Sin plan económico y con déficit fiscal

Durante la semana se produjeron definiciones importantes de parte del presidente Alberto Fernández y el ministro de Economía, Martín Guzmán. Mientras el primer mandatario aseveró no creer en planes económicos, el titular de Economía aceptó la existencia de un elevado déficit fiscal.

Estas afirmaciones pueden llegar a ser muy reveladoras para observar la dirección hacia dónde se va encaminando el país por influjo del propio Gobierno. Alberto Fernández manifestó que no cree en los planes económicos pero si en las metas, aunque al hacerlo incurrió en errores conceptuales.

En primer término las metas, sin la explicitación de los caminos o las formas para alcanzarlas, no son más que una expresión de deseo. Lo importante es establecer el camino, explicar cómo van a lograrse. Eso es precisamente lo que hace un plan económico.

Por otra parte, es imposible para un Gobierno funcionar sin plan económico. Esto no significa que un plan tenga que ser muy elaborado o muy global, ni tampoco que sea de tal magnitud, como hemos vivido en nuestra historia, donde la relevancia del plan y del ministro de Economía se interprete lesionando el poder del propio Presidente.

Ese tipo de debate se generó en tiempos de Domingo Cavallo, cuando se discutía qué tipo de planes necesitaba el país y cuánto poder debería tener el ministro de Economía. Pero en ese debate nunca se puso en duda la necesidad de que exista un plan económico.

El presidente avanzó un poco más en sus definiciones, diciendo que no creía en los planes económicos porque fracasaban. En realidad, lo que fracasa es la conducción política de quienes deben llevarlo adelante, o porque se eligió mal el plan, o porque no se logró el consenso suficiente, o no introdujeron las modificaciones necesarias en el momento oportuno. Pero no se puede no tener un plan económico.

Un ejemplo claro es que el Gobierno tiene que tener un Presupuesto, que debe ser presentado en el Congreso para su aprobación. La administración no podría funcionar sin presupuesto. En ese presupuesto se refleja una planificación económica, pero además hay estimaciones de cómo se va a mover la inflación, es decir, la política antiinflacionaria; la política de crecimiento, la política del sector externo y el tipo de cambio, la política monetaria y crediticia, la taza de interés, etc.

Sería imposible planificar sin un presupuesto, que implica la coordinación entre las políticas mencionadas, y que es lo que llamamos plan económico. Entonces, es desafortunado expresar no creer en planes económicos. No tener un plan es dejar sin brújula al Estado y hacer imposible la consecución de los objetivos pensados.

Al mismo tiempo, se volvió a generar un debate sobre la necesidad o no de superávit gemelos y en particular, de contar o no con superávit fiscal. Es evidente que hay integrantes del equipo económico y otros economistas que entienden que no es necesario el superávit fiscal, y que es conveniente que el Estado incurra en déficit.

Ahora una cosa es que haya un déficit transitorio en el sector público y otra muy distinta es que haya una política basada en el déficit fiscal. Cuando es transitorio, puede ser financiado, como sucede actualmente, por el Banco Central, donde la economía requiere de un apoyo extra a la economía privada. Pero políticas basadas en un déficit fiscal terminan en desastres financieros y económicos.

El problema del déficit fiscal es la financiación. No hay financiación infinita. Las fuentes de financiación no son permanentes, y puede llegar un momento en que el endeudamiento aumente de manera extraordinaria, y que la financiación monetaria del Banco Central amenace con generar un episodio de hiperinflación.

Naturalmente cuando los empresarios y los actores económicos ven políticas basadas en déficit fiscal, aparece la desconfianza y el atractivo en los activos externos: se piensa que ese déficit en algún momento va a dar lugar a medidas compulsivas y expropiatorias del privado.

Es parecido a lo que sucede cuando se utiliza como única fuente de financiación al Banco Central, que emite moneda y llega un momento en que el propio directorio establece que ya no puede haber tanta circulación, entonces empieza a restringir el crédito al sector privado, o el propio Banco pasa a endeudarse como lo hizo con las Leliq  o las Lebac. Lo que termina generando una mayor presión recesiva y aumentos en las tasas de interés.

Es de esperar que desde la conducción política y económica se expresen afirmaciones que permitan vislumbrar un horizonte hacia dónde se conduce el país, que generen confianza y certidumbre, y no declaraciones que causen más ruido, o hagan más difícil y lejana la salida de la crisis que está envolviendo al país, y ahí que empezaremos a ver con mayor claridad cuando la pandemia lo permita. Entonces, ya no habrá más excusas.

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