Zoom Editorial

Sin limitar el gasto o subir la tasa, las expectativas de inflación no cederán

Mientras un sector del gobierno pelea con los fabricantes de bienes de primera necesidad y con toda la cadena responsable de la producción y exportación de agroalimentos para tratar de contener los aumentos de precios, dentro del gabinete económico se discuten estrategias financieras y monetarias sobre la cantidad de emisión monetaria y el valor de la tasa de interés. Todos confluyen en el mismo punto, aunque por distintos caminos: intentan crear una tendencia bajista para la inflación.

No hay duda de que este clásico flagelo argentino es percibido hoy por la sociedad como el principal problema de la economía, excluyendo de este recuento el impacto que generan las medidas destinadas a combatir la pandemia. A quienes trabajan en los sectores turístico y gastronómico les gustaría que su dilema central sea cuánto ajustar sus precios. Pero eso no sucede: su nivel de actividad oscila entre bajo o nulo, con lo cual lo que discuten no es el valor de los insumos o la paritaria, sino su supervivencia.

Los controles de precios o medidas como el cepo exportador y el atraso tarifario, pueden ayudar a resolver una parte del problema, pero complican su evolución. El acuerdo que motoriza el Ministerio de Desarrollo Productivo para tener una canasta de bienes a precio congelado hasta las elecciones, o la propuesta que le están acercando a los frigoríficos exportadores con igual propósito, servirán tal vez sirvan para el próximo semestre (siempre y cuando el Estado ejerza una capacidad de control real, ya que por lo visto ese poder es más retórico que efectivo).

Pero entre Guzmán y el BCRA la discusión es otra. Décadas de inflación alta han conseguido que la sociedad rechace el peso como moneda de ahorro y prefiera el dólar o bienes dolarizados. Esa menor demanda de una moneda y mayor de la otra está en el centro de los problemas macroeconómicos, ya que achica la capacidad del sistema bancario y del mercado de capitales de financiar tanto a empresas como al Tesoro. Y crea una presión permanente por atesorar divisas. No por nada en la Argentina hay u$S 130.000 millones en billetes físicos.

Por el Covid pero también por su tamaño excesivo, los pesos que no consigue que le presten, el Tesoro se los pide al BCRA, que luego coloca Leliq para absorber la mayor parte y aminorar su impacto inflacionario. Inversores y ahorristas son renuentes a prestar si la tasa no se acerca más a la inflación. Si Economía obedece al mercado, esos pesos que van a gasto no terminan en ahorro pueden impactar en precios. Pero los bancos no los retendrán si no les remuneran más las Leliq.

Los caminos que quedan por delante son gastar menos o ajustar la tasa en pesos. Al Gobierno no le gusta ninguno. Por eso las expectativas de inflación siguen arriba de 40%.

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