EDITORIAL

Chile necesita aplicar un modelo de crecimiento que sea más inclusivo

Los tanques de guerra circulando por las calles de Santiago traen malos recuerdos. También los disturbios y los edificios en llamas. La escala y la ferocidad de la violencia del fin de semana en la capital chilena fueron las peores desde que el país volvió a la democracia en 1990.

Lo que comenzó como una protesta masiva pacífica a principios de semana por un aumento de tarifas para la red de subtes de Santiago se convirtió en actos de violencia que incluyó el incendio de la casa matriz de una compañía de energía y una fábrica de indumentaria, la quema de docenas de estaciones de subte y el saqueo de supermercados.

La rápida decisión del presidente Sebastián Piñera el sábado a la mañana de ordenar al ejército que patrulle las calles y de establecer un toque de queda a Santiago (ya extendido a otras ciudades) aumentó aún más la tensión, lo que hizo recordar la época de la larga dictadura de Pinochet. Piñera dio marcha atrás a la suba de tarifas que desencadenó las protestas y pidió un diálogo nacional para abordar las preocupaciones de los manifestantes, pero su torpe manejo inicial de los disturbios y su retórica agresiva han dificultado el éxito del diálogo.

Parece que el presidente Piñera no ha aprendido las lecciones de las protestas estudiantiles de 2011-12 que marcaron su primer mandato

En particular, su caracterización de la situación del domingo como una "guerra contra un enemigo poderoso e implacable" parecía calculada para enardecer los ánimos, en lugar de calmarlos. Es una lástima, parece que Piñera no ha aprendido las lecciones de las protestas estudiantiles de 2011-12 que marcaron su primer mandato.

La repentina erupción de protestas violentas del fin de semana en Chile puede parecer sorprendente. El país en las últimas tres décadas supera sistemáticamente a sus pares latinoamericanos, gracias a las sólidas políticas macroeconómicas que evitaron en gran medida los ciclos perjudiciales de auge y contracción que experimentan sus vecinos. Este año, gracias en parte a las políticas de inversión de Piñera, Chile crecerá entre un 2% y 3%: si bien está lejos de ser un crecimiento espectacular, es considerablemente mejor que Brasil, Argentina o México.

La desigualdad de ingresos ha marcado desde hace mucho tiempo a Chile. Sin embargo, los datos del Banco Mundial muestran que Brasil, Colombia y México son sociedades más injustas. Entre las economías más grandes de la región, solo Argentina y Perú son más iguales. La diferencia parece ser que el mayor nivel de vida de Chile y la aspiración de unirse al mundo desarrollado han creado mayores expectativas; el país ahora quiere medirse con sus pares de la OCDE en lugar de los latinoamericanos. Pero aún queda mucho por hacer para mejorar la educación, para garantizar servicios públicos a precios razonables, mejores jubilaciones y empleos de mayor calidad.

Si se quiere preservar la estabilidad que se obtuvo con esfuerzo, debería mostrar más sensibilidad hacia los chilenos menos afortunados

Por ahora, la prioridad en Santiago debe ser detener la violencia y la calma antes de que se pierdan más vidas. Para que esto suceda, los manifestantes deben creer que la oferta del gobierno de abrir un diálogo es sincera y dará lugar a cambios en las políticas para abordar las preocupaciones legítimas sobre la desigualdad persistente, el elevado costo de vida y el alto desempleo juvenil. Quizás se pueda aprender de cómo el presidente francés Emmanuel Macron manejó las protestas de los chalecos amarillos.

Piñera entendió la necesidad de que Chile sea más atractivo para los inversores y de impulsar el crecimiento económico después de un período de estancamiento con su predecesora socialista, Michelle Bachelet. Si se quiere preservar la estabilidad, ahora debería mostrar una sensibilidad similar hacia los chilenos menos afortunados. El presidente le dijo a Financial Times este mes que su país necesita un modelo de crecimiento más inclusivo; debe practicar lo que predica.

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