

La economía argentina está encerrada. Necesita dólares para pagar deuda, crecer y estabilizar la inflación. Pero esos dólares no van a llegar sin un salto en la inversión fundamentalmente en los sectores que pueden exportar. Con la mera reinversión de utilidades que realiza la mayoría de las firmas no alcanza. El crédito externo es imposible con una brecha cambiaria de 100% y el financiamiento local a largo plazo es inviable con inflación también en tres dígitos.
La tan deseada estabilización es todavía muy lejana, pero es tan funcional al oficialismo como a la oposición generar herramientas y recuperar la institucionalidad, entendida como un conjunto de preceptos básicos orientados a estabilizar y repartir los costos de la manera más eficiente posible.
Esta misma encerrona fue la que nos hizo perder el tren de crecimiento aún frente a las economías latinoamericanas hace 40 años. Un trabajo realizado por Damián Pierri muestra que entre el '60 y el '82 la Argentina invertía 10 puntos más del PBI que el resto de América latina y luego de la crisis de deuda los caminos se invirtieron; ahora nuestro país está 10 puntos por debajo de la región. El resto de Latinoamérica aumentó sus niveles de inversión al tiempo que encontró soluciones a los problemas persistentes de inflación y logró captar financiamiento internacional para ampliar su capital.
Como en los '80, la Argentina funciona hoy sin crédito. Los préstamos al sector privado se ubican en menos de 7% del PBI, mientras que en la región superan cómodamente el 50%. Este entorno extremadamente hostil obliga a las empresas a crecer con capital propio. Mientras que en otros países las oportunidades se multiplican porque hay crédito bancario abundante, en la Argentina se restringen a su mínima expresión, apelando sólo a la competitividad por recursos naturales y humanos.
Son muy pocas las empresas con acceso al financiamiento doméstico o extranjero, típicamente las grandes, lo que además genera asimetría con las pequeñas. Esta configuración macroeconómica nunca puede lograr un salto en la capacidad productiva. Crecer en base a utilidades no distribuidas y excedentes transitorios de caja es condenar a una firma a permanecer en su escala actual.
La elevada inflación y el cepo al dólar son los principales motivos detrás de la falta de financiamiento y, por ende, del pobre desempeño de la inversión. El primero porque impide el financiamiento en moneda local a largo plazo en condiciones lógicas dada la institucionalidad argentina. El segundo porque no permite generar garantías sobre la capacidad de pago en moneda dura aun cuando la rentabilidad esperada de los negocios sea excelente.
Si no se rompe esta dinámica, la única posibilidad de generar un mayor excedente de dólares es seguir achicando el nivel de actividad mediante crecientes restricciones a las importaciones. No hay otro camino. Pero también hay que empezar a internalizar que las condiciones para que haya un salto en los niveles de inversión no van a cambiar en el corto plazo.
Es difícil pensar en una rápida salida del cepo y/o una desinflación acelerada. De hecho existe cierto consenso sobre la necesidad salir del cepo de manera gradual para evitar que la masa de pesos líquidos genere movimientos violentos del tipo de cambio. Como ocurre en otros países, las reglas de juego pueden cambiar, pero el cambio tiene que ser paulatino para poder dar previsibilidad. A menos que la nueva coalición gobernante sea una expresión mayoritaria, generar consenso lleva tiempo.
Además, a diferencia de 2016, los mercados internacionales de crédito están cerrados para la Argentina y la historia indica que van a permanecerasí por lo menos tres años más. Básicamente porque no sólo el contexto internacional no ayuda, sino que además estamos a las puertas de un nuevo proceso de restructuración de deuda soberana que surge por la superposición de vencimientos con acreedores privados y organismos internacionales a partir de 2025. En este marco la apertura brusca del cepo traería consecuencias devastadoras.
Por otra parte, dada la naturaleza de la inflación argentina, con fuerte inercia y con corrección pendiente de precios relativos, va a ser difícil estabilizarla sino hasta 2025. Esto es así aun trazando un sendero ordenado en la política fiscal y monetaria.
En este sentido, cabe dedicarle un mensaje a la oposición. Es jugar con fuego atentar contra el mercado de deuda local con señales fuertes sobre el cepo y fantasmas de reperfilamiento. Sin crédito externo, hay que cuidar el mercado de pesos. Un plan de estabilización requiere un marco institucional adecuado para minimizar la necesidad de sobrerreacción de los ajustes: a mayor previsibilidad, menor es la necesidad de corregir el tipo de cambio real o inducir una recesión.
El primer paso es aceitar el mercado de deuda del Tesoro para que no sea una preocupación renovar los vencimientos. Mientras tanto, es estrictamente necesario una política monetaria y fiscal contractiva que garantice el financiamiento por mercado del sector público, desaliente la dolarización de cartera y las expectativas de devaluación. En este sentido, es una buena señal que la pulseada interna del oficialismo la gane una política más pragmática que desideologice la suba de la tasa de interés u ordenar las cuentas públicas.
Esta condición es básica, pero no alcanza. También es necesario salir de la caja y apelar a ideas que ayuden a dar previsibilidad y despejar dudas sobre la capacidad de pago de la Argentina. Acuerdos en sectores de desarrollo estratégico con garantías como el de YPF-Chevrón, que permitió en su momento el desarrollo de Vaca Muerta, como el dólar soja más recientemente o como el tipo de cambio diferencial para economías regionales tienen en común que operan sobre actividades altamente productivas y generadoras de divisas realizando concesiones justificadas por su naturaleza estratégica para el desarrollo y la estabilización de la economía.
Muchos de mis colegas creen que es necesario estabilizar la macro primero. Yo creo que el horizonte hasta la estabilización es demasiado lejano y pensar sólo en eso nos condena a un ajuste que no encontrará piso. Son tiempos excepcionales que obligan a pesar en instrumentos excepcionales que permitan genera mayor oferta genuina de divisas canalizado dólares disponibles a sectores que rápidamente pueden generar un salto exportador.
Vaca muerta es un vector porque destraba no sólo la restricción externa sino también aporta energía vital para el crecimiento y baja el gasto en subsidios. Pero cualquier otro sector con potencial exportador casi inmediato tiene que ser alcanzado por estos incentivos. Algunas herramientas en estudio como fideicomisos en el exterior que garanticen la disponibilidad de divisas combinados con mecanismos para que una parte de las exportaciones fortalezca la reservas del BCRA pueden ser una salida. Si prima la lógica, los incentivos políticos se deberían alinear rápidamente. Para el oficialismo se trata de una herramienta para apuntalar la transición y para la oposición, en caso de ser gobierno, contar con un mayor flujo de dólares mejora las chances de un plan de estabilización exitoso. Un contexto tan crítico como el actual, exige mayor audacia por parte de la dirigencia argentina.



