

Luego de las últimas elecciones legislativas, la economía argentina ingresó en un escenario de mayor previsibilidad. El dólar, si bien mostró ligeras oscilaciones, se mantuvo relativamente estable y eso dio paso a una moderación en la incertidumbre cambiaria. En paralelo, variables clave comenzaron a ordenarse, y con ellas, se reactivó uno de los motores más esperados por el sector: el crédito hipotecario.
Durante meses previos al proceso electoral, los bancos habían restringido o retirado buena parte de su oferta crediticia, ante un contexto de altísima sensibilidad política y económica. Hoy, ese panorama empieza a revertirse, varios bancos privados redujeron notablemente las tasas y se espera que varios continúen en esa línea. La estabilización de expectativas, junto con la baja progresiva de tasas de interés, está permitiendo que el financiamiento para vivienda vuelva a estar disponible, en especial para primera vivienda y tickets medios.
Este contexto presenta una ventana de oportunidad. La combinación de precios relativamente bajos, oferta variada y el retorno del crédito configura un entorno atractivo tanto para la demanda contenida como para los desarrolladores que buscan reactivar obras en pausa. La actividad en segmentos como los fideicomisos al costo, unidades a estrenar o proyectos en pozo también comienza a acelerarse.

Lo que vuelve a ponerse en movimiento es la posibilidad de proyectar, de planificar a largo plazo. El crédito hipotecario es mucho más que una herramienta financiera: es una llave que permite incluir, movilizar economías locales, generar empleo y apuntalar el entramado urbano. Cuando un crédito se otorga, no solo se facilita la compra de una vivienda; se pone en marcha una cadena que va del arquitecto al albañil, del escribano al proveedor.
La reciente estabilidad cambiaria también genera efectos mixtos. Por un lado, permite que los precios de cierre se alineen más con los publicados, mejora la confianza en las transacciones y alienta a los compradores que estaban en pausa. Por otro, la suba del dólar durante el periodo pre electoral podría actuar como catalizador de decisiones: muchos ahorristas con liquidez en moneda dura aceleran la toma de decisiones ante el temor de nuevos movimientos, lo que genera una presión compradora puntual en sectores específicos del mercado.
Sin embargo, este fenómeno no es universal. La suba del tipo de cambio, aunque pueda impulsar transacciones al contado, limita aún más las posibilidades de quienes necesitan salarios estables en pesos para acceder a una vivienda. El poder adquisitivo sigue siendo un factor crítico, y mientras no se generalice el acceso al crédito, la recuperación será parcial.
Mirando hacia adelante, lo fundamental será consolidar esta etapa incipiente. El crédito debe sostenerse en el tiempo, ser previsible, flexible y accesible. Los desarrolladores necesitamos reglas claras y condiciones macroeconómicas que nos permitan planificar obras sin sobresaltos. Pero también es cierto que la demanda está, la necesidad está, y el ladrillo argentino —aún golpeado— conserva su rol de refugio, inversión y símbolo de progreso.
El cierre de 2025 se perfila con señales positivas. Si logramos sostener esta estabilidad, multiplicar la oferta de crédito y mantener una política de tasas razonables, el 2026 podría marcar el verdadero punto de inflexión que el sector viene esperando desde hace años.


