OPINIÓN

Una crisis que va a dejar huellas

El autor expone sobre los ejes de la discusión que tuvieron lugar en el marco de la Reunión conjunta de Primavera del FMI y el Banco Mundial, y la del G20, sobre el impacto de la guerra en Ucrania, los efectos de la pandemia y la disparada de la inflación a nivel global.

Las Reuniones de primavera del G20 y del FMI-BM dejaron muchos elementos para analizar y varias preguntas abiertas, tanto estructurales como coyunturales.

La cuestión estructural plantea si estamos ante un cambio de configuración en la Arquitectura Comercial y Financiera que rige el mundo desde los 90 pos-Caída del Muro.

En ese sentido la pandemia y, sobre todo, la guerra en Ucrania, han puesto en duda la estabilidad y eficacia del actual esquema de integración comercial a través del uso de cadenas internacionales de suministros que se integraban eficientemente para generar productos globales. 

Los shocks en la producción de múltiples bienes y servicios, que van desde los microchips hasta los fertilizantes, energía y alimentos abren grandes interrogantes respecto a con qué seguridad un país puede prescindir de la autonomía en la producción de bienes claves y también sobre cuál es el nivel de concentración adecuada en la oferta mundial de ciertos bienes.

Respecto a la arquitectura financiera, también está sometida a intenso estrés. Las reacciones del mercado y las fuertes sanciones financieras aplicadas a un país grande como Rusia, miembro del G20 y financieramente muy activo, todavía no han evidenciado completamente cuáles pueden ser las consecuencias estructurales.

Temas como el uso del Swift vs algún sistema alternativo, el acceso a las reservas de los BC, la composición de las reservas, el sistema de pago de bonos y exportaciones, las normas financieras globales, etc. dejarán una marca intensa en el comportamiento futuro de agentes y mercados financieros, bancos, bancos centrales, gobiernos y organismos multilaterales.

Las reacciones del mercado y las fuertes sanciones financieras aplicadas a un país grande como Rusia, miembro del G20 y financieramente muy activo, aún no han evidenciado completamente cuáles pueden ser las consecuencias estructurales.

La plataforma financiera global única hoy existente se verá cuestionada en lo que respecta a competencia de monedas, sistemas de regulación financiera e intercambio de información, organismos de Bretton Woods, financiamiento, etc.

En ese contexto, las Reuniones de Primavera en Washington preservaron cierta normalidad y una voluntad de mantener un esquema no fragmentado de participación de todos los miembros. Esto se vio, tanto en las reuniones del FMI como en las del G20. 

Donde contrariamente a lo que se señaló, no ocurrió un boicot a la reunión sino la salida de los países angloparlantes cuando intervino el ministro ruso. Y donde además se invitó al ministro ucraniano a participar.

Obviamente que el mantenimiento de este precario equilibrio o la transición hacia un escenario de mayor segmentación en la institucionalidad de los organismos estará sujeto a cómo evolucione el conflicto bélico y la disputa geopolítica. En cierta forma, el punto es si las instituciones de la arquitectura financiera adoptarán un formato funcional tipo Naciones Unidas o se fragmentarán.

Respecto a la coyuntura macroeconómica y financiera global, las noticias no son buenas. Las proyecciones indican menor crecimiento y mayor inflación. Sin haberse completado la recuperación de la pandemia aparece un nuevo shock de características especiales que se superpone al anterior.

Como derivación de este shock para algunos analistas podría ocurrir con la oferta de alimentos un problema de distribución y prioridades de asignación similar a lo ocurrido con las vacunas en 2021, pero de mayor escala y más difícil resolución. Muchos países y la FAO perciben incluso el riesgo de una crisis alimentaria (incluyendo hambrunas) en varios países, con consecuencias políticas y sociales graves que podría derivas en grandes flujos migratorios.

A nivel internacional todavía no hay propuestas de medidas financieras y comerciales de tipo multilateral para afrontar este nuevo shock. Todavía se están implementado medidas del año pasado como la emisión y recirculación de los DEGs. Dados los riesgos que aparecen en el horizonte nuevas medidas serán urgentes.

En términos macroeconómicos se percibe un shock de oferta negativo global que se trasladó, vía el aumento en los costos, a los precios en forma inusualmente rápida. 

A nivel global aún no hay propuestas de medidas financieras y comerciales de tipo multilateral para afrontar este nuevo shock. Todavía se están implementado medidas del año pasado como la emisión y recirculación de los DEGs.

 La inflación en el mundo está en niveles impensados hace un año: 8,5% en USA, 7,5 % en Europa y ha trepado a dos dígitos en varios emergentes. Con fuerte crecimiento de alimentos y energía que afectan la distribución del ingreso drásticamente. 

La cuestión central sobre cómo afrontar una inflación originada en un shock de oferta negativo como el actual tiene matices según el tipo de economía y los espacios de maniobra de su política económica.

En los debates en el G20 los países discutían hasta qué punto la suba en la tasa de interés, que es la respuesta clásica a una suba de inflación, es suficiente en este contexto. Cuánto debería un país subir la tasa para anclar expectativas, teniendo en cuenta que la mayoría de los hacedores de política no desea enfriar la economía, dado que esto no es un shock clásico de exceso de demanda.

La otra respuesta de libro de texto, que sería ajustar el gasto en los países sin espacio fiscal, también fue cuestionada por la necesidad de mayores subsidios para los sectores afectados por la crisis.

La contradicción es muy marcada por los contrastes en varios países emergentes como India, Indonesia, Sudáfrica, Brasil, etc. Son menos marcados los dilemas en Europa y otros avanzados y es más lineal en Estados Unidos, donde el nivel de actividad y empleo son muy robustos. 

Cuánto debería un país subir la tasa para anclar expectativas, teniendo en cuenta que la mayoría de los hacedores de política no desea enfriar la economía, dado que esto no es un shock clásico de exceso de demanda.

Por lo tanto, el espacio para una suba de tasas sería más amplio. Aunque en ese caso el riesgo más grande son los enormes efectos derrame que una suba de tasas en EEUU tiene en el mundo y que ya se están viendo antes de que ocurra.

En este contexto los países emergentes altamente expuestos a los flujos de capitales podrían afrontar un tercer shock negativo que sería el endurecimiento de la política monetaria en Estados Unidos luego de 14 años de relajación monetaria. Este shock tendrá efectos en los flujos de capitales, en los precios de las commodities y en las cotizaciones de las monedas emergentes (lo cual meritará una nota más detallada al respecto).

En lo que atañe a la Argentina, el país enfrenta en forma muy marcada las dos caras del shock de oferta global por la guerra. Por un lado, le pega muy fuerte en la macro de corto por la fuerte suba de la inflación que ya arranca de niveles altos. 

Pero, a la vez, es según Richard Baldwin, el país más beneficiado por los desafíos que implica en la oferta global la disrupción en los bienes producidos en la zona en guerra: alimentos, energía y fertilizantes

Al margen de que la actual crisis global termine pronto o perdure, la diversificación de fuentes de oferta de energía y alimentos será una búsqueda inexorable para la demanda.

Argentina debería ser receptor de inversiones externas que alienten la necesidad de diversificar la oferta de estos productos. Pero, claramente, la incertidumbre global sobre cuánto durará la guerra y sus efectos, y qué efecto tendrá un nuevo shock de tasas de interés limita parcialmente el potencial total de inversión hasta ver cómo quedan configurados la producción y el comercio global de estos bienes y la arquitectura financiera internacional.

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