EN TIEMPOS NORMALES, EL JEFE DE ESTADO NORTEAMERICANO AL MENOS TRATAR A DE CALMAR LA SITUACIÓN

Ganen o pierdan los republicanos las elecciones, no habrá grandes cambios

No podemos confiar en que los resultados de la votación domará, al presidente. Después de dos años de administración Trump, sus bases lo siguen apoyando

Los estadounidenses siempre se describen como "divididos", como si eso en sí mismo fuera negativo. Sería extraño que una nación democrática no esté en desacuerdo, incluso de manera ruidosa, sobre los temas más importantes vinculados a la gobernabilidad.

EE.UU., que a menudo reserva sus peores peleas para las elecciones de medio término, lo hizo en 2010 cuando Obamacare era el tema que generaba polémica; en 1994, cuando los republicanos se opusieron al mismo gobierno; y en 1938, cuando incluso Franklin Roosevelt puso a prueba el enojo del pueblo. Lo que distingue estas elecciones legislativas de esos rencorosos precedentes es la principal fuente de resentimiento. El comportamiento más grosero proviene de lo más alto, del presidente Donald Trump.

La lista de enemigos de Trump, que él menciona en sus actos de campaña, va más allá de los demócratas ya que incluye a periodistas, inmigrantes, servicios de inteligencia, atletas disidentes y una élite mal definida. Propuso el no reconocimiento de personas transgénero y ha encargado anuncios de campaña que hay que tener estómago para soportar. No se lo puede culpa directamente de la violencia de las últimas semanas contra personalidades liberales y, de manera más letal, contra los judíos. Pero un presidente decente sentiría el clima de odio e intentaría suavizarlo. Trump con demasiada frecuencia lo exacerba en beneficio propio.

En su discurso de cierre de campaña a los votantes, Trump pidió el fin de la ciudadanía por nacimiento y aseguró sin fundamento que la "caravana" de migrantes centroamericanos que avanza hacia el norte lleva consigo el terrorismo islámico. Para una nación poderosa que disfruta de un auge económico, es un final vulgar para una campaña poco esclarecedora.

Es tentadora la idea de que la votación de miembros del Congreso se convertirá en una oportunidad para controlar al presidente. Pero el mundo no debe esperar que una Cámara de Representantes, o incluso un Senado, con mayoría demócrata pueda domar mucho al presidente Trump. Tal vez funcione en lo que se refiere a su programa nacional, pero sus peores actos son tanto retóricos como legislativos. Puede seguir saqueando la atmósfera cívica sin tener ningún senador. Sus acciones más polémicas, como la prohibición de viajar, la militarización de la frontera sur y su política exterior basada en "EE.UU. Primero", a menudo surgen de sus facultades ejecutivas.

Las investigaciones de sus actos por parte de un Congreso demócrata tampoco cambiarán su comportamiento. Por un lado, los demócratas, conociendo la indiferencia del público en cuanto al proceso, durante la campaña electoral han restado importancia a las infinitas investigaciones y optaron por enfocarse en temas como la salud. Por otra parte, Trump es un maestro en cuestionar las motivaciones de sus oponentes hasta lograr que su integridad sea tan dudosa como la suya. Tuvo cierto éxito con Robert Mueller, el fiscal especial que está investigando la influencia rusa en las elecciones de 2016.

No debería tener problemas para repetir el truco contra el Congreso. Nada cambiará el comportamiento de Trump hasta que sus propios votantes le retiren su apoyo. Después de dos años de amplias oportunidades, sus bases siguen siendo firmes.

Es probable que las elecciones de medio término profundicen la grieta dentro de EE.UU. Si a los republicanos les va mal, Trump despertará una manía persecutoria. Si obtienen buenos resultados, por ejemplo que pierden por poco al mayoría en la Cámara de Representantes mientras retienen el Senado, el presidente lo va a atribuir a sus propias tácticas de campaña y las intensificará. Al mismo tiempo, los demócratas comenzarán extraoficialmente el proceso de elegir un candidato para que lo enfrente en 2020. Es probable que los activistas recompensen a aquellos que se oponen al presidente de forma más ruidosa. El resultado podría ser dos años de políticas aún más desagradables que los dos anteriores.

En tiempos normales, el jefe de Estado al menos trataría de calmar la situación. En este momento de la historia, los estadounidenses deben buscar ese liderazgo en otra parte.

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