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La política se endurece y el egoísmo se impone: nadie cede, nadie negocia. Mientras el Congreso convirtió en ley el aumento del 7,2 para las jubilacionesel Presidente adelantó que vetará esto y todo lo que desafíe su programa fiscal. Las provincias no ceden y reclaman por falta de fondos.

Los 24 distritos de la Argentina impulsaron un proyecto para redistribuir fondos nacionales: piden la coparticipación de los ATN y del Impuesto a los combustibles. El Congreso se divide, los gobernadores dialoguistas piden acompañar al Gobierno y los opositores endurecen su postura. El mercado toma nota y recuerda con pequeños movimientos que sostener la gobernabilidad es lo único importante.

Argentina transita el año electoral en medio de diálogos que parecen bloqueados sistemáticamente. Las alianzas se inscriben sin entusiasmo, los bloques se endurecen, las lealtades se negocian como si fuesen acciones en baja, y el Gobierno se atrinchera en un relato que, aunque efectivo para su núcleo duro, empieza a hacer ruido en las propias entrañas del poder.

El cierre de alianzas en la provincia de Buenos Aires no dio sorpresas. O más bien las dio por su falta de movimiento. A pesar de los plazos legales, del ruido en los pasillos y de los mensajes crípticos que se envían entre dirigentes, nada nuevo bajo el sol bonaerense.

La inscripción de frentes no logró alterar el tablero ni generar reconfiguraciones que modifiquen el humor electoral. Como si la detención de Cristina Kirchner -más simbólica que jurídica- hubiera congelado el paisaje político. La oposición se reagrupa con discreción, Milei conserva su centralidad en las encuestas, y los gobernadores, lejos de jugar, reclaman sin éxito.

El escenario está trabado. Como si la política estuviera gestionando este año electoral no con estrategias sino con resentimientos, con vanidades. Cada actor juega para sí, sin mirar el contexto ni el futuro inmediato. Es un tablero sin vocación de movimiento.


El Gobierno no negocia

El Presidente aún retiene más menos el 50% de intención de voto según las principales encuestas. Según la consultora TresPuntoZero la imagen de la gestión del Gobierno contempla un 52,3% entre muy buena y buena y un 45,7% entre mala y muy mala. La polarización que provoca un Presidente que decidió que su forma de gobierno es sin negociar y sin ceder es llamativa.

No construye mayorías porque su convicción es que negociar implicaría una rendición. Como si el acto de acordar fuera un fracaso personal y no una herramienta institucional. Esa lógica se convirtió en la columna vertebral de su narrativa, y también en su mayor obstáculo.

Para sostener el déficit cero, Milei necesita blindar su plan económico. Por eso anunció el veto del aumento de las jubilaciones. Asegura que representa el 2% del PBI por más mínimo que parezca visto de manera individual.

Con la aprobación de la ley, las mínimas de la clase pasiva suben de $379 mil a casi $440 mil. Unos 5 millones de jubilados que están en esa escala planean qué hacer con unos $60 mil más que ingresarán en sus bolsillos. Claro, si la ley quedará refrendada y no fuera vetada por el Presidente, quien adelantándose al revés que sufriría en el Parlamento aseguró horas antes que es lo que hará.

Lo llamativo es que la Cámara alta aprobó la ley por unanimidad, con la ausencia de todos los legisladores de la Libertad Avanza: 52 votos afirmativos, 0 negativos y 4 abstenciones. Una recomposición del 7,2% para las mínimas y un aumento para el bono que pasa de $70 mil a $110 mil. El Gobierno lo consideró un acto de "populismo fiscal" y cuestionó su validez con el argumento que el tratamiento en el recinto requería de dos tercios de los votos.

Si a pesar del veto del Presidente el Congreso insiste y no lo respalda, Milei anticipó que judicializará las normas y que si no obtiene respaldo en la Justicia será el próximo Congreso el que acompañe.

Mientras tanto, los gobernadores -incluso aquellos que lograron construir un diálogo razonable con la Casa Rosada- empiezan a sentirse empujados hacia un conflicto que no buscaron. Reclaman fondos para sus provincias, exigen coparticipar los recursos que ya se recaudan, y discuten proyectos que entienden que redistribuye lo existente.

Con este ruido interno empiezan a considerar que su momento llegó y que no es hora de replegarse, aunque eso los ubique en un lugar incómodo de cara a la gente. Coparticipar los ATN y los ingresos del impuesto a los combustibles no implica nuevos gastos pero para el Gobierno claramente representa una amenaza a su relato.


El Congreso sin mayorías

La política nacional parece sumida en una paradoja: cuanto más se polariza, menos se mueve. Milei empuja un modelo de confrontación en el que gobernar significa resistir, blindarse, sobrevivir. Pero esa narrativa, que funcionó para ganar elecciones, se encuentra ahora con los límites del sistema. No hay mayoría automática en el Congreso ni la habrá después del 10 de diciembre, aunque el Gobierno haga una muy buena elección en octubre. No hay pacto de poder ni intención de construir uno. Sólo hay tensión.

Los diputados alineados a gobernadores que aún mantienen canales abiertos con el Ejecutivo evitaron acompañar a la oposición en sus reclamos, aunque se toparon con uno de los reclamos más sensibles, el aumento a los jubilados. Decir de cara a la gente que no se apoya un aumento a un bono adicional que lleva quieto más de un año y ubica las mínimas en algo más de u$s350 para la parte de la sociedad que tiene la canasta de consumo más cara de toda la pirámide, aunque no sea mérito solo de este Gobierno, no es sencillo.

Algunos lo intentaron por estrategia, por cálculo, por necesidad. Algunos creen que vale la pena acompañar a un Gobierno que, si logra consolidar sus números en octubre, tendrá el mérito de haber enfrentado a todo el sistema. Pero al mismo tiempo ven en ese acompañamiento a un Gobierno que no parece entender que negociar no es perder, sino gobernar.

En tanto, el cierre de alianzas mostró que cada espacio está en modo autodefensa. No hay grandes apuestas, ni reconfiguraciones ambiciosas. Apenas maniobras de supervivencia. El escenario político está trabado porque nadie quiere ceder nada. Ni Milei, ni los gobernadores, ni los bloques legislativos. Todos esperan que el otro se caiga antes de mover la ficha.

Y mientras eso ocurre, el mercado empieza a inquietarse. La incertidumbre política contamina cualquier hoja de ruta económica. Porque por más que se insista en la épica del déficit cero, sin estabilidad institucional se vuelve más difícil sostener el plan económico.

Si el Gobierno no negocia, si la política sólo opera desde el egoísmo y si las provincias no tienen margen para sostener el ajuste y pelean ahora con una fuerza que no tuvieron para generar lo propio cuando fue el momento, lo que se impone no es el orden, sino el bloqueo.

Un escenario trabado. En lo político, en lo económico, en lo institucional. Y también en la narrativa. Porque hasta ahora el único relato que se mantiene en pie es el del enfrentamiento de todos contra todos. Y ese, por sí solo, no alcanza para que crezca la Argentina.