El futuro del trabajo: robots, jubilaciones, renta universal y las metas de los millennials

Frases como “aumento de la edad jubilatoria , “automatización del trabajo y “reducción de la jornada laboral provocan diferentes representaciones sobre el futuro, desde un panorama desolador en el que el empleo no alcanza y cuarenta años de aportes no son suficientes para jubilarse hasta un futuro optimista en el que basta con trabajar veinte horas semanales para vivir bien. Los escenarios son muchos.

La contratación de empleados extranjeros a menores costos salariales que los locales, la sustitución de trabajos manuales por máquinas y la fuga de profesionales nacionales en búsqueda de oportunidades laborales son algunos de los efectos que han tenido, en el mundo laboral, la revolución tecnológica y la globalización.

Frente a este escenario existen muchas formas de posicionarse y los países continúan implementando diferentes baterías de medidas económicas, legales, productivas y educativas para adaptarse a los cambios. Las políticas que una y otra nación llevan a cabo responden, por supuesto, a las realidades económicas y sociales particulares, pero también al modo de concebir este nuevo mercado laboral. Entenderlo como un triunfo del sistema capitalista y no como una falla que amenaza la economía mundial es dar un paso adelante. Repensar la realidad y planificar un futuro diferente es un desafío para las generaciones jóvenes que tendrán que vivir en ese futuro.

Las políticas que una y otra nación llevan a cabo responden, por supuesto, a las realidades económicas y sociales particulares, pero también al modo de concebir este nuevo mercado laboral.

Si hay más robots, ¿por qué no aprovecharlos?

Hoy sabemos que el trabajo no alcanza para todos y que para los más jóvenes es difícil insertarse en un mercado que no está dispuesto a pagar sumas suficientes que permitan recuperar el dinero que han invertido en educación. Muchos terminan carreras universitarias o terciarias con la esperanza de ejercer su vocación y poder crecer como profesionales, pero la realidad es dura y las oportunidades se presentan como limitadas e insuficientes para la demanda.

La sobrecalificación, el trabajo informal y la migración son algunas de las consecuencias. El trabajo no calificado, por otro lado, también sufre ataques desde varios frentes, como la reducción de las jornadas, la contratación de empleados extranjeros con salarios más bajos, o la creciente utilización de máquinas y robots.

Pareciera que el panorama es desalentador y que la crisis de empleo en inminente, pero existe otra forma de verlo.

¿Y si menos es más?

A menudo se piensa en la reducción de la jornada laboral como un efecto negativo del poco trabajo disponible, pero ¿y si no lo fuera? ¿Y si pudiéramos trabajar menos horas y ganar lo mismo, o incluso más? ¿Dónde está escrito que es necesario trabajar 40 horas semanales para vivir?

El historiador holandés Rutger Bregman reflexiona sobre esto en su libro Utopía para realistas y da numerosos ejemplos de países que han reducido la cantidad de horas de trabajo pero han mantenido los salarios, y los resultados son prometedores. Trabajar menos no necesariamente tiene que significar ganar menos ni tener una peor calidad de vida. ¿No sería mejor que todos trabajáramos cuatro horas al día y dispusiéramos el resto para hacer cosas que nos guste? ¿Es demasiado utópico?

Probablemente suene como un delirio, especialmente entre las generaciones más grandes, pero los datos presentados por el autor millennial de los experimentos en países como Canadá, Estados Unidos e Inglaterra demuestran otra cosa: la reducción de la jornada ha bajado las tasas de desempleo y ha producido un efecto de progreso y mejoría en la calidad de vida de la población. Al poder vivir bien trabajando la mitad de horas, la gente tiende a volver a estudiar o capacitarse en diferentes áreas, así como a desarrollar emprendimientos propios y distintas actividades que se traducen en el progreso de la región.

¿Y si pudiéramos trabajar menos horas y ganar lo mismo, o incluso más? ¿Dónde está escrito que es necesario trabajar 40 horas semanales para vivir?

Lo mismo sucede con el aumento del trabajo automatizado o las propuestas de aumentar la edad jubilatoria. Los datos muestran que es una realidad cada vez más cercana y es primordial dejar los miedos y prejuicios de lado y contemplar nuevos caminos que pueden resultar positivos. Si vivimos más que antes, ¿por qué no continuar trabajando pocas horas de un trabajo bien remunerado en lugar de quedarnos en nuestras casas con pocos ahorros? Si cada vez hay más robots, ¿por qué no aprovecharlos para que hagan lo que nosotros no queremos?

Vehículos autónomos

A comienzos del 2017 el Instituto Global McKinsey estimaba que para el año 2055 casi el 50% del trabajo mundial será reemplazado por trabajo automatizado. Robots que harán de forma total o parcial el trabajo antes realizado por una persona, pero con un mínimo margen de error, trabajando más horas y sin costos laborales. Pensemos, por ejemplo, que en varios países un conductor de transporte automático es hoy más barato y seguro que una persona al volante. En una primera impresión podemos entender esta predicción como una amenaza tecnológica a las fuentes de empleo y un camino seguro a tasas altísimas de desempleo global.

Sin embargo, otra mirada es posible. Al utilizar robots en los trabajos más autómatas, tediosos y peligrosos, las personas podrían dedicarse a tareas más productivas, creativas e incluso recreativas. Dejemos a los robots que manejan camiones y usemos nuestro tiempo en hacer lo que nos guste.

Millennials y boomers

Como millennial entiendo que el escenario como la planteo resulte receloso o inocente para un boomer que se desenvuelve en el mercado laboral hace más de veinte años, pero a la vez creo que si la tecnología y la sociedad avanzan a lugares inéditos, inéditas también pueden ser las soluciones.

Bregman va aún más lejos y propone la implementación de una renta básica universal que elimine la pobreza, y asegura que los experimentos sociales que se llevaron a cabo devolvieron resultados positivos en todo sentido, desde la reducción drástica de la pobreza y el aumento de la redistribución de ingresos hasta incluso una reducción de los costos estatales destinados a atender a la población más vulnerable.

Dejando de lado la gran distancia entre un experimento en un país nórdico y la realidad social argentina, para poder hacer frente a la nueva realidad laboral es ineludible contemplar nuevos caminos que aprovechen al máximo la tecnología disponible y que se permitan preguntarse por una vida mejor.

Quizás mi condición de millennial me esté pesando demasiado, pero tal vez aparentes delirios como la renta universal y una semana laboral de veinte horas no son más que metas que las generaciones más jóvenes podemos proponernos alcanzar.
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