Opinión

¿Y ahora?

Desde su irrupción sorpresiva en la escena nacional luego de las crisis del año 2001 que terminó con la convertibilidad, la política argentina está organizada desde hace casi veinte años alrededor del apellido Kirchner. Primero, por haber construido una hegemonía hacia el interior del peronismo que llega hasta nuestros días, aunque no exenta de críticas. Luego, porque entre Néstor Kirchner y Cristina Fernández construyeron uno de los periodos más largos de permanencia en el poder de un mismo espacio político, solo interrumpido por los cuatro años de gobierno de Mauricio Macri.

El kirchnerismo no solo organizó al peronismo sino que también organizó al mundo opositor. Lo que en principio fue confusión y fragmentación, finalmente se convirtió en la coalición que conocimos por el nombre de Cambiemos y que allá por el 2015 puso fin a doce años de peronismo en el poder. Cambiemos (hoy Juntos) es una alianza de fuerzas y referentes políticos con diferentes trayectorias y distintas visiones que se articularon para responder a la demanda de una parte muy importante de la ciudadanía que deseaba poner fin al ciclo kichnerista.

Sin embargo, desde la crisis que tuvo lugar en el año 2008 por el establecimiento de un sistema de retenciones móviles a la soja, hemos escuchado reiteradamente acerca del final del kirchnerismo. Cada vez que este espacio sufre una merma en el apoyo público proliferan este tipo de análisis, sobre todo aquellos que lo asocian a las causas judiciales que involucran a la vicepresidenta. La reciente condena de un tribunal oral pareciera abonar aún más esas especulaciones. Prefiero saltear este tipo de pronóstico y que especulemos con la siguiente hipótesis: que tal cual lo anunciado por Cristina Kirchner la semana pasada, ella no será candidata en ninguna categoría en el 2023.

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Veamos entonces que podría pasar en el sistema político, en el oficialismo y en la oposición. En principio uno podría especular con el desequilibrio que, en un sistema polarizado, significa la desaparición o atenuación de quien expresa a uno de los polos. Recordemos sino la elección de 2015 en la que Mauricio Macri perdió la elección general, ganando luego en balotaje por apenas un punto porcentual enfrentando a un moderado como Daniel Scioli. O la más reciente elección de 2019, en la que con CFK en un segundo plano, Alberto Fernández gano cómodamente la elección presidencial.

Esto nos lleva a dos conclusiones preliminares. Por un lado, es probable que Cristina tuviera decidido hace tiempo que no sería candidata. Seguramente por comprender que, más allá de su condición hegemónica al interior del peronismo, su presencia genera una dinámica centrífuga que, desde hace tiempo (probablemente desde el año 2013), concentra más del lado opuesto que del suyo. Pero también es posible pensar que la dinámica de la polarización no es la única determinante de los resultados electorales. Que son los indecisos o independientes, los que no se identifican ni con unos ni con otros, quienes inclinan la balanza electoral. Y que su decisión en cada proceso electoral puede depender de cuestiones ajenas a las que convocan a los extremos. Por ejemplo, la performance del gobierno en el plano económico.

El peronismo sin su jefa entra en estado de deliberación y de competencia por el liderazgo. En ese sentido es posible que la definición de ese proceso no sea de corta duración y ni se de en el marco de lo esperable. Desde su nacimiento en 1945 el justicialismo ha tenido cuatro jefes. Tres por vocación y una por circunstancias históricas. Nos referimos al propio Perón, a Menem, a Kirchner y a Cristina. Uno podría definir cuales son los elementos comunes mas allá de los obvias diferencias. Primero, voluntad de liderar, que la han tenido muchos otros también. Segundo, eficacia para ganar elecciones, que algunos pocos más han logrado. Tercera, capacidad para establecer ciclos largos de gobierno que conectan con los intereses de los sectores que son la base electoral del peronismo. Este atributo lo han tenido solo estos cuatro.

Habría que mirar profundamente hoy sobre el Frente de Todos y analizar quienes tienen esa voluntad en un contexto en el que las circunstancias ponen en duda las posibilidades de un triunfo del oficialismo. Podría ser Sergio Massa o Juan Manzur, en versiones de peronismo moderado. Kiciloff o Wado de Pedro en las versiones de kirchnerismo sin Cristina. Pero sin triunfos electorales no hay ciclos largos de gobierno, y por lo tanto es difícil pensar que en esas condiciones se resuelva el vacío que deje CFK. Esto no significa que el Frente de Todos no pueda encontrar un candidato presidencial. Pero eso no es lo mismo que un líder. Y si no que se lo pregunten a Eduardo Duhalde, candidato en 1999 e incluso presidente interino en 2002/2003.

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Para la principal fuerza opositora se trata de un momento de alta complejidad. Una relación difícil entre los principales candidatos presidenciales del PRO y un radicalismo que ha perdido la docilidad, auguran un proceso de definiciones programáticas y de candidatos no sencillo. Una de las características novedosas que asoman es la radicalización en la mirada de algunos referentes, especialmente del PRO (Bullrich, Macri), en el marco también de la emergencia de la fuerza de los libertarios de Javier Milei. ¿El corrimiento de CFK dejará a los más duros sin quien confrontar y se consolidará un proceso con preminencia de moderados? ¿Si Juntos se radicaliza estaría regalando los indecisos e independientes a un peronismo moderado? O más profundo aún ¿Desaparecen los incentivos para la unidad opositora? ¿Puede sobrevivir el bi-coalicionismo sin el kirchnerismo ocupando el centro de la escena política?

No está todo dicho ni definido. Sobre todo nuestra hipótesis principal. Cabe preguntarse si Cristina, además de no ser candidata, se mantendrá , o si se trata de un retroceso para tomar impulso e intentar volver con más fuerza. Como nunca, lo que domina es la incertidumbre.

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