El cacerolazo le gana la pulseada a los aparatos políticos

Por Jorge Sosa, especial para Cronista.com

La envergadura del cacerolazo de anoche sorprendió hasta a los propios dirigentes de la oposición. Un día después de la protesta, empieza a quedar claro que se trata de un método de reclamo cada vez más instalado, que aún resulta difícil de decodificar para muchos protagonistas de la política argentina y –lo que más preocupa al Gobierno- no puede descartarse vuelva a repetirse más pronto de lo pensado.

Los cacerolazos y los piquetes nacieron al calor de la crisis que explotó en 2001. La acción de los movimientos sociales y gremiales, motor de la mayoría de los cortes de calles, con el tiempo fue cooptada o moderada por la estructura política del Estado. En cambio, el ruido de cacerolas, adoptado mayormente por la clase media, no quedó subsumido bajo el influjo de los aparatos.
 
La derrota más dolorosa anoche para el Gobierno: la demostración de que el humor social, potenciado por las redes sociales, puede escapar a las redes de la cadena de difusión oficial y del “relato” de la Casa Rosada.
 
Sin embargo, es clave hacer una notoria diferenciación con los sucesos de 2001. En contraste con aquella Plaza de Mayo provocó la partida de Fernando de la Rúa en un helicóptero, la mayoría de los manifestantes esta vez no parece haber tenido como principal consigna el “Que se vayan todos” de la caída de la Alianza.
 
Confundir el hastío ciudadano con una movida destituyente puede resultar un error político con graves consecuencias.
 
¿Sin códigos?
 
La pregunta que sí se hacen hoy muchos políticos y referentes -con entendibles razones- es si el “cacerolazo”, como fenómeno, puede ser constructivo o la protesta debería, mejor, canalizarse a través de “la política”, mediante la “participación ciudadana”.
 
Por empezar, una primera dificultad: la Argentina carece de un sólido sistema político de partidos y la participación en muchos casos se restringe al voto.
 
El cacerolazo se muestra ahora como una expresión con alto componente de espontaneidad, sin liderazgos claros y, aunque sus disparadores parecen bastante definidos, las consignas pueden ser muchas, igual que los intereses políticos.
 
Un cóctel complicado para la desgajada dirigencia Argentina, que sin duda deberá ensayar otras fórmulas.
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