Valparaíso, semblanza de una ciudad blindada

En la peor crisis social de los últimos 30 años de Chile, la primavera porteña entona su propia marcha de la bronca.

Vivimos familias con niños pequeños. No nos quemen ni nos saqueen, por favor, ya están muy asustados", suplicaba una cartulina blanca, algo corroída, trazada a mano con un marcador azul que colgaba en la puerta de una vivienda sobre la céntrica calle Cochrane, en Valparaíso, Chile. El casco histórico de esta ciudad portuaria, alguna vez declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, padece, de un mes y medio a esta parte, el estallido de protestas y violencia que tiene sumergido al país trasandino en la peor crisis social de los últimos 30 años.

Cenizas, hollín y trozos de vidrios por doquier. Pintadas y grafitis con consignas políticas del tipo "que se vayan todos, la lucha continúa". Las ruinas del encanto que alguna vez fue esta urbe que cautivó a la Nobel de Literatura Gabriela Mistral por la cordialidad de su gente, tal como manifestó ya convertida en cónsul de Nueva York en 1954, dan cuenta de que las huelgas generales y movilizaciones en la vía pública representan mucho más que el pedido desgarrado por achicar la brecha entre quienes menos y quienes más tienen.

Así encontré a Valparaíso, Valpo, en mi más reciente visita. Parece una bofetada para quienes habíamos cruzado la Cordillera de los Andes en otras oportunidades, acostumbrados a ser recibidos por un país parco, ordenado, sereno, previsible, en el que sus servicios funcionan con una sorprendente puntualidad prusiana, se come un esponjoso kuchen, se saborean las mejores paltas Hass y, mal que le pese a Perú, se disfruta del pisco y del ceviche tanto como de las etiquetas con sello carmenere y del crudo alemán.

Ahora, en cambio, el Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Benítez Merino da la bienvenida con una advertencia. Los puestos de migraciones exhiben sin pudor el artículo 261 del Código Penal: "Cometen atentado contra la autoridad: los que acometen o resisten con violencia, emplean fuerza o intimidación contra la autoridad pública o sus agentes, carabineros, funcionarios de la policía de investigaciones o de gendarmería, cuando aquella o estos ejercieron funciones a su cargo". Es, sin más, una antesala de lo que el visitante encontrará al recorrer los pasajes de Valparaíso, a 115 kilómetros de Santiago.

Caracterizada por los cerros que la abrazan y la pintoresca red de trolebuses -la segunda más antigua de América del Sur-, este rincón del que Pablo Neruda hizo un hogar hoy se asemeja al set de filmación de una película de catástrofe. Desde el 18 de octubre, los saqueos y disturbios atentaron contra más de 140 locales, según estimaciones vernáculas, y, de acuerdo a datos de la municipalidad comandada por Jorge Sharp, se habrían perdido más de 1000 puestos de trabajo -cifra que parece baja si se la compara contra los entre 100.000 y 300.000 que se calculan a nivel nacional y los más de u$s 3300 millones en pérdidas económicas que dejaron al país los días de revueltas.

El enojo colectivo, que empezó a alzar su voz después de que se anunciara la suba en el precio del boleto de transporte público, abrió la Caja de Pandora y desnudó otras demandas sociales que llevaban años de silencio ante la ceguera -o ineficiencia- de la clase política.

En el medio, el pueblo se enfrentó al pueblo. Varios de los comercios vandalizados son pymes que, tal como desplegaron en los diversos letreros pegados en sus fachadas, compartían la lucha por la causa, pero imploraban por preservar sus fuentes de ingreso. La mayoría recurrió a algún artilugio para resistir: tapearse, blindarse, bajar las cortinas de hierro, hacer guardias rotativas por las noches para evitar el ingreso de extraños. Otros no tuvieron la misma fortuna. Tal fue el caso de la tradicional ferretería Pernoval, que, tras los graves destrozos de una jornada de furia, anunció su cierre luego de 31 años.

Por estos días, alejados de la bohemia que supo encantar a músicos, plásticos y escritores, recorrer las arterias de Valparaíso se convierte en una experiencia de desazón, en la que es fácil que los ojos se irriten y que las lágrimas fluyan. No solo por tristeza. También los restos de gases lacrimógenos, aún en el aire, hacen lo propio en medio de una ciudad callada que hoy parece desangrarse.

Esta no es más que una de las aristas que tiñen de gris el presente del país vecino, acusado por Amnistía Internacional y Human Rights Watch de violaciones a los Derechos Humanos, y cuya violencia a la mujer fue visibilizada, también, gracias a la performance de protesta "Un violador en tu camino", del colectivo porteño Lastesis.

El paquete de medidas de la Nueva Agenda Social anunciada por el presidente Sebastián Piñera no le alcanzó al mandatario para recuperar su imagen: según el último estudio de Cadem, la aprobación tocó un nuevo mínimo: 10%. El 67% de la población, en tanto, está de acuerdo en que continúen las marchas.

Por lo pronto, el congreso aprobó un proyecto de ley que penaliza los saqueos. Ahora, las fichas están puestas en la nueva constitución. Para ello habrá que esperar al plebiscito que se celebrará en abril de 2020. Mientras tanto, con una moneda que se depreció 7% en los últimos dos meses, miles de heridos y 25 fallecidos, Chile sueña con volver a levantarse. Ojalá, pronto, Valparaíso, como todo el territorio, pueda no solo recuperar su mística; sino, también, convertirse en un lugar más justo.

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