose-lose game).

Un cambio en las expectativas de los agentes económicos parece ser fundamental para sortear un derrumbe de la economía global. Por su parte, tanto Trump como Xi Jinping necesitan revalidar su poder político fronteras adentro. Trump comienza a transitar su año electoral que se inicia con un pedido de impeachment y Xi necesita ratificar su liderazgo en un contexto signado por las revueltas en Hong Kong que no pueden ser aplacadas.

Sin embargo, el acuerdo alcanzado en Washington nace frágil producto de tres niveles: los agentes, las agendas y la estructura. En relación al primer punto, el Presidente de los EE.UU. ha mostrado en sus tres años de gobierno que puede borrar con un Tweet lo que firmó con el codo. La personalidad de Trump y su forma de hacer política hacen que cualquier mínimo malestar pueda desencadenar en un regreso a fojas cero. Segundo, las agendas de la mesa negociadora no solo se reducen a cuestiones comerciales.

Todo el universo económico está en tensión (aspectos relativos a la IED, tecnológicos, financieros y monetarios) así como temas de la política y de la seguridad internacional. El recelo por el proyecto chino de la Belt and Road Iniciative (BRI), la injerencia del otro en temas sensibles de cada potencia (Venezuela y Hong Kong) y los desacuerdos estratégicos en el Sur del Mar de China son, por ejemplo, parte indirecta de las negociaciones bilaterales.

Por último, la fragilidad del acuerdo obedece a la nueva estructura de poder del sistema internacional. Estamos siendo testigo de una bipolaridad emergente que tiene como principal característica la pérdida de poder relativo de la potencia hegemónica a manos de una potencia en ascenso. Cuando las relaciones internacionales experimentaron un proceso de “power transition , la conflictividad es la norma y es difícil escapar de ella. En otras palabras, la disputa transpacífica entre EE.UU. y China no es coyuntural, es epocal.

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