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Mientras los argentinos tenemos todo suspendido hasta después de unas elecciones de resultado más o menos previsible y que no cambiarán casi en nada la estructura actual del Gobierno, allá afuera está pasando de todo.

Soplan vientos de cambio en el mundo.

Las economías más grandes han comenzado a competir de modo cada vez más agresivo, utilizando sus distintos recursos políticos y diplomáticos para prevalecer. Muchas de ellas, siguiendo el Brexit se desacoplarán de sus bloques regionales si ven que los mismos resultan más una carga que una oportunidad.

Trump acaba de cumplir sus primeros seis meses como presidente y con hechos y palabras ha dejado en claro que ni la hostilidad de una parte de la opinión pública y la prensa, ni la búsqueda de la aprobación de las elites lo correrán de su objetivo de devolver a la economía de la primera potencia músculo y agilidad. El incremento de la valoración bursátil norteamericana desde su consagración electoral es récord histórico: 18% Dow Jones, 21% Nasdaq. Los índices de desocupación laboral están en mínimos que permiten hablar de una economía casi en situación de pleno empleo. Sus anuncios y su compromiso con la reducción de la carga impositiva y la supresión de una gran cantidad de regulaciones e interferencias estatales en los negocios auguran un crecimiento aún mayor.

El resto del mundo desarrollado ya tomó nota y cada país a su tiempo terminará sumándose al desafío de volverse también más competitivo puertas adentro y comercialmente pragmático puertas afuera.

Estemos atentos porque una de las nuevas estrategias del siglo XXI es salir a capturar desembozadamente a los trabajadores calificados, científicos, artistas y empresarios más capaces de las economías dirigistas y estatistas, hartos de esperar en sus países las reformas que nunca llegan y dispuestos a privilegiar su realización personal y el futuro de sus hijos por sobre una dudosa lealtad a su país de origen. Italia, por caso, acaba de anunciar una flexibilización de su ley de ciudadanía que permitirá a unos 80.000.000 de hijos y nietos de emigrados eventualmente volver a la tierra de sus ancestros.

Queda mucho por ver: volverán los subsidios de toda índole, las restricciones comerciales de corte político y en especial una diplomacia al servicio de la economía que procurará conseguir vía tratados y acuerdos comerciales oportunidades y ventajas para las empresas de cada país.

¿Y Argentina?

Esta nueva realidad mundial no necesita nuestra aprobación. Va a imponerse nos guste o no y sería bueno asumirla en lugar de negarla.

Pero nuestra incapacidad para doblegar el gasto público y el déficit fiscal crónico, controlar la inflación y reducir sustantivamente la carga impositiva ridícula e insoportable que padecemos no nos auguran nada bueno. Cada vez que una empresa argentina quiere competir en precio con otra extranjera arranca con el hándicap mortal de la cantidad de impuestos y cargas sociales y laborales que se llevó su proceso de producción y logística. Es un cáncer que no admite dilaciones. 

Está claro que el Gobierno es consciente de esta realidad pero debe saber que le será imposible enfrentarla si continúa rehusando las discusiones ideológicas. Salir de este sino trágico requiere un esfuerzo colectivo enorme y proporcional a los años de dilapidación. Si no queremos llamarlo ‘ajuste’ llamémoslo de otra manera, pero el camino es uno solo y es necesario proponerlo y defenderlo desde las ideas en lugar de intentar solaparlo. Los argentinos no somos tontos y podemos entender perfectamente lo que hay que hacer y apoyar el esfuerzo si vemos que todos somos parte del mismo. Al fin y al cabo tampoco nos quedan muchas opciones.

Necesitamos imperiosamente crear un marco económico, financiero y tributario que permita a nuestras empresas organizarse para crecer. Pero para lograrlo tenemos que poner el foco en el presente y en el futuro aunque parezca que el mayor rédito político radique en el pasado.

 

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