Cataluña busca alternativas a un probable fracaso del referéndum

Si fracasa la consulta, la vía de la secesión quedará tocada de muerte, así que los separatistas se preparan ya para comicios ordinarios a final de año

Es 2 de octubre de 2017. Cataluña se despereza en el primer día de una nueva era. Por el horizonte no amanece la Arcadia feliz del independentismo, sino un anticiclón llamado España. Nadie ha tomado el Palacio de Invierno, ni la Delegación del Gobierno. No se consuma la insurrección. La realidad, tan tozuda como siempre, recarga un ambiente de por sí denso. Más que la resaca, cunde el síndrome post traumático: tanto todo para nada. No se vislumbra la Cataluña mágica que inventaron los defensores del golpe de Estado. Hoy, que es lunes, el blue Monday del soberanismo, comienza a desmadejarse la fábula del independentismo. La gran maraña. La Justicia, que es la única más ciega que ellos, ha vencido la batalla.

Fuera de las trincheras, tras los restos del naufragio, se adivinan elecciones autonómicas. Ésa es la única salida. Y ahí, como bien señaló Marta Pascal, coordinadora del Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT), "huele a tripartito de izquierdas". Comienza hoy un octubre rojo, pero no el de la Revolución Rusocatalana que ambicionaba la CUP, sino el de una nueva etapa, forzosamente más prosaica, en la que a los secesionistas sólo les quedan dos opciones: insistir en las elecciones plebiscitarias y ser condenados de nuevo al Tártaro de la ilegalidad, o plegarse a unos comicios ordinarios y buscar una nueva cuota de autogobierno, desde la izquierda. Por ejemplo, ser una nación dentro de otra nación, si triunfan las tesis borgianas de Pedro Sánchez.

En ambos casos, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras quedarían fuera de juego. Ya lo están. Su inhabilitación, pendiente o consumada, dejaría al PDeCAT y a la Izquierda Republicana de Cataluña (ERC) sin líderes naturales para el proceso electoral. Tampoco emergería Carme Forcadell, que se enfrenta, como el presidente, a penas de cárcel. Todo el Gobierno quedaría en el limbo político en el que ya viven Artur Mas y Joana Ortega. ¿Cómo han llegado hasta allí? Actuando "anticonstitucionalmente".

En el cul de sac en que ha encallado la pantomima secesionista resuena el eco de El Guerra: "Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible". Esa frustración la sufre ahora en sus carnes la derecha convergente, antaño hegemónica en Cataluña y ahora relegada al quinto o, con suerte, cuarto puesto electoral.

Por eso el PDeCAT, consciente de su debilidad, no quiere convocar elecciones el 2-O. Su intención es celebrar primarias en noviembre, ganar tiempo, recuperar músculo. Esto empujaría los comicios a diciembre o, incluso, enero, ya que el partido de Puigdemont tiene la sartén por el mango y la coalición Junts pel Sí no tiene visos de reeditarse. ERC volará libre, con una expectativa electoral cercana al 30%.

La cena de Pablo Iglesias y Oriol Junqueras cobra ahora una importancia casi fundacional. En casa del empresario Jaume Roures se inauguró un nuevo horizonte electoral. El movimiento del vicepresidente es maquiavélicamente eficaz. Sin piedad: "O nosotros o el caos, que también somos nosotros. Y brindemos por un futuro en comú, Pablo". Si no fuera por la gravedad de la asonada separatista, daría risa.

El partido de Tarradellas ha liquidado uno de sus grandes apotegmas en política se puede hacer de todo, menos el ridículo, y ahora se dispone a liquidar casi cuatro décadas de hegemonía de la derecha catalana, que por algo lideraba la sociedad incluso cuando no gobernaba. Bien es cierto que en el derrumbe estruendoso del pujolismo todo el mérito hay que concedérselo a los convergentes, que huyeron hacia adelante. Pero no hay que olvidar que Convergencia y Unión (CiU) sobrevivió incluso al 3%. Ha sido su carrera de ratas en pos del independentismo la que ha desmigado finalmente todo el legado de los conservadores catalanes. El sustrato liberal y pragmático que los convirtió en la llave de todos los gobiernos ahora es una papilla desintelectualizada. Y ya nadie habla catalán en la intimidad de La Moncloa.

Pero eso no significa que al PP y al PSOE no les interese la reconstrucción del tablero político catalán. En Génova tienen una obsesión: "El recosido". A la sociedad catalana la quebró la mitosis propagandística del nacionalismo. "La vertebración política de Cataluña ha muerto", dice un cargo popular. "Esa estabilidad desde el 78 ya no existe, continúa. "La Cataluña que lideraba económica y culturalmente España ha fallecido. Ya no es la vanguardia", se apena.

Pedro Sánchez y Mariano Rajoy coinciden en el diagnóstico: Cataluña sólo tiene una salida, las urnas ordinarias. Así lo reconoce un alto cargo de Ferraz. Los dos líderes creen que, a final de año o, incluso, a principios de 2018, se celebrarán los comicios de la calma chicha. Los votos no blanquearán las ilegalidades lo sabe bien Rajoy, pero sí legitimarán la nueva correlación de fuerzas de Cataluña. O, mejor dicho, "la correlación de debilidades", como ironizaba el barcelonés Manuel Vázquez Montalbán.

Es 2 de octubre. El independentismo se ha despertado, con falso orgulloso, sobre la tierra quemada de su Waterloo, pero debe caer en la cuenta de que, desde hoy, el separatismo ya no es un fin, sino un medio de conseguir votos. El ridículo internacional está consumado. Llega la hora de agachar la cabeza. Es 2 de octubre y la autonomía que lideraba el país boquea hundida en la anomia imprudente del secesionismo. Es 2 de octubre y Cataluña tiene agujetas. Huele a fracaso colectivo, a cainismo. Media población recela de la otra media. Huele también elecciones. Y a tripartito.

 

Temas relacionados
Más noticias de Barcelona
Noticias de tu interés