El cruce que Biden tuvo con Putin revela que, en lo sustancial, pocas cosas cambiarán en Estados Unidos. No porque la acusación de intervención rusa en las elecciones estadounidenses sea o no verdadera -que es difícil saber-, sino porque muestra que el nuevo presidente de EE.UU. se comporta como sus antecesores. La experiencia del mandato de Donald Trump venía siendo tomado, crecientemente, como un llamado de atención que el país precisaba rever cuestiones esenciales sobre sí mismo-incluyendo su lugar y relación con el mundo. Las apocalípticas imágenes de su día final de la invasión al Capitolio sólo fueron el clímax de una gestión que desde su inicio fue apuntada como desgarradora de los valores con los cuales esa sociedad se identificaba.

Acusado reiteradas veces-no sin fundamento-de propagar por las redes noticias falsas, no obstante, Donald Trump en su discurso de despedida de la presidencia pudo decir una gran verdad: "Me siento orgulloso de ser el primer presidente de EE.UU. en décadas de no haber iniciado una guerra nueva".

En efecto, desde Ford y Jimmy Carter en los 70, todos los presidentes de Estados Unidos comenzaron nuevas guerras. Antes de Carter, hay que remontarse a los republicanos de entre guerra. Y antes de ellos, al período post Guerra Civil. Esto se refiere a nuevas guerras. Eso no significa que Trump no haya continuado las guerras que heredó de sus antecesores.

Algunas de éstas como en Irak, Afganistán y Libia se extendieron a través de los mandatos de varios presidentes. La de Irak se supone que concluyó. Ese es parte del problema para EE.UU.: no sabe decir si está en guerra o no. Formalmente, sólo declaró la guerra en cinco oportunidades en su historia. Concretamente, en más de 90% de su historia, utilizó al menos en una ocasión sus fuerzas armadas en el exterior. En diciembre de 2014, Timothy McGrath señalaba que de acuerdo a la definición de guerra, Estados Unidos estaba involucrado en ninguna guerra o en 134.

Eso sucedía llegando al final del segundo mandato de Barack Obama, cuyo vicepresidente era Joe Biden. Trump llegó criticando las intervenciones militares externas que acusaba de haber perjudicado el bienestar de la población. No lo hizo; aunque uno de sus últimos actos fue retirar 5 mil soldados de Afganistán. Bastante menos de lo que se propuso, no obstante, fue un cambio significativo.

Biden también arriba prometiendo a la población terminar con lo que se llama en el país las guerras "eternas" o "sin fin". Jonathan Tepperman en noviembre pasado en ForeignPolicy analizó si Biden podría cumplir este compromiso. Concluye, claro, que en primer lugar eso depende de a qué se llama 'guerra'; Pero también observa que existe en el fondo un consenso en el país, y entre las fuerzas armadas, que las consecuencias de la retirada de tropas sería perjudicial-tanto para las poblaciones locales, como para la paz mundial. Aunque esta visión es muy arraigada, en la actualidad se relaciona con dejar el campo disponible a grupos terroristas.

De esta forma, las acciones militares en el mundo acaban siendo vistas como actos de sacrificio nacional por el bien de la humanidad. Como expresó Barack Obama al recibir el Premio Nobel de la Paz en 2009: "Los Estados Unidos de América han contribuido a garantizar la seguridad mundial durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y la fuerza de nuestras armas... Hemos soportado esta carga no porque busquemos imponer nuestra voluntad. Lo hemos hecho por un interés propio ilustrado".

Implícitamente en esas palabras está presente otro elemento de la visión tradicional que Estados Unidos tiene de su lugar en el mundo. Se trata de un país distinto a los demás porque se trata de la "nación indispensable...[y] vemos más lejos que otros países en el futuro", en la famosa formulación de Madeleine Albright, secretaria de estado de Bill Clinton. Esta percepción de sí mismos remonta a los orígenes de la formación de lo que sería EE.UU. en el siglo XVII, nunca cansándose de repetir las palabras del líder puritano John Winthrop de que los pioneros colonizadores estarían creando "una ciudad sobre la colina" para que sea una "luz que guie al mundo". Biden, como vicepresidente, siguió la praxis de afirmar en 2013 que EE.UU. no podría sufrir una crisis económica porque sería malo para el mundo, dada su condición de nación indispensable.

El historiador Daniel Immerwahr en New Yorker en noviembre cuestionaba si el resultado de esa visión consagrada, verse como el policía del mundo, resurgiría con Biden, porque "entre las devociones políticas que hizo trizas Donald Trump, en sus cuatro años como presidente, está la noción de que Estados Unidos representa cualquier cosa menos un puro interés propio", por lo que no posee la altura moral sobre las demás naciones para ejercer el rol de cuidar el bien general.

Fue a partir de esa visión de Trump que no inició ninguna nueva guerra, porque todas las que comenzaron sus antecesores fueron justificadas en base a estar promoviendo algún valor universal en el mundo, como democracia, derecho humanos o libertad. Como dijera Obama, el "liderazgo estadounidense" implica "nuestra voluntad de actuar en nombre de la dignidad humana". George W. Bush afirmaría que "Dios le dijo que termine la tiranía en Irak" al explicar la guerra en 2003.

Aunque la visión liberal estadounidense acusó a Trumpde no representar los valores humanos histórico del país, por su relación con los líderes de Corea del Norte y Turquía por ejemplo, la historia de EE.UU. presenta abundantes casos de relaciones cercanos con los que pasó a conocerse como 'tiranos amigables' -o de haber abrazado dictadores, como Bill Clinton acusó a sus antecesores durante su mandato.

Si por un lado numerosas actitudes de Trump eran fuertemente criticadas con fundamento, destacándose el manejo de la pandemia, por otro lado no eran pocos entre los analistas internacionales los que señalaban que su gobierno revelaba que EE.UU. precisaba bajarse del pedestal que se había autoasignado. En septiembre pasado James Goldgeier y Bruce W. Jentleson en Foreing Affairs afirmaron que Estados Unidos no fue convocadoa liderar el mundo, considerando que la "autoproclamada Mayor Democracia del Mundo está con su imagen dañada" por los hechos de ese año, que arrastran males desde hace tiempo.

Recientemente, Robert Kagan también en Foreign Affairs afirma que el problema de Estados Unidos consiste en que la población acepte que son "una Súper-potencia, les guste o no", que se encontró después de la Segunda Guerra Mundial con la responsabilidad de garantizar el orden mundial. La alternativa, afirma, "no será un mundo de leyes e instituciones internacionales o el triunfo de los ideales de la Ilustración o el fin de la historia. Será un mundo de vacíos de poder, caos, conflictos y errores de cálculo, un lugar verdaderamente lamentable".

"Lo positivo que dejaron los años erráticos y las políticas mal concebidas de Trump", para Kagan, es que "demostraron cuánto poder sobrante y no utilizado tiene Estados Unidos, si un presidente decide utilizarlo".

Es en esa línea que se expresa Biden; de hecho en febrero había afirmado "América está de vuelta"...