Opinión

Brasil, en estado de alerta y movilización: la carta electoral que un expresidente le deja a Bolsonaro

Las claves de una situación novedosa en la política de Brasil, tras una semana de movilizaciones y polarización.

El expresidente Michel Temer prestó un servicio inconmensurable a Brasil poniendo en práctica su talento y experiencia como político veterano, que supo superar una de las presidencias más difíciles de la reciente historia política de Brasil luego de la caída de Dilma por impeachment.

Temer señaló cómo operan los resortes de la política en Brasil y demostró una muñeca política envidiable por cualquiera de los actuales contrincantes a la presidencia. En este oficio político, el expresidente Sarney fue un ejemplo de articulación y conocimiento de los laberintos de la política brasileña, incluso bajo el intenso bombardeo de muchos enemigos, que ahora frecuentan su casa en busca de consejos.

Los 8 años de Fernando Henrique dejaron un saldo positivo también, en el sentido de buscar instrumentar soluciones con apoyos amplios que incorporaran a los extremos del arco político nacional, donde dirigentes con la calidad de un Pedro Malan cumplieron su deber con creces y fundaron el Brasil del Plan Real.

Michel Temer es un político que viene de lejos. En 1987, aterrizó en Brasilia como diputado suplente en un Congreso centrado en redactar la futura Constitución. Se enfrentó a todo tipo de oponentes, tanto de la izquierda como de la derecha brasileña. Una anécdota cuenta que el histórico caudillo del nordeste Antonio Carlos Magalhaes, más conocido como ACM, lo llamó "mayordomo de películas de terror" en una acalorada discusión en el parlamento brasileño de aquellos años, y lo acusó sin evidencia de corrupción en la ejecución de obras públicas en el Puerto de Santos.

Por su lado, Renan Calheiros, otro dirigente histórico de Brasil con dos impeachment a presidentes en la espalda fue otro contrincante fabuloso en los pasillos del Planalto durante sus años como presidente de la Cámara de Diputados brasileña. Ya en la presidencia, fue herido por las flechas del ex fiscal general Rodrigo Janot con acusaciones de corrupción que fueron desestimadas en el plenario del Congreso Nacional.

Su esfuerzo y obstinación, lo convirtieron en uno de los políticos más importantes de su generación, electo en tres ocasiones como presidente de la Cámara de Diputados, luego dos veces vicepresidente y una vez presidente de la República. Llegó allí por sus propios méritos, haciendo lo que los Romanos llamaban el "Cursus Honorum", y ha demostrado ser un pilar fundamental que logra articular soluciones políticas cuando la institución republicana en Brasil se ve amenazada.

 Fue así con el impeachment de Dilma, y ahora con la construcción de un puente entre el presidente Bolsonaro y el Juez de la Suprema Corte Alexandre de Moraes, logrando detener la hemorragia política que atravesaba Brasil en los últimos meses.

El cambio de escenario

Desde abril de este año, observamos un cambio en la política brasileña con un corrimiento hacia los extremos ideológicos, a partir de la decisión de la justicia de dejar en libertad al expresidente Lula y el inicio de un proceso de Investigación en el Congreso brasileño sobre el desempeño del actual gobierno en la pandemia del COVID-19 que lleva más de medio millón de muertos en Brasil.

Este nuevo marco político llevó al surgimiento de una situación novedosa para la política brasileña y esto es, el enfrentamiento de dos líderes populistas como son Bolsonaro y Lula.

Bolsonaro en estos últimos meses con sus gigantescas caravanas en moto a lo largo de todas las capitales del país y principalmente en el último 7 de septiembre (día de la independencia de Brasil), demostró ser un líder carismático, de derecha, con capacidad de movilización, algo que no vimos desde la Revolución del 30 con Getulio Vargas en Brasil. Y del otro lado, comenzó a crecer como Némesis la figura del expresidente Lula, que, como buen líder populista de izquierda, busca relanzar su imagen frente a un electorado desilusionado del PT, a partir de un discurso plasmado de recuerdos de su lucha contra el gobierno militar y de su gobierno con la expansión del subsidio del Bolsa Familia en los grandes cinturones de pobreza en Brasil.

Pero en un país como Brasil, con vocación política parlamentarista, con un electorado de centro que guiña a la derecha, y que siempre ha rechazado los extremos en su historia, el resultado del proceso de movilización popular del presidente Bolsonaro desde inicios de año hasta este momento ha logrado quemar su capital político frente al fragmentado Congreso brasileño con una velocidad capaz de dar envidia al Fernando Collor del 92 o a la Dilma Rousseff del 2016.

 Finalmente, este proceso de corrimiento hacia la derecha termina reflejando cada vez menos expectativas de poder frente al sistema político brasileño y demorando la agenda de reformas en el legislativo. Bolsonaro, de seguir este rumbo, está en grave peligro de perder su condición de candidato viable el próximo año, perder a varios partidos de la base aliada, con el PSD de Kassab a la cabeza y terminar abriendo la oportunidad para un impeachment en su último año de gobierno, algo bastante común en la historia política brasileña desde la redemocratización.

Y todo esto empeora con la mala comunicación del Planalto con el resto de los tres poderes, algo que con los cambios de ministros en la Casa Civil no ha logrado mejorar. Brasil en su historia ha demostrado que son los presidentes los que se convierten en sus mayores enemigos, descarrilan a sus gobiernos y dejan escapar el poder. Jânio Quadros, João Goulart, Fernando Collor y Dilma son los mejores ejemplos de ello.

El ultimo 7 de septiembre, Bolsonaro estaba en los brazos del pueblo, y 2 días después las redes sociales del bolsonarismo extremo exhibieron una decepción nunca vista, como si el mundo se les cayera encima. Hoy, como se ve en los discursos de muchos líderes conservadores de derecha y formadores de opinión en Brasil, la confianza en el presidente está profundamente sacudida.

Tenemos una legión de viudas del 7 de septiembre que vivieron un clima de victoria, de euforia total, que incluyó compartir una agenda de toma de poder que preveía delirios como la instalación de un tribunal constitucional militar, la deposición de los jueces de la Suprema Corte y el regreso de la cárcel en segunda instancia que impactaría a muchos acusados de la Lava Jato, entre ellos a Lula.

En un 7 de septiembre digno de líderes populistas de derecha como Perón o Vargas, el presidente Bolsonaro se sulfuró al hablar de las decisiones judiciales de la Suprema Corte y calificó al ministro Alexandre de Moraes de "sinvergüenza". Las centenas de miles de manifestantes en Brasilia, San Pablo, Rio y otras capitales, acompañadas por la más grande movilización de camioneros jamás vista en Brasil explotó en apoyo.

Pero luego, dos días después, los camioneros fueron invitados por el propio Bolsonaro a salir de la Esplanada dos Ministerios en Brasilia, frenar la paralización del transporte a nivel nacional y salir con la cabeza gacha frente a una carta pública del presidente, con el auspicio del expresidente Temer, que recomponía las relaciones con la Suprema Corte de Justicia e invitaba al diálogo al ministro Alexandre de Moraes.

Este movimiento provocó el regocijo de opositores como João Doria, el gobernador de San Pablo y Rodrigo Maia, el ex presidente de la Cámara de Diputados hasta el año pasado, que lo tildaron de débil, farsante y cobarde.

Por otro lado, ese 30% del electorado brasileño que imaginaba cambiar a Brasil el 7 de septiembre, terminó regresando a casa con las banderas enrolladas, el alma hecha pedazos y un sabor amargo a traición en la boca que se observa en la indignación de sus redes sociales.

Por otro lado, el domingo 12 de septiembre, el PT por su lado prometió hacer frente con una marcha multitudinaria en todo el Brasil en contra de Bolsonaro y hacer sonar su teórico 40% de apoyo en las encuestas presidenciales. Lula parece querer combatir a Bolsonaro desde el populismo de extrema izquierda movilizado en las calles.

Sin embargo, ya aparecen fisuras en el movimiento anti-bolsonaro, donde muchas agrupaciones civiles a nivel nacional buscaran hacer su marcha contra Bolsonaro en otra fecha, ya que rechazan también a la figura de Lula y al Partido de los Trabajadores.

Pero además, cuando analizamos las encuestas en detalle, encontramos un voto que elige su candidato por oposición al otro, un rechazo significativo de Lula y Bolsonaro, y esto muestra a dos líderes con problemas de techo electoral para el próximo año. Cabe destacar que la aprobación del gobierno actual, si se saca el tema de la pandemia sigue con buenos números, lo que genera una cierta expectativa en los liderazgos políticos de centro, que puedan guiñar a la derecha para consolidar una segunda vuelta electoral.

Las chances de Bolsonaro y Lula

Sin embargo, quedan algunas preguntas en el aire faltando aún 13 meses para las elecciones presidenciales. ¿Es posible que Lula consolide su candidatura si Bolsonaro sigue derritiendo su imagen política?. Recordemos que la única versión de Lula que pudo ser presidente en Brasil fue el Lula con la barba afeitada, el "Luliña paz y amor".

Por otro lado, la intervención de Temer vino a bajar la crispación política de un Bolsonaro que pierde votos por su imagen y torpeza política, y no por una estrategia política opositora articulada y efectiva. ¿Pero un Bolsonaro que vuelva al eje de centro derecha desmovilizado como en el segundo semestre del año pasado, será capaz de recomponer su candidatura presidencial?

Por último, con la economía en franca recuperación para el 2022, la inflación controlada y la pandemia relegada a un recuerdo amargo y lejano, ¿es posible que surja una opción política viable de centro entre los extremos? Todas estas son preguntas aun sin respuesta.

Pero sí, lo que queda claro, es que Bolsonaro capituló frente a su electorado más fiel. Pero como el mismo expresidente Temer dijo al ser entrevistado esta última semana, parafraseando al expresidente Jucelino Kubitschek, "el presidente no debe tener un compromiso con sus errores si quiere gobernar", y esa es la carta que Temer le acaba de brindar a Bolsonaro, una oportunidad de relanzar su gobierno con miras al 2022.

¿Usará Bolsonaro correctamente esa carta? El futuro lo dirá. Lo que sí queda claro, es que el movimiento del resto del sistema político brasileño juega a partir de esa carta, pensando en las elecciones del año que viene.

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