Unidos y subsidiados

En la última huelga de los empleados del transporte de pasajero de larga distancia, surgió la crudeza de una lucha que hasta hace poco se resolvía en ámbitos oficiales con mucha discreción y algo más de dinero fresco. En una de las incursiones mediáticas, Roberto Fernández, el titular del gremio de la Unión Transportes Automotor (UTA) advirtió que no era serio el accionar del Gobierno en cabeza del ministro de Trabajo al, según él, permanecer indiferentes ante la medida de fuerza que paralizó durante cinco días el sector.
La sospecha de una connivencia entre empresarios y sindicalistas puso de relieve un método de solucionar conflictos en la era de las relaciones armoniosas con las huestes de Hugo Moyano y la abundancia de fondos para dichos parches. Hoy la amistad se transformó en desconfianza, sino rivalidad y ya no se puede contar con el Estado para solucionar lo que los particulares no pueden, no saben o quieren hacerlo.
La crítica del modelo diría que es su deserción, también, en materia de relaciones laborales. Pero también se podría cuestionar hasta qué punto la relativamente armoniosa relación patronal-sindicatos se basó en un negocio en el que todos ganan o un gran subsidio encubierto.
La teoría clásica, de la cual se nutrió el propio Marx y que incluso no criticó en ese punto, enseñaba que los salarios se correspondían a la productividad media en ese sector. La plusvalía aparecía cuando el vil capitalista de turno se quedaba con parte de lo que generaba el trabajador. Por lo tanto, en competencia perfecta, la única forma de incrementar los salarios era la de aumentar también la productividad. Hablar de eso en la Argentina K es algo impensado: la distribución del ingreso (trabajo-capital) no se soluciona por el mercado sino por la intervención precisa y oportuna del Gobierno.
Sin embargo, cuando esta teoría deja de aplicarse por falta de gestión, ganas o por falta de dinero, las partes quedan libradas a la intemperie del mercado. En este caso, los choferes pedían lo que los transportistas decían que no podían pagar, entre otras cosas, por culpa de la competencia desleal de la aerolínea de bandera, virtualmente estatizada hace cinco años. Una intervención que en aras de proteger la soberanía aérea termina arruinando el negocio del grueso del transporte de pasajeros local.
La solución clásica y ortodoxa implicaría, para este caso, revisar la ecuación de gastos e ingresos del sector para analizar qué posibilidades hay de elevar la productividad de los trabajadores. Todas estas proyecciones implican estudios muy precisos, conclusiones poco simpáticas para la estabilidad de muchos puestos de trabajo y, sobre todo, un cuestionamiento al actual sistema de rutas concesionadas y reservas de mercado.
Que el actual ministro de Interior y Transporte no haya podido concentrarse en el tema es quizás la consecuencia no deseada de la acumulación serial de funciones de quien presume de ser un funcionario ejecutivo. O también que el antiguo método de gestionar (subsidiando directa o indirectamente) sólo funcionaba cuando había vientos de cola.
¿Es este un conflicto aislado o es sólo la punta del iceberg de otros que permanecen por ahora en el silencio oficial? Pensemos en la imposibilidad de reanudar clases con normalidad, si el Estado Nacional no asistía a las provincias comprometidas. O los planteos de uniformadas por el blanqueo de sus salarios; las inversiones en materia de distribución eléctrica o la creciente importancia de la cuenta de recolección de basura en los presupuestos municipales. En todos ellos se espera que el Estado medie, proponga soluciones y además las financie.
No es novedoso el sistema en el cual la omnipresencia del Gobierno termina castrando los ímpetus competitivos de empresarios y empleados. La innovación deja de ser un bien en sí mismo sólo para convertirse en elemento de marketing corporativo o bien traducirse en ingeniosas formas de negociación con el actor principal de este entorno: el Estado. El expertise en mercados regulados cobra nueva fuerza en este contexto. Quizás la época de vacas flacas que la actual crisis augura para la economía argentina traiga consigo un efecto positivo: el retorno de muchos empresarios a sus fuentes, desprovistos de hecho del paraguas que les amortiguaba las inclemencia del mercado. Al fin y al cabo, el empresariodebería mutar del hombre de negocios al emprendedor con sus propias armas. No requerirá de mucho más que sus manos libres para poder hacer lo que sabe y puede. Aunque luego de tanta anestesia imperante, muchos de ellos no saben si realmente lo quieren.
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