Otra vez, precios máximos

Reconozco que es muy tedioso repetir conceptos archiconocidos. Desde Diocleciano en Roma, se vienen explicando los efectos nocivos que se suceden cuando los aparatos estatales intervienen en el mecanismo de precios bajo el rótulo de acuerdos de precios o bajo cualquier otra pantalla. Como en nuestro medio estamos enredados con los tomates y otros menesteres tragicómicos, es pertinente volver sobre el asunto.
Como es sabido, el precio surge como consecuencia de la interrelación de las estructuras valorativas entre compradores y vendedores. No mide el valor puesto que éste opera en direcciones opuestas en la demanda y la oferta (si tuvieran el mismo valor no tendría lugar la transacción). Es como si se tratara de un tablero donde se indican las diversas posiciones (permanentemente cambiantes) que revelan los distintos márgenes operativos que observan los actores en el mercado al efecto de invertir o desinvertir.
Cuando el Leviatán se inmiscuye e impone un precio máximo (es decir un techo obligatorio que naturalmente es más bajo que el de mercado), inexorablemente tienen lugar varios efectos. Primero, se producirá una expansión en la demanda ya que habrá más gente que puede adquirir el bien en cuestión.
Segundo, en ese mismo instante se sucede un faltante artificial del producto puesto que por arte de magia no puede incrementarse la oferta. De allí las colas y las frustraciones debido a que hay quienes pueden comprar pero el bien no está disponible.
Tercero, en la escala de los comerciantes hay los más eficientes que cuentan con márgenes operativos mayores y los menos productivos cuyos beneficios son reducidos. Éstos últimos son los primeros en desaparecer del mercado porque entran en el terreno del quebranto.
Cuarto, se agudiza el faltante mencionado ya que no solo aumenta la demanda sino que ahora se contrae la oferta. Y quinto, se alteran los márgenes operativos del antedicho tablero situación que, al leerse señales falsas, resulta que se tiende a invertir en áreas que la gente en verdad considera menos urgentes (que aparecen relativamente con ganancias más atractivas) y se abandonan justamente los sectores que más se necesitan por deprimir sus márgenes operativos artificialmente.
Si se tiene en cuenta que habitualmente los precios máximos recaen sobre productos de primera necesidad, es en éstos sectores en los que paradójicamente se producen los primeros problemas. En la medida en que se generalizan los precios máximos, se generalizan sus efectos y se extienden las dificultades en la evaluación de proyectos, la contabilidad y el cálculo económico en general puesto que se basan en números que en ese momento le agradaron al burócrata y no en precios en el sentido técnico de la expresión.
Es justamente el problema de los precios lo que condujo al Muro de la Vergüenza y a su demolición: si no hay precios por los ataques a la propiedad privada, se pierde por completo el rumbo de la economía y se desconoce la magnitud del consumo de capital puesto que no hay forma de detectarla en ausencia de precios. Por eso hemos ilustrado antes el problema con que, en el extremo, no se sabe si conviene construir caminos con oro o con asfalto.
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